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viernes, 3 de mayo de 2019

Ahora que estoy sin serie. (En Hoy por Hoy León, 3 de mayo de 2019)

Talía, es un decir, que veía fantasmas a su alrededor, encontró el modo de espantarlos o, por lo menos, de esconderlos o de dejarlos a un lado sin que los otros la mirasen con recelo y le dijesen que era un bicho raro o que les daba miedo estar con ella. Ella, que veía los fantasmas que la atormentaban, decidió vivir sin ellos y se echó a un lado la melena y enfrentó el frío sabiendo que hay algo en los dobleces exactos de cada día que te saca en el autobús 695 hasta el final de la línea.

Poesía, esa palabra muda que sangra”, escribe Sara R. Gallardo.

Estábamos mirando la catedral desde la terraza. De hecho, solo decíamos que estábamos mirando la catedral desde la terraza. Dos, tres, cuatro, todas las veces diciendo, señalando la dirección en la que mirar la catedral desde la terraza, rodeados de turistas de fin de semana largo madrileño, que hubieran querido ver la catedral como nosotros vimos o dijimos que vimos en ese sol en el que apareció Talía en mis recuerdos rodeada de todos sus fantasmas. Y bailó en el enrejado del parasol, por entre las telas grises y las hojas, como enseñando su daño, si es que hubo un día en el que alguien le sostuvo la espalda mientras se hacía la muerta sobre el agua. Sara —ya te he hablado mucho de ella: es una de mis poetas preferidas, por berciana, por madura, por intensa, por exacta— se desencajó de la conversación, cuando hablé de aquella niña que vivía entre fantasmas, porque hay mundos que duelen un instante permanente.

Estamos todavía a milenios de encontrar el respeto en la palabra exacta que comprenda lo que pasa cuando no todo es tan fácil como decir “estoy sano”. Son brillos que veo en las miradas de algún padre enganchado de miedos y de ausencias, en el amor que evita el parpadeo de la lámpara, en el frío que distorsiona y termina una llamada, la seguridad del mundo cuerdo que concuerda la imposibilidad de toda desviación de la concreta croqueta que se devora en dos bocados o cinco palabras: esto es lo que hay.

Era la Plaza de San Marcelo, unas horas antes. Ya habíamos hablado de poesía en el Instituto. Ya estábamos solo esperando por el tren, cuando dijimos de subir a la terraza. Ya habíamos dicho lo raro que se siente uno sin novela. Ya conté que, a pesar de la fiebre de la moda, en este momento estoy sin serie. No sé decirte. Una vez me sostuviste. Lo sé. Creo que voy a empezar alguna serie noruega: a veces necesitamos nadar entre fantasmas, aunque sean de los otros.

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