Dice Hernán Casciari, un conocido escritor argentino,
digamos lo de escritor por resumir, que desde que no sabemos vivir sin un móvil
en la mano el mundo se está quedando sin verdaderos personajes de fábula, que
los héroes son hoy héroes perezosos. Dice que ya es impensable la escena de un
enamorado corriendo al aeropuerto en busca de su amada para que no coja ese
avión que los separará para siempre, que se limitará a mandar un mensaje y a
esperar.
Esta idea de los héroes perezosos aparece en una
entrada de su blog titulada El móvil de
Hansel y Gretel, pero a mí me llegó ayer a través de un vídeo de whatsapp.
No sé de cuándo es el vídeo; la entrada del blog es de octubre de dos mil ocho.
Una de las características más inquietantes de la información que se mueve en
las redes sociales es su ausencia de historicidad, la dificultad para
determinar su datación y también la sombra de sospecha sobre la propia autoría.
Uno piensa que tiene una historia fresca en el móvil y resulta que es una idea
de hace diez años, algo que, creo que no es el caso, pero podría serlo, puede
que hasta su propio autor ahora ni piense.
Esto pasaba con los medios de comunicación
convencionales, me dirás. También está expuesto todo lo que se publica y
pervive en el tiempo aunque su autor se desdiga. Es cierto. La diferencia
consiste en que nuestra tendencia acrítica a dar por bueno y actual todo lo que
nos llega por la vía de internet o derivados nos hace pedir firmas por campañas
cerradas hace años o solicitar la búsqueda de personas que ya han aparecido o
que nunca llegaron a perderse. Las cadenas se extienden con la misma frescura
del primer día sin fecha ni autoría, solo con un pequeño aviso en la parte
superior del mensaje: reenviado. El cartel con la foto del gatito perdido
solicitando su búsqueda se deteriora con el tiempo y nos habla de su pérdida de
actualidad por sí mismo.
La diferencia está en que el móvil nos convierte en
héroes perezosos y nos limitamos a esperar; el cartel en las paredes nos obliga
a salir al mundo, a preguntar, a dar detalles. Es lo que está ocurriendo con
Andrés Turienzo, que lleva en mano esa carta a Dinamarca: es un héroe de los de
antes que se ha subido al árbol para buscar en las ramas más altas. Quizá su
esfuerzo heroico sea inútil, quizá lo sensato fuera asumir lo inevitable y
empezar a pensar en otra dirección, mandar mensajes y esperar a que se pongan
en pie iniciativas que permitan aprovechar toda la infraestructura construida en
Villadangos también con dinero de todos. Quizá sea así, pero es estupendo contar
todavía con el arrojo de un héroe sin pereza.
Sé que yo
soy un héroe perezoso. Es más, ni siquiera un héroe. Soy un bocado digital que
ha masticado el nuevo tiempo. He mandado mensajes. He esperado. He desertado de
mi heroicidad. He consolado mi desconsuelo con la idea de que este mundo es
así. Y he visto que, a falta de héroes, en los quioscos venden a los niños súper
cosas. Superzings, se llaman. Los niños abren el sobre y se ponen súper
contentos si les sale “súper cepillo de dientes” o “súper tenedor”. Cuando las
personas no sabemos serlo, cualquier cosa puede ser “súper”. No veas lo chulas que son “súper mochila” y
“súper brocha”.
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