Talía, es un decir, que veía
fantasmas a su alrededor, encontró el modo de espantarlos o, por lo menos, de
esconderlos o de dejarlos a un lado sin que los otros la mirasen con recelo y
le dijesen que era un bicho raro o que les daba miedo estar con ella. Ella, que
veía los fantasmas que la atormentaban, decidió vivir sin ellos y se echó a un
lado la melena y enfrentó el frío sabiendo que hay algo en los dobleces exactos
de cada día que te saca en el autobús 695
hasta el final de la línea.
“Poesía,
esa palabra muda que sangra”, escribe Sara R. Gallardo.
Estábamos mirando la catedral desde
la terraza. De hecho, solo decíamos que estábamos mirando la catedral desde la
terraza. Dos, tres, cuatro, todas las veces diciendo, señalando la dirección en
la que mirar la catedral desde la terraza, rodeados de turistas de fin de
semana largo madrileño, que hubieran querido ver la catedral como nosotros
vimos o dijimos que vimos en ese sol en el que apareció Talía en mis recuerdos
rodeada de todos sus fantasmas. Y bailó en el enrejado del parasol, por entre
las telas grises y las hojas, como enseñando su daño, si es que hubo un día en
el que alguien le sostuvo la espalda
mientras se hacía la muerta sobre el agua. Sara —ya te he hablado mucho de
ella: es una de mis poetas preferidas, por berciana, por madura, por intensa,
por exacta— se desencajó de la conversación, cuando hablé de aquella niña que
vivía entre fantasmas, porque hay mundos que duelen un instante permanente.
Estamos todavía a milenios de
encontrar el respeto en la palabra exacta que comprenda lo que pasa cuando no
todo es tan fácil como decir “estoy sano”. Son brillos que veo en las miradas
de algún padre enganchado de miedos y de ausencias, en el amor que evita el
parpadeo de la lámpara, en el frío que distorsiona y termina una llamada, la
seguridad del mundo cuerdo que concuerda la imposibilidad de toda desviación de
la concreta croqueta que se devora en dos bocados o cinco palabras: esto es lo
que hay.
Era la Plaza de San Marcelo, unas horas antes. Ya habíamos
hablado de poesía en el Instituto. Ya estábamos solo esperando por el tren,
cuando dijimos de subir a la terraza. Ya habíamos dicho lo raro que se siente
uno sin novela. Ya conté que, a pesar de la fiebre de la moda, en este momento
estoy sin serie. No sé decirte. Una vez
me sostuviste. Lo sé. Creo que voy a empezar alguna serie noruega: a veces
necesitamos nadar entre fantasmas, aunque sean de los otros.
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