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viernes, 27 de diciembre de 2019

Limpieza. (Audio)

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Limpieza. (En Hoy por Hoy León, 27 de diciembre de 2019)

Dice Liset, con ese acento suyo tan tropical, que, en su casa, para recibir el año, hacen limpieza general y mueven muebles, limpian azulejos, lavan cortinas. Compran ropa para estar de estreno el día uno y se van a la calle a recibir el año. Dice que no celebran tanto la noche del fin del año, como el día del comienzo del año nuevo, que es una costumbre de su país y que a ella le gusta mucho salir con su familia ese día y encontrarse con otras familias dominicanas para disfrutar juntos de un nuevo comienzo.

Pienso en esa tradición de la limpieza de la casa y te propongo un pequeño juego: trata de hacer una lista de lo que te convendría limpiar. No, ya me conoces, no se trata de limpiar los baños o las persianas del salón. La idea es que hagas un repaso de lo que te sobra, lo que mantienes contigo solo por costumbre o porque es algo de lo que no te atreves a desprenderte. Ahora hay personas expertas en orden a las que uno puede contratar para que le despejen la casa. Hace poco escuchaba a una de estas expertas en una entrevista de la radio y dijo alguna cosa demoledora. Se trataba de responder a preguntas sencillas del tipo: ¿cuántas sartenes tienes? ¿Cuántas usas realmente? ¿Por qué necesitas almacenar todas esas sartenes que nunca vas a usar?

Si haces un repaso mental de lo que materialmente te sobra puede que termines como Diógenes, regalando tu escudilla y viviendo en un tonel, porque es verdad que sobra todo, pero también es verdad que no hace temperatura para vivir en un tonel y que, aunque estrictamente no necesitamos nada, no sabemos cómo sería posible la vida sin algunas cosas. No sé qué lista es más difícil de hacer, creo que esta última, la lista de las cosas que realmente son necesarias, aunque visto de un modo muy radical pudieran también sobrarnos. Por eso la lista de lo que sobra es simple: sobra todo. Ya pero, de lo que sobra, ¿con qué debo quedarme? ¿Cuántas sartenes son estrictamente necesarias?

Si ese repaso mental de lo que sobra lo hiciéramos de lo que no es material, es decir, de las emociones, los sentimientos, las ideas, los deseos ―de todo ese mundo incierto que sabemos que está en nosotros y que nos dibuja―, ¿en qué estás pensando que deberías limpiar? ¡Qué buen ejercicio este! ¡Qué peligroso! Si te pones a limpiar el interior de la única casa que de verdad habitas, corres grandes riesgos. Puede que la aligeres tanto que roces el sentido exacto de la palabra libertad. Es solo que esa condena de la libertad es una puerta a la angustia. Uno vive solo. Todas las sartenes, toda la ropa nueva, todos los deseos y todas las emociones solo sirven para hacerte creer que eso no es así, pero si limpias a fondo, vas a ver que no tiene remedio y que no es tan malo.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Mira que vienes crecido.(Audio)

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Mira que vienes crecido. (En Hoy por Hoy León, 20 de diciembre de 2019)

Siento el fracaso en la yema de los dedos, como se rozan las victorias. Te digo por qué. Me pasa en el móvil cuando voy a escribir y ya me dice el teclado lo que tengo que poner y resulta que acierta. Me pasa con cualquiera. No es que hable mucho con alguien y el “mini algoritmo” ese que vive en el teléfono ya se haya ido aprendiendo las cosas que le digo, que también sería triste, sino que el muy canalla sabe siempre la palabra que sigue, hable con quien hable.

A veces me gusta jugar con él e intento despistarlo y escribo cosas que suenan viejunas y no se ajustan a estos tiempos modernos. Cosas como “ahí viene la pasma” o “quedamos en tu queli”. O juego un poco más allá y me voy a citas inexactas del tipo “apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso”. Bueno, no tan inexactas, ya sé, pero impropias de algoritmo. Y se ve que el tío no lo sabe todo, porque ahí ya se le va la mente a lo racional y te corrige “amalaba” por “alababa”, que es mucho menos Cortázar. Y eso me hunde más todavía, porque, al comprobar que el algoritmo sucumbe ante la genialidad, yo, que veo que soy tan predictivo, me mareo en el río de la mediocridad y me ahogo con tanta agua revuelta y tanta rama y tanta cosa rara como trae el Bernesga en este escándalo de crecida. Sale todo con el agua.

Prueba a poner en el teléfono algo así como: “el río baja con mucha”. A mí, el texto predictivo me ofrece “calma”, “tranquilidad” y “fuerza”. La verdad es que cualquiera vale, porque, lo que es al río, poco le importan nuestros problemas. Él va con toda su calma, con toda su tranquilidad, con toda su fuerza, por donde le parece bien, porque para eso viene todo lo crecido que quiere, que él es el señor río y no se detiene ante nada. Eso sí, anda muy suelto y nos está dando por todas partes. Esa es la cuestión, el predictivo no te permite cerrar la frase con algo tan sencillo como el agua. “El río baja con mucha agua”, una alternativa que no existe como predicción, porque tampoco estaba en mi pensamiento. Ni quizá en el pensamiento de nadie, porque la defensa de la Confederación Hidrográfica, que me pareció escuchar uno de estos días en el café, es que da todo igual, que cuando el río viene con esa furia, da igual que las márgenes estén limpias, porque el agua arrasa con todo. Lo voy a poner en el predictivo. ¡Vaya! “Arrasa” no aparece entre las predicciones; como mucho, “arranca”. Claro que, si lo que se arranca ya estuviera arrancado, no habría nada que arrancar. Ya. Ya sé que es imposible que estén los ríos limpios, como es imposible que lo estén los colectores, que ya no se hacen alcantarillas como las de los romanos, porque ahora tenemos compañías de desatasco que ya van de garaje en garaje resolviendo todas esas inundaciones. Solo que en La Robla y en muchos otros sitios están con el agua al cuello en muchas casas. Será que es que el río viene muy crecido y el predictivo no ha sabido verlo.

Todas tus maldiciones. (Audio)

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Todas tus maldiciones.(En Hoy por Hoy León, 13 de diciembre de 2019)


Una música de Navidad que bailotea en el frío condena en trazos exactos a los futbolistas. Quería hoy hablar contigo del ADEMAR para celebrar esa primera vuelta de lujo, que nunca hacemos hueco al deporte en este rato nuestro de los viernes y el deporte es una parte enorme de la vida. Lo que pasa es que la noticia de la sentencia de los futbolistas de la Arandina me coloca en el pliegue oculto de las cosas y, aunque quería yo un viernes más festivo, no puedo pasar sin comentarlo. Ya sé que no es el deporte, que de lo que se trata es de esa impunidad fingida de los astros mediáticos o de quienes se sienten por encima de los otros porque son jóvenes, porque son populares, porque son personas atractivas. O sencillamente porque se sienten intocables: acuérdate, por poner ejemplos lejanos, de Tyson, que fue condenado por violación o de aquel jugador de fútbol americano que acuchilló a su exmujer y a su pareja.

Hay una música de Navidad que trae diciembre para lijar la aspereza de los malos sentimientos y conseguir texturas suaves, de pastel y azúcar glas. Una música demente con todas tus maldiciones, las que culpan de todo a la prensa o las que acompañan tu dolor inhumano. Una perspectiva de vida truncada. Vidas truncadas. Todas las maldiciones en un juego que termina en el abuso a miles de millas de distancia de cualquier deporte. Miles de millas. Pienso en todo el dolor que cabe en esta historia y me enveneno de daño y de miseria y me enfrento a las maldiciones todas que pesan sobre mi conciencia, que me caen una tras otra, como los goles de David, las genialidades de Mario, los golpes en el cuerpo de mis paisanos Juanjo y Marchante. Algunos sábados hemos visto desayunar a los chicos del ADEMAR como tantos muchachos normales que se toman un café a media mañana, sin tener que maldecir a nadie ni ser objeto de maldición alguna, sin el brillo glorioso de tres o cuatro mil personas aplaudiendo. Gente normal que se hace una foto con cualquiera. A pulgadas de cualquiera. Sin distancia.

He estado viendo la secuencia del sueño de Gregory Peck en aquella película de Hitchcock en la que Ingrid Bergman daba besos a todos en un escenario surrealista creado por Dalí, una suerte de casino imposible con un dueño sin rostro y cartas blancas para jugar al Black Jack. La misma Bergman de Rick´s y Casablanca, de la misma década, creo. Cuando Gregory Peck le pide disculpas por haber soñado que la besaba, ella le contesta: “ese es un sueño de deseo corriente”. ¿Un sueño corriente de deseo o un sueño en el que se sueña un deseo corriente? Uno no sabe qué es peor: si soñar lo que todos sueñan o desear lo que desean todos. Una música blanda de Navidad empaqueta sueños y deseos con lazos púrpura, lo engulle todo y se traga todas tus maldiciones. Es diciembre y es momento de sueños y deseos. Cuida de tus maldiciones.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Diga "treinta y tres". (Audio)

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Diga "treinta y tres". (En Hoy por Hoy León, 29 de noviembre de 2019)

Hay una necesidad de convertir lo cotidiano en ritual que nos lleva a entrar en la cancha botando sobre el pie derecho, tocar los tres palos de la portería o colocar el calzoncillo antes de hacer el saque. Los deportistas de élite repiten sus supersticiones en las cámaras de televisión y los millones de mirones integramos la normalidad del gesto. Incorporamos lo ritual a nuestra vida y nos hacemos parroquianos de una u otra religión y se nos reconoce por ello. Por eso los habituales del teatro comemos un huevo frito con pimentón en el bar de la esquina antes de ir al Auditorio. Los ritos tienen que ser conocidos por muchos y comprendidos por pocos: la clave está en la experiencia de la fe.

Por eso dices “treinta y tres”, cuando el médico te lo pide. Podrías decir “naranjal” o “niveladora”, pero dices “treinta y tres”, que no es una palabra cualquiera, sino que tiene un significado más allá de la necesidad de auscultar líquidos o masas densas en los pulmones. Está claro que en otros idiomas dicen otras cosas cuando se abandonan al frío del estetoscopio, pero nosotros hemos elegido ese preciso “treinta y tres”, que no “veintitrés mil trescientos”. Diga “veintitrés mil trescientos”, o mejor, diga “Valdelugueros”. ¿No te parece que “Valdelugueros” es una palabra lo bastante sonora como para una auscultación?

En lo cotidiano está lo ritual. Estaba en esas conmigo mismo el miércoles antes del teatro, cuando apareció un contertulio de otras temporadas de los del viernes y le dimos la vuelta a cuatro cosas sin quejarnos demasiado, que, en realidad, —no sé dónde lo he oído, pero que me gusta tanto que me lo apropio— solo tenemos derecho a llorar por un ojo. Luego nos dio por pensar en la media de edad de los que estábamos en el Auditorio y nos hizo bien sentirnos jóvenes rodeados de tanta experiencia, con la esperanza de que cuando los jóvenes sean mayores, todo se mantenga. Y yo observaba los rituales de los saludos y los afables movimientos de cabeza empatizando con el comentario del conocido o del admirado abogado o del viejo profesor, apurando el tiempo antes de ocupar el sitio y que se apagaran las luces para que empezase la función. Rituales.

Con las primeras frases me quedé enganchado en la pregunta clave: ¿qué es lo que finalmente optamos por guardar? Quizá solo conservamos eso que no somos capaces de tirar. Todos hemos tenido una caja cerrada desde la última mudanza, una caja inútil que no hemos sido capaces de tirar. ¿Qué hay en esa caja? Es muy obvio hablarte de una caja llena de recuerdos, una caja con sus monstruos y sus mentiras, con sus oscuros momentos que no se deben volver a mirar. Yo tengo los míos entre el pecho y la espalda, en esa caja que desvela su impostura en el estetoscopio cada vez que digo “treinta y tres” o cosa semejante.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Masculino y femenino. (Audio)

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Masculino y femenino. (En Hoy por Hoy León, 22 de noviembre de 2019)


Me parece la perfección la salsa alioli, porque está muy rica; además de esa cosa tan potente del ajo y el aceite, es la perfección porque se resumen en ella lo masculino y lo femenino. Es masculino, dado que alioli ya es un nombre de este género que admite la Academia sin vacilar y es femenina, porque es salsa.

Masculino y femenino como todo lo humano en inseparable mezcla al margen de cualquier consideración de género. No sé si me enredo en el dislate de mi sueño o si piso territorios enfangados de ideología, porque este modo de dejar brotar las palabras sin más freno que la ortografía es una fantasía de filósofo, una utopía realizable —lo dijo ayer doña Pura—, no una de esas que no se pueden realizar. Masculino y femenino en la misma mesa: directoras de la Escuela Normal o Escuela de Formación del Profesorado o alguno de esos muchos nombres que ha tenido la cuna en la que se han mecido los maestros formados en León y, con ellas, el último Decano junto a la actual Decana de la Facultad de Educación. Una mesa repleta de genio. Energía pura. Doña Manolita, doña Pura, doña Inés —mujeres jubiladas, que han enseñado a los maestros a ser maestros durante tantos años, haciendo de la humildad en sus preguntas la llamita exigente de la búsqueda de la verdad—, José María y Lourdes. Clichés, es cierto. Se los perdonaremos todos, porque a mi lado estaban maestros que habían sido alumnos suyos y que me susurraban al oído, usando algún apodo que no voy a repetir, cosas de este estilo: era exigente, la más exigente, pero aprendí mucho con ella.

Mis amigos, los maestros jubilados, miraban con admiración todavía a quienes les habían enseñado a ser lo que luego han sido y siguen siendo. El maestro es maestro siempre. Vinieron a la charla para ver qué ha sido del futuro de su pasado y todavía, como si los ciento setenta y cinco años de historia de la formación de maestros en las distintas escuelas que ha habido en León nunca hubieran transcurrido, flotaba por el aire del Aula Magna de la Facultad de Educación esa pregunta eterna: ¿qué tiene que saber un maestro para poder enseñar? Quizá, nada. Esto es el futuro, dijo el anterior Decano. Hace veinte años, no habríamos sabido decir que el futuro sería esto. Solo podemos hablar de lo que sucede y lo que sucede… Puntos suspensivos. ¡Ya! ¡Lo que sucede! ¡Qué gran descripción! Lo que es, que dirían los griegos. La totalidad de los hechos, que diría aquel filósofo austríaco de mirada demoledora. Primero es ser maestro y luego ser maestro de algo. ¡No se puede enseñar con algo terminado como un Power Point!, se dijo. Tienen que conocer el proceso, ¡tienen que saber cómo se hace! Se introduce en un vaso un diente de ajo, el huevo, la sal, el aceite y un chorrito de vinagre. Después se mete la batidora hasta el fondo y se empieza a batir sin mover. Puntos suspensivos. También cantó Isamil9. Y nos gustó. Alioli.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Una camisa de otro tiempo. (Audio)

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Una camisa de otro tiempo. (En Hoy por Hoy León, 15 de noviembre de 2019)


En la pantalla en blanco de la tele analógica, que todavía anda rodando por algún trastero, el fin de la emisión trae escondido un vestigio del origen del universo entre el ruido electromagnético que la ausencia de señal es capaz de captar: la radiación de fondo que descubrió Gamow y que la cosmología actual sostiene que persiste en el silencio del cosmos, como un eco de la gran explosión. Con ese Big Bang se inicia una expansión que, en contra de lo que cabría esperar, a medida que sucede, se acelera, pero no desde siempre.  En algún punto mísero de ese vasto universo en loca carrera, todos nosotros.

Tú, mientras me escuchas, ves en esa ventana de cristales ahumados cómo se aleja todo de ti, porque te sabes el centro y yo te hablo desde aquí, mientras veo asombrado que todo se aleja también de mí, porque el centro soy yo. Ayer me vestí con una camisa de otro tiempo y me sentí con una piel distinta de la mía. Quizá pude verme desde otro centro, porque este viaje cósmico en el que todo se aparta de todo está en el alma de las cosas. Una camisa de otro tiempo, como quien se baña en un mar antiguo. Como quien se mece en una cuna de antes del plástico. Que esté nevando o no, es indiferente. La luz se enfría.

Observar el universo es mirar la película de su historia. Lo que buscan los cosmólogos no es otra cosa que la huella del tiempo en la luz que llega de las estrellas más lejanas, esas que nos cuentan historias de cuando el universo era joven y una radiación todavía caliente iluminaba ese escapar todo de todo. Mirando esa luz tramposa, a veces atrapada en el espejo de las grandes masas de materia que curvan su trayectoria, comprendo que podría ser que todo lo que nos dice fuese una historia contada por algo que ya no existe. Es sublime esa generosidad. Me siento extraño en el privilegio de preguntarme por qué y cómo existe el universo, de qué están hechos los astros y si están hechos del mismo fuego que se enciende en mi estómago. ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Miramos los miles de millones de estrellas —las que se pueden ver y las que no— y miramos el fondo de las cosas —las que se pueden ver y las que no— y vemos que hay algo que falta, que la materia y la materia oscura no explican juntas ni la mitad de lo que hay. Parece que debe haber algo diferente, eso que han llamado energía oscura, que no es materia oscura, ni antimateria. ¡Qué cosas! Algo que los cosmólogos saben que está, pero que no pueden explicar. Algo tan sencillo como el hecho de que esa camisa de otro tiempo no quería pegarse a mi mañana, pero tan difícil de entender como la seguridad de vivir en el centro de todo lo que me pasa. En León, la nieve ha caído en la semana de la ciencia, celebrada con encuentros, exposiciones y conferencias. En la nieve de la tele sin antena, la voz del universo, el eco de su estallido. No hay silencio que valga.

Masa crítica. (Audio)

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Masa crítica. (En Hoy por Hoy León, 8 de noviembre de 2019)


En realidad, con uno basta. Lo dice mi tío muchas veces, aunque luego se apunte a todo lo que haya que apuntarse: “con uno que se quede, yo me quedo”. Es eso, que con uno basta. Será verdad, en sociología, que es necesaria una cantidad mínima de personas para que ocurra un determinado fenómeno, eso que llaman masa crítica, pero a mí me da que, para muchas cosas, con uno sobra.

En física las cosas son de otra manera, la masa crítica es la cantidad mínima de materia combustible necesaria para producir una reacción nuclear en cadena y eso ya son palabras mayores, como las de nuestro admirado Óscar Puente que es él, en sí mismo, una masa crítica capaz de desencadenar reacciones nucleares de leonesismo que no sé muy bien cómo se masticarían anoche en el mitin del templo de la lucha leonesa. Me imagino que como aquel que se comió el cordero. Son cosas que se tragan a base de pan.

Ese es el asunto: si Valladolid crece, en la Castilla vaciada y en el León devastado lo que queda es una mayor masa crítica para crear “mayores posibilidades de turismo rural y mayor capacidad de consumo de productos agroalimentarios del entorno". Más o menos eso es lo que me ha parecido entender que dijo el miércoles el alcalde pucelano. Claro, eso es lo que quedaría, pero de masa poca y de crítica menos, porque lo que quedaría es nada y sálvese quien pueda, como pueda y cuándo pueda. Esa idea de terruño que fagocita, que atrapa en su citoplasma todo lo que se le pone a tiro, es muy del gusto del nuevo capitalismo, eso que nos ha deshumanizado y nos ha desencajado de nuestro ser natural: véngase a la ciudad en la que tendrá buenos hospitales para envejecer en listas de espera, buenos colegios para desnaturalizarse en aulas con ratios cada vez mayores, buenas alternativas de ocio en teatros de abrigos de piel, bares descorchados en vino de la Ribera del Duero, restaurantes de estrella y luto en la tarjeta de crédito o centros comerciales ya para todos los bolsillos, edades y condiciones. Véngase a desaparecer en la masa acrítica y deje una masa mínima en todo lo que no sea yo. Eso es lo que alienta, desde Pucela, quien pretende el liderazgo del imperio de la medianía. ¿Y luego? ¡Vámonos todos a Pekín, que aquello sí que es grande o al DF o a cualquier otra megalópolis de esas que no pueden contar sus habitantes!

¿Tenemos que convertirnos para siempre en un parque de atracciones? ¿Dedicarnos al lúpulo y a los bueyes? Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Quizá ya este León exangüe no tenga ni una gota más de sangre. Quizá por eso sea tan débil su rugido y tenga que olvidar en los aplausos del mitin del jueves, las palabras del miércoles de una voz sin más alma que la que habita su castillo.

viernes, 25 de octubre de 2019

Al otro lado del pasillo. (Audio)

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Al otro lado del pasillo. (En Hoy por Hoy León, 25 de octubre de 2019)

A propósito del Instituto de Villaquilambre, me pareció escuchar que el Alcalde va a concertar una reunión con la Consejera para “cerrar todos los temas”. Llámame escapista, si quieres, pero creo que no voy a entrar en el fondo del asunto, porque me da la impresión de que no hay mucho que decir sobre eso. Se entiende que, si la Junta prometió que hará el Instituto, lo hará, ¿no? Es como lo de la promesa de la vuelta a las treinta y cinco horas en el horario de los funcionarios: si se firmó un acuerdo, se cumplirá, ¿no?

¿Acaso no se cumple todo finalmente? Si se tarda cuarenta años, en hacer algo, será porque hacían falta esos cuarenta años para hacerlo. Otras veces se reforma la Constitución en dos días. Las ovejas que entran, por las que van saliendo. Las cosas, cuando convienen. O nunca. La verdad es que tengo que reconocerte que, a veces, es nunca y hace falta; a veces es siempre y maldita la falta que hacía. Lo importante es tener reuniones en las que poder cerrar temas. Me gusta cerrar temas. Cerrar todos los temas es como un esfuerzo de titán, una tarea de coloso. Una garantía de que quizá no se haga nada. ¿Tienes cerrados todos tus temas? Seguro que siempre te dejas algo. Porque no has podido o porque lo has aplazado, porque te viene mal ahora o porque no te has dado cuenta… Y no hablo solo de trabajo. El caso es que nunca vas por ahí silbando con el alivio perfecto de tener todos los temas cerrados. A estas horas, una amiga está en el cementerio enterrando a su padre o habrán terminado ya, no sé. Saldrán con la idea de que ya tienen cerrados todos los temas, aunque será una falsa impresión, porque, uno tras otro, irán apareciendo temas abiertos. Dirán que está todo atado y bien atado y querrán pensar que el padre sigue como siempre, al otro lado del pasillo. Y tal vez les consuele esa idea.

Al otro lado del pasillo se van cerrando los temas. Pasa el tiempo, con su silicona de olvido y cierra las grietas de la esperanza, dejando lisa la estampa de tu soledad envuelta en miles, millones de temas de brazos abiertos que te agarran para quitarte el impulso de cruzar al otro lado del pasillo, ese lado extraño en el que ya se han cerrado todos los temas. Ese solar que hace falta para el instituto es uno de los primeros temas que habrá que cerrar, pero conseguir que se hagan o no las cosas estará en la voluntad de quien puede hacerlas y solo en él, porque, visto lo visto, cada vez estamos más a lo que nos manden y obedecemos sin decir ni “bé”, quizá por eso Casado visitó ayer una explotación ovina. Al otro lado del pasillo están mis temas, esos que permanecen tan cerrados que me sale sangre solo de pensar en su fiereza. Menos mal que, de las ovejas, se fue al bar de Matadeón a estar con la gente, a ser el hijo del médico y no uno que viene cerrando temas. Algo de humanos se ve que tienen debajo de tanto tema.

viernes, 18 de octubre de 2019

Estás ahí. (Audio)

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Estás ahí. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2019)

Ya sé que te parece de película de Paco Martínez Soria, pero hubo un tiempo en el que levantabas el teléfono de baquelita negra que pesaba como si tuviese dentro el mundo y le decías a la telefonista: “Juana, ¿me pones con mi prima?”. Era como Siri, pero con auriculares y una silla de enea y puede que dos agujas de calcetar o una novela de Agatha Christie entre las manos y un cien por cien de realidad no virtual. También existía eso de escuchar llamadas ajenas, solo que como pecado venial y sin fines comerciales. Alguna vez te contestaba Juana con un clamoroso, “oye, que dice tu prima que no está”, aunque no era lo normal, porque la gente contestaba las llamadas siempre, sobre todo si era de fuera y Juana lo único que te decía es: “dile a tu madre que se dé prisa que es conferencia”; tu madre se ponía al aparato a toda prisa, sin preguntar más.

Luego, cuando Juana se tuvo que buscar otro trabajo, igual en la Coca Cola o algo así, porque las centrales telefónicas se fueron automatizando, aparecieron esos teléfonos con marcación de disco y aquellos fabulosos modelo Góndola, que eran muy totales. No había manera de saber quién te llamaba y contestábamos siempre. El teléfono era un sonido de la casa al que seguía un grito de alguien atareado que no podía contestar. “Teléfono”, gritaba. Y ya sabíamos los pequeños que había que contestar y preguntar de parte de quién. Alguno hacía como Juana y llevaba el recado de forma literal: “que dice mi padre que no está”.

Ahora no solo sabes si la persona que te llama es conocida, sino que, en muchísimas ocasiones, recibes un mensaje previo, un educadísimo: “¿te puedo llamar?”. Y una vez que lo has visto, ¿qué haces? Ya sabes que la otra persona sabe que lo has visto. No te queda más remedio que decir: “claro, llama cuando quieras”; aunque podrías contestar: “no es que no quiera hablar contigo, es que tengo una reunión”, o “llama más tarde”, o “ya te llamaré yo, que ahora tengo tiempo para ver mensajes, pero no lo tengo para hablar”. Infinidad de suspicacias y de situaciones ridículas que abren la puerta con esta nueva forma de comunicación con anuncio previo. “Hola, ¿estás libre? ¿te puedo llamar?”. De sobra sabemos que podemos llamar y que está en la otra persona la libertad de contestar o no contestar. Sin embargo, me siento incapaz, ahora que la técnica me brinda esa oportunidad de llamar a muchas personas sin preguntar previamente si les incomodaría mi llamada. Ya sé que es inviable y que no es factible en modo alguno, pero hay veces que echo de menos la posibilidad de hablar con Juana y que me diga que no puedes contestarme, que estás a tus cosas y que ahora no te viene bien hablar conmigo si no es una cosa importante.

Además, Juana sabe que León no es Valladolid, no como otras, Siri.

viernes, 4 de octubre de 2019

Andancio. (Audio)

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Andancio. (En Hoy por Hoy León, 4 de octubre de 2019)

Será por la luz o por el cambio de estación. O quizá porque está en el ser de las cosas y es lo que toca. El hecho es que, ya lo habrás oído o lo estarás padeciendo, hay mucho “andancio” por ahí.

Digo yo si será esto de que los días se acortan y que se acerca ese sábado de octubre que nos dejará sin tardes o que los virus interpretan las farolas de LED como señales de invierno y, como hay tan poca luz y se ve tan mal, atropellan a quien se pone por delante. Ya sé que a ti, que tienes una farola en tu ventana, te alivia que se apague el fuego amarillo de las viejas lámparas y este frío de luces modernas y económicas te deja dormir de otra manera. Pero no todos tienen la suerte de leer en la cama sin encender la luz de la mesita y en la acera las luces nuevas dejan un poso de tristeza, como de cosa sin potencia, como de carencia, como de vida triste y maltrecha, una de esas vidas equivocadas que se recorren sin otra luz que la de la rutina.

He dicho vida equivocada y me arrepiento, porque el andancio te toca en la espalda sin preaviso, y la vida que te toca es siempre la correcta, y no hay error en eso de vivir lo que a uno le toca, sea un gripazo, una farola en la ventana o una diverticulitis recidivante, porque te toca lo que te toca y luego tú ya vas bailando con ello como mejor sabes y le metes un pisotón a tu pareja de baile o pierdes el paso cien veces o te vas a la polca cuando es habanera o incendias el aire en miradas que anuncian lluvias o torrentes de lágrimas o fuegos que inundan mares ya inundados. Quiero decir que, con lo que te toca, es un “allá te las avengas” y lo malo es que te toca mucho, te toca en gordo cada día y por mucho que te dices aquello de “quieto parao”, sabes que es imposible frenar la marcha y te mueves como el tren, como las olas, como los mosquitos que adoran la farola, ahora ya no tantos como antes. Algo bueno tenía que tener esto del LED.

El “andancio” se extiende por ahí y a todos llega. ¿No te encanta ese “por ahí”? Es como si fuese cosa de los otros y, cuando nos toca, no es que esté donde nosotros estamos, porque nos toca, pero no nos llega, porque ese andancio que nos echa contra la cama de un solo remangón es algo que no entra en casa, algo que siempre, siempre, siempre… ¡Anda por ahí! Aquí todos siguen en sus juegos y se habla de capitales y de avances. De la mejora de las Urgencias (no, eso no, de las obras de remodelación del Servicio de Urgencias), de la nueva estación (no, exactamente no, porque no habrá nueva estación, sino conversión de la “provisional” en “definitiva”), de Transición Justa (no, muy justa, muy justa, no, que las minas están cerradas y los empleos perdidos). Se habla de la salud y solo algunos se dan cuenta de ese terrible “andancio” que anda siempre “por ahí”.

Educrítica. (Audio)

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Educrítica. (En Hoy por Hoy León, 27 de septiembre de 2019)

Este fin de semana organizan dos profesores de la Facultad de Educación de la ULE y mucha más gente con ellos, ya te puedes imaginar, el “I Congreso Internacional Educación Crítica e Inclusiva”. Te lo quería decir, porque cuando hablamos de educación, hablamos de muchas cosas que son importantes, pero casi nunca hablamos de las cosas importantes y este fin de semana, aquí en León, va a poder hacerse y va a poder hacerse con mucha libertad, porque, aunque se trata de un congreso científico y asume los estándares que tal calificativo impone, se plantea desde la idea de analizar el papel y la relevancia de la educación crítica en la formación docente y en el análisis de las políticas socioeducativas neoliberales, planteando alternativas por una educación para el bien común.

El papel y la relevancia de la educación crítica en la formación docente, fíjate qué objetivo. Siempre he pensado que la educación es la tarea más humana que existe, que ninguna otra actividad, ni la medicina, ni la agricultura, ni la asistencia social, ni el periodismo, ni ninguna otra, tienen la importancia capital de la educación, porque lo que nos hizo humanos es nuestra capacidad de aprender. Creo que eso es lo que nos ha separado a una velocidad vertiginosa del resto de los seres vivos en nuestra evolución. Somos así porque podemos aprender lo que otros han sufrido, descubierto, logrado; lo que quieras pensar aquí. Hemos ido tan deprisa porque hemos reconocido la seguridad en el rostro que nos acuna y hemos podido aprender de eso. La cocina es el hogar, lo que nos humaniza, porque es el fuego con el que se cuece el alimento lo que nos salva y es ese fuego el que nos une y nos tiene en la hoguera escuchando, contando, recorriendo en una historia repetida lo que cientos de vidas han comprendido en sus historias. Pero nunca fue transmitir lo que se sabe lo que importa, sino que esa hoguera, que es hogar, ha sido luz para un proceso mucho más completo, perfeccionado con el tiempo y las generaciones: la educación.

No vamos a mirar cómo se formó esta escuela que ahora conocemos, pero sabemos que su origen está en la necesidad de los industriales de atender a las criaturas de la clase obrera en el tiempo en el que trabajan, o algo así, algo de eso, algo que se ha sostenido con el tiempo lejos de la cocina de la casa, algo que ha ido enfriando el encerado de las aulas, que ha distanciado al hecho educativo de su instancia original, para convertir la educación en empresa, tarea, duro trabajo que replica generaciones sin más miramiento que el de la utilidad y la conservación del conocimiento. En este mundo devastado envuelto en plásticos, ¿no crees que es necesario darle una vuelta al sentido de la educación? Pues eso es lo que van a hacer desde esta tarde en el Congreso. Deseando estoy de leer las conclusiones. ¡Qué bien suena: una educación para el bien común!

viernes, 20 de septiembre de 2019

Pájaros. (Audio)

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Pájaros. (En Hoy por Hoy León, 20 de septiembre de 2019)


La belleza está en la metáfora, no en la realidad del objeto. Seguro que te das cuenta de lo que digo si piensas, por ejemplo, en la morfología de un pájaro. Piensa en una paloma, en un mirlo, en un sencillo pardal y observa la arquitectura de su plumaje, las curvas del pico, la fragilidad de alambre de sus patas. Si piensas en el pájaro como cosa, como un simple objeto que hay en la realidad más común, te parecerá que es hasta desagradable, repulsivo.

En cambio, hemos elegido los pájaros como metáforas de la libertad o de la paz o de la belleza misma y esa condición supera su repelente realidad. Este verano un abuelo se llevaba por las noches a su nieto a cazar pájaros. Los buscaban entre los árboles y les apuntaban con la linterna. No llevaban tirachinas ni escopeta de balines. Les bastaba enfocarlos con el haz de luz y la sabiduría del abuelo para encender la antorcha de la magia. Pero la belleza no está en el hecho en sí, que no es nada, sino en su interpretación, en su interpretación emocional, por ser exactos.

Por eso es magia la Romería de los Pájaros de Paradilla de Gordón. No por el hecho en sí mismo, sino por su interpretación emocional. Me recuerda algún pasaje de Las enseñanzas de don Juan, ese en el que Castaneda le pregunta a don Juan si se de verdad se había convertido en un pájaro y su maestro le pregunta a su vez: ¿viste como pájaro? ¿Volaste como pájaro? ¿Sentiste como pájaro? Si hiciste todo eso, entonces qué me estás preguntando. La cita no es textual, pero sí el sentido. Creo que es por eso por lo que en Paradilla hacen pájaro a todo el que se acerca y le animan a participar de la fiesta, aunque no suba en madreñas, como manda esta tradición que empezó el año pasado, y le animan a sentirse como pájaro, porque pájaro es el apodo que reciben los del pueblo. Una buena manera de acabar este verano que termina en fin de semana: como diciendo que hasta aquí hemos llegado y que el lunes es lunes y otoño y que eso de sentirse como un pájaro es cosa del verano y de gente que anda inventando todo el día.

La belleza no está en el objeto, ya sabes, sino en la interpretación, en el sentido exacto de la metáfora. Encontrar la escultura de un “trasgu” saludando en la montaña, escuchar acordeones, plantar pendones, encender la fiesta, todo carece de sentido si tú no se lo pones. Cada cosa insignificante que te sucede, cada desencuentro, cada risa, cada mirada llena de miedos y reproches, cada roce, cada sílaba que encajas en tu almohada es una metáfora, si te interesa. Pájaros que aborrecéis pájaros, pájaros de mal agüero, pájaros de cuidado, pájaros de bandada o de arboleda, buscad la belleza en la metáfora. No dejéis que haya pájaros de plumaje sospechoso que os espanten.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Inteligencia. (Audio)

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Inteligencia. (En Hoy por Hoy León, 13 de septiembre de 2019)

Ya no te puedo decir si lo escuché seguido o lo hilé después mientras me espantaba las pesadillas en la ducha o si lo decía la radio al mediodía y eran las cabezadas de la siesta lo que me tenía entre sueños. No lo sé. Eran dos temas, una noticia sobre bancos de cerebros en la lucha contra el Alzheimer y un anuncio que hablaba de Diseño Inteligente, un simposio que se va a celebrar este fin de semana en León bajo la ida de que la ciencia actual desafía la teoría de la evolución de Darwin.

Uno sabe muy poco de cosas tan profundas. Entiendo que en la lucha para vencer la enfermedad es necesario experimentar con cerebros humanos. Cerebros enfermos y cerebros sanos. No sé decir mucho más. Cuando pienso en la complejidad del mundo, en la perfección de una amapola, en la simpleza absoluta de un alga flotando en el mar, su transparencia, en la complejidad y exactitud, en la precisión del ritmo del bombeo de la sangre en cada latido de un corazón, me asombro. Me asombra el fluir del río, las nubes recorriendo mi mirada, la cercanía, la influencia, la sorprendente conexión de la luna con todo lo mundano. Veo todo eso y todo lo que puedas imaginar o pensar o comprender en toda la extensión de lo que hay y encuentro esa perfección de la que hablan los que dicen que hay un Diseño Inteligente. Y lo cierto es que, más que toda esa perfección natural, lo que verdaderamente me asombra es que tú y yo podamos darnos cuenta de todo eso y que podamos entenderlo y comunicarnos sobre ello. Que te llegue al corazón lo que te cuento a tantos cientos de kilómetros o aquí a mi lado, en contacto conmigo o sin querer verme, escuchándome en la radio o leyendo en internet. Esa misteriosa llama de la conciencia, esa candelita, esa luz que, sin que sepamos todavía bien por qué, se apaga en ocasiones antes de llegar al momento fatal del final de una vida.

Tantas veces me pregunté de pequeño, cuando oía hablar de trasplantes de corazón y pensaba que el amor estaba ahí puesto, si los trasplantados amarían a las mismas personas que amaban los donantes. Tantas veces he pensado que, si la conciencia reside en el cerebro, en un hipotético trasplante, quién sería el que se está mirando en el espejo, a quiénes recordaría, por quiénes sería capaz de levantarse cada mañana. Esa asombrosa nube de la conciencia que se esfuma en la enfermedad, que se enjuaga y se va por el desagüe del recuerdo, ¿es también parte de ese Diseño Inteligente? La vieja cuestión de si es azar o necesidad.

¿Es inteligencia el aroma del café de esta mañana? Es voluntad férrea y quizá suerte o algo bueno que nos pasa hasta que nos devora un monstruo oscuro y nos inventamos una vida nueva. Pura inteligencia y, muchas veces, amor puro.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Un asunto capital. (Audio)

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Un asunto capital. (En Hoy por Hoy León, 6 de septiembre de 2019)

Un niño estaba jugando con la arena. Se le acercó intrigado otro muchacho de la misma edad. ¿Qué haces?, le preguntó. Un campo de fútbol, dijo. Y se pusieron a trabajar sin decirse ni una palabra más hasta que el campo de fútbol estuvo terminado. Lo miraron satisfechos y cada uno se fue por su lado, sin saber el nombre el uno del otro, sin preguntarse por la raza o la religión o la tendencia política. Sin tan siquiera saber si el campo era del Betis o del Sevilla, del Madrid o del Barcelona. Sin la necesidad de hacerse fotos con el móvil para el Instagram, sin más ni más: una colaboración eficaz para disfrutar de una obra bien hecha.

Lo sé, después algún otro niño disfrutaría al pisotear las gradas o algún caminante playero metería el pie en el círculo central desdibujando las áreas o, con mucha, mucha suerte, la marea devoraría la construcción sin dejar de ella el menor rastro. No importa. Eso a ninguno de los dos muchachos les importó en absoluto, porque todavía, por su edad, por su buena intención, por su pureza, tienen la mirada puesta en lo que pasa y no en las consecuencias. Construyen por el gusto de hacer algo y lo hacen en común sin preguntarse nada, porque todavía no les importa en absoluto el resultado, ni la permanencia, ni el juicio de los otros. No era una réplica de ningún campo conocido. De hecho, si no fuera por el dibujo de las líneas del terreno de juego, hacía falta la imaginación de un niño para saber que aquello era un campo de fútbol. Pero tenías que ver de qué modo lo construyeron, sin decirse una palabra, sin hacerse ni un reproche, con la diligencia de quien resuelve un asunto capital.

Me cuesta venirme al runrún del día a día. Me gustaría poder seguir abandonado a esa vida de calma y bienestar en la que hasta el asunto más capital del momento se resuelve sin mirar las consecuencias, sin que a nadie le afecte nada, sin que nadie pida explicaciones, sin que nadie mida, pese, calcule un porcentaje de beneficio, sin que nadie pretenda ninguna difusión, un acto puro de creación, un asunto capital, ya te digo.

Castillos de arena, castillos en el aire, castillos con cimientos de barro. Castillos que construyen Castilla, esa cuestión capital, que ha dado colorido a los noticieros de la semana. Un León sin Androcles, que anda todavía con la espina en una pata, cuestión capital, esperando a ese esclavo que se la arranque para no tenerlo que devorar cuando se lo vuelva a encontrar en la arena del circo. Me encanta de esa fábula la memoria de la fiera y me gusta, una vez más, el acto desinteresado de Androcles que encuentra su premio sin buscarlo.

Cada vez creo más en eso, en construir en la arena por el gusto de hacer algo con alguien, sin ningún interés, sin ningún deseo de permanencia. Me parece que es verdad que hasta el asunto más capital se convierte en anécdota con la suficiente perspectiva.

viernes, 28 de junio de 2019

Teratología. (Audio)

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Teratología. (En Hoy por Hoy León, 28 de junio de 2019)


La presencia del mal, la monstruosidad, la imperfección. La constatación de la existencia de la oscuridad para comprender el brillo de lo luminoso no me hace pensar que el mundo sea peor de lo que es. Me está costando, pero me parece que voy dando pasos ciertos en el camino de asumir que yo mismo pudiera ser perverso, imperfecto e inmoral. No en un sentido absoluto, pero sí monstruoso para alguien; incluso indeseable o digno de odio para personas a las que quiero o a las que admiro. Es fácil asumir el desprecio de quienes tú mismo no aprecias. Lo difícil es entender que personas a las que aprecias pudieran considerarte un engendro, un error de la naturaleza, un fallo inaceptable.

Ese contubernio alevoso que descubres a tu espalda solo te descentra cuando te miras en el espejo y ves señales de aviso sobre ti mismo que pudieran dar pábulo a la maledicencia desde tu propia mirada reflexiva. Se me está cargando de adjetivos la cuchara y empiezo a pensar que este jarabe no hay quien se lo tome. No obstante, me siento hoy de traca fin de fiestas y no me apetece corregir ninguno de mis desmanes. Por eso te sigo contando que ayer, con todo el calor, había gente muy leonesa por la calle con una “chaquetina” en el brazo por si acaso. Ahora que nos ha llegado el infierno a un paso del invierno, ya sabemos que no es ni endotérmico ni exotérmico, que sencillamente es la olla en la que se cuece el mal. El infierno es este calor que alimentas cuando te ves en el espejo las arrugas de tu propia personalidad, cuando descubres en una vaharada de calor enrojecido que tú mismo eres la anomalía, lo podrido, lo que se debería de poder extirpar, como los adjetivos innecesarios y sobrecargados que te estoy regalando y escuchas sin parpadear.

Esta cucharada de jarabe contra el engreimiento hay que tomársela con los sentidos bien alerta, para que no se te escape nada de su poder curativo. Ya sabes que, en la boca, tenemos más bacterias que habitantes hay en León. Sí, no lo dudes, por muy bien que te hayas cepillado, por muchas gárgaras que hayas hecho con colutorio de colores morado, rojo, verde o azul, tienes en esa boca que parece limpia más bacterias que almas pululan por este infierno de principios de verano en que se ha convertido la ciudad.

Tenías que ver la cara de alegría de la vecina del cuarto diciendo que venían del pueblo y que allí sí que se estaba bien. ¡Aquello es el cielo!, dijo. No. No venían de Villaquilambre. Ya sabes que allí el alcalde ha dicho que para el trabajo que hace le sale muy barato al pueblo. A veces se malinterpretan las cosas. Apuesto a que, en el fondo, las bacterias saben que no dijo tal cosa: ¿Quién habita un cielo tan seguro de sí mismo?

domingo, 23 de junio de 2019

Las vacas de Vilecha. (Audio)

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Las vacas de Vilecha. (En Hoy por Hoy León, 21 de junio de 2019)

Sé que me vas a agradecer que no te hable de la actualidad. Te lo noto en el modo de escuchar mientras te hablo, en la manera en la que le has subido un punto al volumen para poder escuchar lo que te digo en medio de todo el ruido que te rodea. Has oído la palabra “agradecer” y ya estás pendiente de lo que te digo, por eso sé que no quieres ni oír hablar de la Alcaldía de León o de nada semejante, que estás más pendiente de cómo te vas a organizar en el puente o, si tienes que trabajar el lunes, qué vas a hacer el fin de semana, este fin de semana de noches cortas y tardes eternas. Sé que agradeces el fresco de unas cuantas palabras amables. Te repito una: agradecer.

Ahora que ya tienes oídos nuevos, oídos de cuatro dimensiones que te enchufan a esa palabra tan amable de hace nada —“agradecer”—, puedes volver a bajar el volumen de la radio e instalarte en eso y pensar en las cosas por las que te parece importante dar las gracias a alguien. Hay sentimientos que nos acercan a la felicidad y otros que nos alejan. Lo curioso es que los mismos hechos, a las mismas personas, nos pueden provocar sentimientos de gratitud o reproche, porque la diferencia no está en lo que pasa, sino en el modo en que nosotros integramos lo que pasa. Lo hemos dicho tantas veces que ya casi que me da vergüenza repetirlo: lo que ves no es lo que hay, sino lo que tú puedes ver. Es curioso que seamos tan tercos y nos empeñemos tanto en conceder realidad a lo que es solamente una ficción, la ficción que cada uno de nosotros construye. ¿Has vuelto a subir el volumen? ¿Es que no me oyes bien? Si no cambia nada en lo que digo, ¿por qué necesitas acercar mi voz a tus oídos? ¿Acaso no son oídos nuevos? Está bien, te lo explico: solo puedes escuchar lo que eliges escuchar de entre todo lo que oyes. Elige la gratitud, no el reproche. Presta atención a sentimientos que te acercan a la felicidad, o mejor, que construyen tu felicidad, o más preciso aún, que son tu felicidad. Está en tu mano, en tus ojos, en tu nariz, en tu paladar, en tus oídos. Agradecer es un modo de ser feliz. Reprochar, no.

Lo que pasa es que luego alguien mata a tiros tus únicas cuatro vacas y las tienes muertas en el prado cuando vas a verlas por la mañana. Ocurrió en Vilecha hace unos días, que se encontraron muertas por disparo de rifle las únicas cuatro vacas de un hombre que, según tengo entendido, también había perdido este mismo año a su madre. Resultará difícil regalarle la palabra “agrader”. Se muere tu madre, te matan las vacas y oyes por la radio que debes mirar con ojos nuevos. Ya. Ya me doy cuenta. Es esa terquedad de la realidad que siempre se impone y que aplasta todo sonido que no sea su modo de arrastrar cadenas y construir desgracias. Lo sé, es difícil. A veces es muy difícil, pero, te lo digo a ti que has matado todas mis vacas: gracias. De corazón, gracias. He aprendido.

viernes, 14 de junio de 2019

Fruta de la pasión. (Audio)

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Fruta de la pasión. (En Hoy por Hoy León, 14 de junio de 2019)

Me gusta de la mañana el olor del gel en la piel de quienes te cruzas. Pero me gustan esos olores sencillos, a jabones y crema hidratante, algún champú poco agresivo, olor a limpio. Y no puedo soportar esos desodorantes que tapan todo, el after shave del tipo “atufa o no macho” o las colonias que impregnan el mundo con su esencia. Como decíamos ayer, es dudosa la necesidad del estado, es dudosa la extensión y alcance del ámbito de lo privado, es dudosa hasta la existencia del propio individuo como “yo” independiente de todo lo otro, si es que lo otro existe, porque, puestos a pensar en términos siderales, lo mismo da ocho que ochenta. Y es verdad, y lo observo, pongamos por caso, en los bares.

Sé que te has fijado, porque es inevitable, que los bares de siempre se reconvierten o desaparecen. Pienso, por ejemplo, en ese que estaba a la entrada del Húmedo, ese que pisaba la grieta que se abre en el punto más alto del suelo de León, ese que se cerró hace ya algún tiempo y ha estado en obras y que debe estar a punto de abrirse, si no es que está abierto ya, bajo la reforma de las nuevas modas del estándar decorativo de los bares: esa invasión de maderas y cristales, esa luminosidad de marcas comerciales, cervezas la mayoría, que franquician locales intercambiables entre cualquier ciudad de España, no sé si del mundo. Un bar de León con las señas de identidad de la misma cervecera que decora uno de Torrelodones o la franquicia de bocata rápido y barato que llama a los clientes por su nombre: Paul Newman, Miss López, señor Mazinger, Afrodita. Los mismos bocatas en el mismo entorno y en todos los locales que quieran animarse a extender el éxito de una fórmula que triunfa, sin importar la idea de lo que significa el espíritu local: “aquí se vende morcilla y se vende así; ¿No te parece bien? Ahí tienes la puerta”.

En cambio, frente a la rudeza leonesa que es más una pose de fiereza que una realidad, la franquicia te regala el mismo olor en un centro comercial de Miguelturra que en su gemelo cazurro, algo que ya inventaron las hamburgueserías en otro siglo y que se extiende como la gangrena. Lo que decíamos, que no hace falta estado, pero el estado —en toda su extensión— es lo único que hay y su presencia devoradora devasta toda aldea. ¿Toda? ¡No! ¡Aún hay reductos que resisten todavía y siempre al invasor! Hace unos días traté de llevar a unos amigos a algunos de estos héroes resistentes y me los encontré todos cerrados. Quise creer que era por descanso.

Por cierto, que, como te decía al principio, me gusta el olor de gel fresco en la mañana. Es una pena que la uniformidad sea el estado que también conquista nuestra higiene. “Hueles a gel de Mercadona”, nos dijimos en el ascensor.

viernes, 7 de junio de 2019

Me estás dejando en visto. (Audio)

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Me estás dejando en visto. (En Hoy por Hoy León, 7 de junio de 2019)

Se había sentado cómoda, como con mucho tiempo por delante, y me hablaba de temas que yo no tenía la menor intención de escuchar. Hablaba y hablaba y yo ya había desconectado hacía un rato y estaba haciendo otras cosas, tal vez atendiendo el correo o redactando algún informe. Ella se dio cuenta y entonces lo dijo: “me estás dejando en visto”.

No me enteré de qué es lo que quería decir. Le pregunté qué era eso de “dejarla en visto” y, mientras preguntaba, comprendí que se trata de eso que hacemos cuando vemos un mensaje de Whatsapp y no comentamos nada. Lo “dejamos en visto”. ¡No me digas que no te encanta la expresión! ¿Has pensado en todas esas cosas que voluntaria o involuntariamente “dejamos en visto” a lo largo del día? “Dejas en visto” el sol haciéndose un hueco por entre las nubes, la mirada sorprendida de tu hija, el cartel que anuncia el concierto del año, la caja de puros vacía de monedas al pie del mendigo de la esquina. “Dejamos en visto” todo lo que no nos cabe en el reglón parpadeante de nuestro día. Vemos el mundo que no es nuestro y enfocamos solo el trocito que nos incumbe y, de ese mínimo espacio que consideramos propio, contestamos solamente los mensajes que nos importan o nos interesan o nos obligan y “dejamos en visto” todo lo otro, aunque sea de lo nuestro, porque no nos cabe en el morral de la realidad.

Y tengo la impresión de que el vértigo de los días nos lleva a poner el “visto” y seguir tirando. Hablo por mí. Mira que lo intento, pero me cuesta resentirme en las cosas, frenar el segundero ese que ya no existe, intervenir en mis asuntos con el detenimiento de quien goza de estar vivo. Me cuesta, te digo, porque me siento un zombi interactuante a la velocidad a la que vuelan los datos y me aborda la necesidad de refrenarme, de volver a lo lento de la trilla, al agua en el reguero. No lo digo en serio. No digo que crea en la necesidad de una vuelta atrás tecnológica al estilo amish, porque me parece estupendo todo lo que ha aportado la tecnología. Es solo que esa perfección de herbicidas, por ejemplo, ha circunscrito las amapolas a las lindes y a las fincas que no se han llegado a fumigar. Cuadros de puñetazo rojo en la carretera entre el verde ribeteado de los campos bien tratados. Este año, la miseria del cereal será la misma, pero ya solo tenemos amapolas en el abandono. Ayer oí decir de prótesis de cadera que podrían causar efectos indeseables porque desprenden no se qué metales. El bien y el mal rayando siempre en las dos caras de la misma moneda. Lo “dejaremos en visto”.

Como el culebrón de la Alcaldía de León, que ya lo tenemos en visto hace días. Como la ciclogénesis, como la belleza de una sonrisa, como este mensaje.

sábado, 1 de junio de 2019

Errare humanum est. (Audio)

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Errare humanum est. (En Hoy por Hoy León, 31 de mayo de 2019)

La versión de Cicerón, en sus Filípicas, hominis est errare — es propio del hombre equivocarse—, me gusta más, creo, que el famoso Errare humanum est, que viene a ser lo mismo, pero con matices: una pone por delante a los hombres y la otra a los errores, pero en las dos sentencias estamos en lo mismo, en esa idea de que el error es consubstancial a lo humano. No sé si decir “consubstancial” es un error en sí mismo y ya me envuelvo otra vez en las paradojas de las que te hablaba el viernes pasado. Si me equivoco al decir que los seres humanos y el error son consubstanciales, y yo soy un ser humano, es que tengo razón, pero, si tengo razón, me equivoco. ¡Vaya lío!

¡Menuda papeleta! Ayer me decía un amigo que votó en las Pastorinas que se sentía estafado, porque él, que había dejado todo para ir a votar, concienciado como estaba, resulta que ahora ya no está seguro de si su voto se le apuntó a quien él dijo. Yo lo tranquilicé diciéndole que seguramente su voto estaba bien contado, que a lo mejor era otra mesa y que… Y ahí me paré, porque lo siguiente era preguntarle a quién había votado. Y eso no se le hace a un amigo. ¿O sí?

¿Quién decía que en política se trata de encontrar las soluciones menos malas? No sé. Ni me interesa, porque yo no creo en ese pragmatismo. Me parece que esconde una terrible mentira: la de que no podemos tener control sobre nuestras propias ideas, que no podemos pensar en que nuestras ideas son posibles, que tenemos que conformarnos con la imperfección, porque la democracia es el menos malo de todos los regímenes políticos que son malos “per se”, porque los resultados de las elecciones son siempre malos y hay que optar por la solución menos mala, porque los gobernantes son siempre malos y tenemos que pensar en elegir a los que lo sean menos.

Yo no lo veo así. Me parece que tenemos muchos modos de hacer política, que de hecho nunca escapamos a la política, ni en nuestro trabajo, ni en nuestras relaciones sociales, ni en nuestro modo de consumir, ni en ningún aspecto de nuestra vida. Todo lo hacemos con una impronta política y en eso no hay errores, porque creo que alcanzamos consensos básicos sobre cosas importantes y que eso está haciendo que quienes se dedican a la política como profesión comprendan que hay muros infranqueables. Eso lo hacemos cada día y eso me importa, porque no buscamos lo mejor de entre lo peor, sino que miramos hacia lo más brillante y mágico y creemos que es posible.

Errare humanum est, sed diabolicum perseverare. O mejor, como dice Quino en un pensamiento de Mafalda cuando lee la sentencia latina: ¿Y estum? Eso digo yo. Es verdad que todo el mundo se equivoca, pero ¿y esto? La Alcaldía de León está en un puñado de votos que parecen mal atribuidos a un partido y no a otro por un error humano. El error está en el fondo de toda atribución, porque es humano. ¿O no?

viernes, 24 de mayo de 2019

No tienes hondón. (Audio)

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No tienes hondón. (En Hoy por Hoy León, 24 de mayo de 2019)

Las organizaciones humanas son caóticas. No soportan la rigidez, ni el azar puro. Viven en el filo del desorden, en el límite del caos, y es ahí en donde encuentran sentido. La vida, ese desmoronamiento, se organiza en el desvelo de la no permanencia. Ese espíritu tenso en el que se resuelve la realidad es a la vez orden y desorden y por eso lo humano emerge en el caos. Lo dicen de la propia conciencia algunos neuro-psicólogos: aparece como un efecto del modo caótico en el que se organiza la sinapsis neuronal. Es la nube.

Ayer me decía un amigo que él está solo porque le duele el amor, porque ha padecido tanto el amor, que ahora que se siente nonagenario, no está en condiciones de sufrir más y quiere vivir en calma, con la idea presente del desvanecimiento del tiempo en un ahora eterno. Es verdad que el tiempo nos desgasta, que el único modo de escaparnos de su corrosivo transcurrir es negarlo. Ahora yo digo ahora, hablo ahora, soy ahora y ese ahora durativo me desmiente, que no hay instante que describa este instante, como no hay momento que no sea este. ¡Qué brutal paradoja! ¡La misma que escribe el convivir del orden y el caos! ¡Si no fuera por la certeza de la muerte, me quitaría la vida!, dijo. Es el gris.

La paradoja, esta o cualquier otra, es la base de lo humano. La condición de toda organización es la inconsistencia. La inconsistencia o la completud, porque, como sabes, nunca admitiría pertenecer a un club que me admitiese como socio. O dicho de otro modo: ¿qué pasa cuando decimos “esta proposición es falsa”? Si es falsa, es verdadera y si es verdadera, es falsa. Por eso no me creí nada de aquello de cerrar las puertas al amor, porque el orden y el desorden, el sí y el no, están en la base de todas las verdades. Es la piedra.

Todo orden es caótico y todo lo caótico está ordenado. Nube, gris y piedra.  El domingo otra vez te levantarás temprano, tan temprano que a esa hora tuya de la siesta, cuando estén abriéndote las urnas, dejarás el voto que tanto has repensado y te pasearás tratando de saber, por el aspecto de la gente, el resultado de estas elecciones. Cargarás con esa ceguera de papeletas, sobres de diferentes colores, matices suaves para saber qué traen los votantes en las manos. Te detendrás de nuevo en tus quehaceres y esperarás. Lo que hayas elegido será lo bueno y lo incorrecto, porque está en el conflicto del mundo el acierto y el engaño. Ya lo decía tu madre cuando tus hermanos te llenaban el plato con sus sobras: ¡hijo mío, si es que no tienes hondón!

Si está prohibido que los barberos afeiten a quien pueda afeitarse por sí mismo, un barbero que fuera único en su pueblo, ¿puede o no puede afeitarse? Es la misma paradoja, como esta nube gris y piedra. Una idea para un relato que empieza en la Plaza del Grano donde están las puertas del cielo. Grises y nubes, las piedras botan sus pecados para rastrillar las suelas del que pasa. Almas en vida y pena. Los resultados.

viernes, 17 de mayo de 2019

Al otro lado del río. (Audio)

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Al otro lado del río. (En Hoy por Hoy León, 17 de mayo de 2019)


Al otro lado del río hemos tenido poca presión en el agua al comienzo de esta semana. En Aguas de León me explicaron que la causa era que había que modificar el trazado de unas tuberías debido a las obras del tren. Agua y tierra, como si me hubieran oído el viernes pasado. Se reía conmigo el empleado de Aguas de León que me atendió, porque le conté que había llamado a un teléfono novecientos que aparecía en la web y que allí me habían dicho que estaría sin agua toda la ciudad de León hasta el jueves. Yo le dije a la persona que me atendió, pero oiga, que yo trabajo en León y en mi lugar de trabajo hay agua. Pues yo aquí lo que tengo es un corte de agua hasta el jueves 16 a las tres, me dijo. Vaya usted a buscar las cubas. Cuando se corta el agua, generalmente, se ponen cubas.

El empleado de Aguas de León se moría de la risa y me explicaba lo de las obras del tren y lo de la tubería y algo me dijo de la presión y de que en los pisos altos es posible que no llegara el agua en momentos de mucho consumo, pero que, en general, no iba a haber una gran afectación. Solo en algunos barrios del río para allá. No llame usted al novecientos, cuando necesite algo que tenga que ver con las aguas, al nueve ocho siete, terminó diciendo.

Así es que la empresa mixta Aguas de León es, en parte, un desastre informando y, en parte, todo precisión. ¿Consistirá en eso la cosa de lo mixto? ¿Eres capaz de adivinar la parte pública y la parte privada?

Al otro lado del río, las obras, el agua escasa en el grifo.

Al otro lado del río, los que nos hemos saltado el puente, esos que no supimos mantenernos del lado bueno. Por eso esta semana anduvimos un poco menos limpios que de costumbre, con alguna legaña escondida en las pestañas —no, eso nunca, que los gatos se lavan divinamente con cuatro gotas—, con una sensación de somnolencia prolongada por el efecto de la falta de la ducha matutina, recordando aquel aseo eterno del hilo de agua escasa de los veranos manchegos de hace tantos años. El fuego de la sed, esa sed de cereal, esa sed de cubos con agua recogida, ese cuidado de cada gota en el lavabo para sacudir la noche. Un cielo de heladas y jofainas, palanganas, tardes de suelo ardiente regado con agua espolvoreada con la mano para asentar el polvo. Otra vida. Un mundo que recordé estos días economizando más agua de la que normalmente ya procuro no gastar. Una imagen del teléfono novecientos tratando de localizar la cuba más cercana. El esperpento insensato de la desinformación deslocalizada. Dígame su nombre para que pueda dirigirme a usted por él.

¿Os acordáis? ¿Os acordáis de cuando bebíamos agua?

sábado, 11 de mayo de 2019

viernes, 10 de mayo de 2019

Cada vez hay menos hipopótamos. (En Hoy por Hoy León, 10 de mayo de 2019)


Hace unos días leí un artículo en un periódico de tirada nacional con este título: La escasez de caca de hipopótamo pone en riesgo la alimentación de millones de personas. Te he dejado un silencio para que lo tragues. ¿A que estás pensando que eso no puede ser, que es imposible que haya millones de personas que se alimenten así? Yo también lo creo y el periodista que firma la información también, aunque nos trate de engañar con el sobreentendido. Lo que realmente sucede es que las deposiciones de estos enormes mamíferos, que se protegen del sol sumergidos en los ríos y lagos africanos, favorecen la proliferación de diatomeas en el agua, con lo que se evita el crecimiento de algas que consuman oxígeno. Es decir, a más hipopótamos, más diatomeas, menos algas y más peces. A más peces, más alimento para otros animales y así seguimos la cadena hasta esos millones de personas cuya alimentación podría estar en riesgo por la ausencia de caca de hipopótamo. ¿Mintió el periodista? No, pero asusta ese modo de manipular la información.

Yo lo he vivido de cerca esta semana, porque he visto una noticia que incluía detalles a mi juicio irrelevantes que además eran falsos. Cuando hablé con la periodista que la publicó, me dijo que ella ponía lo que le habían dicho. Y claro, con escribir “según trascendió” la cosa está resuelta. Es la caca de los hipopótamos. Lo que dice es verdad, porque eso es lo que trascendió, aunque fuese mentira. El problema es que es muy difícil después hacer ver que eso que trascendió no era verdad. Los políticos lo hacen mucho. ¿A que sí?

Las noticias las construyen personas y a las personas, y a los medios para los que trabajan, los llegamos a conocer. Por eso sabemos que no hay millones de seres humanos pendientes de los hipopótamos para poder comer. Por eso sabemos que las noticias que vienen firmadas por tal o por cual periodista debemos tomarlas con pinzas. Por eso elegimos atender a quienes nos parecen solventes. Seguramente es por eso por lo que escuchas Radio León. Aquí esos detalles no se dieron. Ni en otros muchos medios, aunque aquellos detalles “trascendieran”. El verbo trascender tiene acepciones curiosas, por ejemplo: exhalar olor tan vivo y subido, que penetra y se extiende a gran distancia. Huele a algo de eso. No tengo ni idea de cómo es el olor de la caca de hipopótamo, pero es una maravilla que de ella dependa la alimentación de tanta gente. 

Ayer, al terminar de escribir, me fui a ver a Pou al Auditorio. Hacía de capitán Akhab en Moby Dick. De hipopótamo a ballena. Mamíferos y agua limpia.

viernes, 3 de mayo de 2019

Ahora que estoy sin serie. (Audio)

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Ahora que estoy sin serie. (En Hoy por Hoy León, 3 de mayo de 2019)

Talía, es un decir, que veía fantasmas a su alrededor, encontró el modo de espantarlos o, por lo menos, de esconderlos o de dejarlos a un lado sin que los otros la mirasen con recelo y le dijesen que era un bicho raro o que les daba miedo estar con ella. Ella, que veía los fantasmas que la atormentaban, decidió vivir sin ellos y se echó a un lado la melena y enfrentó el frío sabiendo que hay algo en los dobleces exactos de cada día que te saca en el autobús 695 hasta el final de la línea.

Poesía, esa palabra muda que sangra”, escribe Sara R. Gallardo.

Estábamos mirando la catedral desde la terraza. De hecho, solo decíamos que estábamos mirando la catedral desde la terraza. Dos, tres, cuatro, todas las veces diciendo, señalando la dirección en la que mirar la catedral desde la terraza, rodeados de turistas de fin de semana largo madrileño, que hubieran querido ver la catedral como nosotros vimos o dijimos que vimos en ese sol en el que apareció Talía en mis recuerdos rodeada de todos sus fantasmas. Y bailó en el enrejado del parasol, por entre las telas grises y las hojas, como enseñando su daño, si es que hubo un día en el que alguien le sostuvo la espalda mientras se hacía la muerta sobre el agua. Sara —ya te he hablado mucho de ella: es una de mis poetas preferidas, por berciana, por madura, por intensa, por exacta— se desencajó de la conversación, cuando hablé de aquella niña que vivía entre fantasmas, porque hay mundos que duelen un instante permanente.

Estamos todavía a milenios de encontrar el respeto en la palabra exacta que comprenda lo que pasa cuando no todo es tan fácil como decir “estoy sano”. Son brillos que veo en las miradas de algún padre enganchado de miedos y de ausencias, en el amor que evita el parpadeo de la lámpara, en el frío que distorsiona y termina una llamada, la seguridad del mundo cuerdo que concuerda la imposibilidad de toda desviación de la concreta croqueta que se devora en dos bocados o cinco palabras: esto es lo que hay.

Era la Plaza de San Marcelo, unas horas antes. Ya habíamos hablado de poesía en el Instituto. Ya estábamos solo esperando por el tren, cuando dijimos de subir a la terraza. Ya habíamos dicho lo raro que se siente uno sin novela. Ya conté que, a pesar de la fiebre de la moda, en este momento estoy sin serie. No sé decirte. Una vez me sostuviste. Lo sé. Creo que voy a empezar alguna serie noruega: a veces necesitamos nadar entre fantasmas, aunque sean de los otros.