Esa imagen de periodistas en fila para leer la tesis
del Presidente es una imagen para la historia. A la hora en la que escribo ya
se sabe que el tan controvertido trabajo se va a hacer público para que quien
quiera pueda acceder a él libremente, pero todavía no se han desencadenado las
consecuencias de esa decisión que necesariamente tienen que darse, porque, como
bien sabes, toda decisión tiene consecuencias. A mí no me interesa
especialmente si Sánchez copió más de la cuenta sin citar o si se vio caer en
las redes de la intertextualidad. Si me apuras, tampoco es el caso que deba
ocuparnos aquí si eso le inhabilita o no para el buen gobierno, porque de lo
que yo quiero hablarte es de lo más cercano, de lo que tenemos aquí en este
León nuestro de cada día. Si te hablo de ello es porque esa imagen del manoseo
de la tesis me resultó hasta ofensiva.
¿Te das cuenta? Periodista tras periodista tomando
en sus manos el grueso volumen encuadernado, pasando páginas y páginas,
repasando el índice, tratando de retener párrafos, copiando fragmentos al azar,
porque, como reconocía uno de los lectores, es difícil saber qué es importante
cuando estás leyendo algo que no entiendes bien. No creo que haya en la
historia de los doctorados de la Camilo José Cela una tesis más manoseada que
la de Sánchez. Y esa repulsa del manoseo inútil me hace pensar en el porqué del
empecinamiento en la ocultación. ¿Por qué ha sido tan contumaz en la negación
el autor de esa tesis “cum laude” si no tiene nada que ocultar? Lo decía
Jabois: es como si García Márquez dijera ‘he escrito Cien Años de Soledad, pero
no la lean, que no vale la pena’.
Pero no es mi intención plagiar a Jabois, ni hablar
de la tesis, de su autoría, dudosa o no, sino del manoseo, del modo en que las
zarpas de la opinión pública se agarran a lo que les viene a la mano y del
hecho de que esa pretensión de ocultación nos hable siempre de que hay una
pieza que cobrar más allá de las cortinas de humo. Me resulta difícil creer que
existan tesis puras. Me resulta casi imposible creer en la pureza. Me resulta
inevitable adivinar lo oscuro tras el empeño en levantar paredes de granito
frente a la verdad. Eso no quiere decir que ocurra siempre. No quiere decir que
sean todos. Pero entiendo la preocupación de quienes se ven en la obligación de
frenar los escándalos y no saben cómo hacer ante la avalancha de contundentes
aldabonazos de realidad. Al final parece que todo se derrumba, pero no es
verdad. Las insidias siempre permanecen y hay una gatera por la que se escapan
los más escurridizos, que siempre saben cuándo hay que apretar a correr para
dejar al más torpón, al más ingenuo, al más descuidado, con las manos en la
masa.
Las tesis y las masas, ejemplo feroz de manoseo.
Recuerdo un libro de Elías Canetti que hablaba de esto, de cómo la masa tiende
siempre a crecer; masa abierta, masa cerrada, masa como anillo. Por eso es tan
importante que la prensa no esté presa, que no se le caiga la “ene” de
noticias, prensa presa: masa manoseada. No es solo que hay que mejorar a
diario, hay que escapar al manoseo. Ya, claro, lo sé, a las víctimas no se les
puede pedir tanto. Las víctimas bastante tienen con lo que sufren, como para
exigirles que se den cuenta y tengan el valor de denunciarlo. Hace falta que
quienes amasan las tesis, permitan que la verdad flote.
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