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viernes, 25 de noviembre de 2022

Esferas cristalinas. (Audio)

 

Esferas cristalinas. (En Hoy por Hoy León, 25 de noviembre de 2022)

    En el cosmos geocéntrico que dibujaron los griegos, y que todavía persistió después de Copérnico, el mundo supra lunar es un sistema de esferas cristalinas hechas de éter o quintaesencia. Esferas perfectas que se mueven en un movimiento circular como no puede ser de otra forma dada su pureza y perfección. Es un universo eterno, un cosmos de armonía solo quebrada por los astros errantes que llamaron planetas y que dibujaban movimientos anómalos en los cielos. Esos planetas, y el resto de anomalías que fue generando la observación, llevaron al genio polaco a pensar en una hipótesis descabellada, una idea que solo podía presentarse como una hipótesis, como un juego matemático: la idea revolucionaria de que la tierra no fuera el centro de ese cosmos ordenado y que perdiera esa posición central para desplazarse a una más de las órbitas que giran alrededor de un nuevo centro, el sol.

    Esa idea revolucionaria de Copérnico no es fruto de la observación, sino que va contra la observación misma y trae consigo consecuencias demoledoras como es el sencillo hecho de que si la Tierra es uno más de los planetas, probablemente todos los planetas y los astros respondan a las mismas leyes físicas de la Tierra, con lo que esa idea de perfección de lo celeste se desvanece. La reinterpretación cristiana del sistema aristotélico-ptolemaico se desmorona y la Harmonia Mundi ya no se sostiene de manera científica.

    Fíjate qué dos acontecimientos más revolucionarios: ya no hay un cielo perfecto y una realidad terrenal, sino que el cosmos es el mismo en los orbes que en la tierra y, por otra parte, la observación, la evidencia de la experiencia directa, ya no es la explicación correcta de la realidad. Parece mentira que hayan pasado tantos siglos desde el “pero se mueve” de Galileo. Seguimos, creo yo, colgados de la idea griega de la perfección del cosmos y miramos al cielo con los ojos turbios de admiración mágica. No me malinterpretes. No quiero decir que no me parezca bien. Al contrario, diría. Ya sabes que soy siempre partidario del asombro y que esa esfera de la magia entiendo que es la que enciende la chispa del sentido en nuestra frugal, si es que se puede decir así, y efímera existencia. Ese mirar la esfera de los cielos con el asombro en las pupilas es buscar lo eterno que se nos escapa y eso que la inmortalidad está siempre en nuestra mano, porque compartir la belleza es alcanzar la eternidad.

    Por eso creo que la noticia de la semana, sin lugar a dudas, la protagonizan Pablo y Sara, los dos leoneses escogidos por la Agencia Espacial Europea para participar en su programa como futuros astronautas. Podrán observar lo que Copérnico imaginó, podrán mecerse en la belleza de la eternidad de los orbes cristalinos. Son más que la noticia, son la cara del éxito, la imagen de un sueño hecho realidad.


viernes, 18 de noviembre de 2022

Rombo. (Audio)

 

Rombo. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2022)

    Todas las cosas podrían suceder en el bar de enfrente o en la tienda de la esquina. Ya sabes de mi debilidad por Lubitsch, ese modo de enseñar sin enseñar, de decir sin decir, de hacer creer que efectivamente todo puede ser en la tienda de la esquina cuando se acerca la Navidad y James Stewart se enamora. La tienda de la esquina antes que el bar de enfrente, la tienda de la esquina porque ya apenas existe, porque se mantiene como puede reinventándose en espejos y luces y lucha a duras penas con la presión oriental o de las medianas y grandes superficies.

    En el barrio, carnicerías que también venden frutas y otros productos de olvidos de última hora, despachos de pan que son quioscos o quioscos que son panaderías en los que todavía se escucha llamar a los clientes por su nombre. Tiendas en las que quizá ya no puede pasar cualquier cosa, pero que resisten como pueden al comercio devastador de la gran empresa. Si decíamos de los bares, que se arrastran en su pérdida de personalidad a manos de las cerveceras, esa tienda de la esquina ya no tiene aliento ni para arrastrarse. Pienso en alguna de mi pueblo, que fue mítica en mi infancia, referencia obligada de anécdotas en cachos o en lonchas, que ya apenas se sostiene en la oscura bodega del tiempo, como queriendo mostrar su luz perdida, su imposibilidad de adaptarse al ritmo de la exigencia digital globalizada. Pero en el bar sí. En el bar, pese a que no tenga ese toque Lubitsch que tanto me gusta, en el bar sí que siguen pasando todas las cosas y eso que ya ves que cada vez hay menos bares y más cervecerías. En el bar de enfrente de una gasolinera se refugió el conductor ebrio que este domingo pasado dejó su coche abandonado en el surtidor. No queda claro si con la manguera puesta.

    Podemos pensar que tenía la manguera puesta y que se le olvidó sacarla, o que mientras estaba repostando vio la oportunidad de tomarse la última en el bar y no pudo resistirse, o que iba directamente al bar y no encontraba aparcamiento y pensó que la gasolinera era un buen sitio. Total, iban a ser solo dos cañas más. Es un decir, ya me entiendes. El bar de enfrente es el paisaje de tantas cosas, que cuesta entender una imagen de España sin esa referencia. Vida en el bar. 

    Todo puede suceder en el bar de enfrente o en la tienda de la esquina. Veo nuestras vidas escurriendo por un borde hacia la barra del bar o el mostrador de la tienda, resbalando hacia un vértice y volviendo por el otro, dibujando un rombo en el que nos movemos desde donde yo estoy hasta donde estás tú, en esquinas enfrentadas que recorren caminos quebrados, en esa trayectoria simétrica que si se recorre por fuera nunca termina. El rombo es en la memoria colectiva de los que vimos el cine en blanco y negro una señal de peligro o de atracción, según se mire. James Stewart, en la película, sabe ver la belleza finalmente en la muchacha de la tienda de la esquina, sin mirar en el vértice simétrico del rombo, sin necesidad de tomar la última en el bar de enfrente.

viernes, 4 de noviembre de 2022

Número. (Audio)

 

Número. (En Hoy por Hoy León, 4 de noviembre de 2022)

    Estuvimos comiendo un cocido el viernes pasado en un restaurante que está aquí mismo, a cuatro calles de la radio. Estuvimos sintiendo la lluvia que caía fuera, una lluvia de otoño en este verano de octubre. Nos vino bien el día gris y oscuro para envolver el cocido y nos hizo sentirnos en casa el ambiente amable que todavía conserva ese restaurante a pesar de la reforma. Nos dio por recordar qué bares quedan con el sabor de siempre, con ese aire de tasca que los define y que no han sucumbido todavía a la voraz redecoración de las franquicias o las marcas de cerveza. Algunos lo han hecho manteniendo viva su identidad, pero en otros no sabes si estás en Almería o en Segovia.

    El caso es que Ángel, lo vamos a llamar así por si eso hace que se sienta más ángel que demonio, vive en Roma y había venido para ver a su madre y bueno, no te cuento más detalles. El caso es que nos contó que su hija —que no es romana, porque en Italia rige la sangre y no la tierra y por eso la niña tiene pasaporte japonés como la madre y español como el padre, pero no italiano— le pregunta algunas veces cosas como esta: papá, ¿cuántas noches tengo que dormir para que llegue la Navidad?

    Fíjate qué tesis más profunda. La Navidad no llega sola. Llega porque yo tengo algo que hacer para que ocurra. Está en mi mano. Depende de que yo duerma el número de noches necesario y, cuando lo haya hecho, cuando haya dormido ese número exacto de noches que se necesita, a la mañana siguiente en el árbol estarán los regalos y será ya el día de Navidad. Es algo que yo tengo que hacer, algo que yo puedo hacer, algo que yo quiero hacer. Dime cuántas noches son, que me pongo a ello. Seguro que sabes italiano o japonés, o alemán, porque creo que los padres se hablaban en alemán para entenderse, y me dices que es una mala traducción de una niña y que —traduttore, traditore— en realidad la niña sigue hablando del tiempo que tiene que pasar para que ocurra, el tiempo como magnitud ajena, como algo que nos pasa y no algo que manejamos. ¿Cuántas noches tienen que pasar para que sea Navidad? ¿Cuántas noches tengo que dormir para que sea Navidad? La clave no es el número, porque el número es el mismo. La clave está en la perspectiva: el tiempo como castigo, el tiempo como oportunidad. ¿Cómo estás viviendo? ¿Estás pendiente del tiempo que te queda o estás disfrutando del tiempo que te creas? ¿Cuántas noches has tenido que dormir para cumplir sesenta años? ¿Cuántas te faltan para los cincuenta y nueve?

    Yo diría que no llevas por cuenta los números, que sin más haces y deshaces, vas y vienes, atiendes y trabajas, cuidas, avanzas, construyes. La reforma permanente de tu local interior está en tus manos y tienes que seguir manteniendo la tersura de tu estilo de siempre, sin que las reformas de las marcas te corrompan. Por cierto, ¿cuántos gusanos tiene que tener la sopa para que sea nociva además de repugnante o no es cuestión de número? En la del cocido del viernes, gusanos ni por asomo.