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domingo, 27 de noviembre de 2011

Ojos que puedan ver. (En Hoy por Hoy León, 25 de noviembre de 2011)

Para celebrar el Día Internacional de la Lucha contra la Violencia de Género se charlará hoy en un centro de la capital sobre la película de Icíar Bollaín “Te Doy mis Ojos”. La actividad en sí misma no va más allá de ser un sencillo acto que no pretende más que subrayar la fecha y hacer notar que el drama de la violencia de género es una herida que sigue abierta, una herida por la que sangran cada día nuevas víctimas, una herida que nos deja titulares como el de ayer en Salamanca, según el cual un hombre de 66 años la emprendió a hachazos con su compañera de 68 por una aparente cuestión de celos.

Nos parece que sucesos como ese son impensables en nuestra vida normal, que eso es algo que nunca nos va a pasar a nosotros, que estamos muy lejos de dejarnos llevar por semejante descontrol. No es cierto. Fíjense qué perlas he recogido de una página de internet que se llama “forocoches” en donde se comenta la noticia: El turutu dice, "Algo habría hecho. Si hubiera sido a la inversa no habría salido la noticia” y Rober, de Segovia, sentencia, “Algo habría hecho. Si no hubiera salido de la cocina estas cosas no pasaban”. Esos “algo habría hecho” son dos hachazos más en el malherido cuerpo de esta y de todas las víctimas. Todo lo que alguien pudiera decir después de eso no debería ser escuchado por nadie.

Pero vuelvo a la cuestión de “Te doy mis ojos”. Admiro a Icíar Bollaín desde que la vi en la película “El Sur”, aunque en aquella ocasión la historia la contaban los ojos de Víctor Erice. He sido admirador de su talento como actriz y como directora y he admirado también siempre su compromiso. Talento y compromiso hay a raudales en esa cinta que, como digo, se va a comentar hoy en un centro de nuestra ciudad para conmemorar la fecha. Cuando comentábamos ayer este evento, decía una mujer que a ella le era imposible ver esa película. Nadie le preguntó por qué. El modo en el que lo dijo hacía innecesarias todas las explicaciones.

Es terrorífico saber que a nuestro lado hay mujeres que están siendo maltratadas, que aguantan en silencio toda clase de desprecios, abusos, pequeñas vejaciones. Mujeres que soportan día tras día la eterna cantinela del “voy a cambiar”, el chantaje permanente que acompaña a ese  “yo te quiero, pero no sé qué es lo que me pasa”. Hoy nos hablarán mucho de todo esto, es el día y los medios de comunicación guardarán siempre un espacio por pequeño que sea para recordarlo. Nosotros lo escucharemos, oiremos las cifras, las heladoras estadísticas nos entrarán por un oído y nos saldrán por el otro. Puede que hasta lo comentemos con hastío. En medio de esta crisis agotadora, nos encontraremos otro día con la prima de riesgo, con la calificación de las agencias, con el problema de los bonos, con las previsiones de crecimiento y esos números nos parecerán más gruesos. En escasos segundos nuestra atención volverá a los problemas que acaparan las miradas de todos los ojos. No obstante me parece que vale la pena saber que hay otros ojos con los que mirar, que siempre hay otra mirada, que en medio de todas esas cosas importantes, vale la pena dedicar unos segundos en el año a ponernos en la piel de esa mujer que sufre el maltrato bajo el manto iluso que le hace creer que él no es un ogro, que algún día cambiará, que pronto los malos tiempos serán cosa del pasado.

domingo, 20 de noviembre de 2011

El domingo, matanza. (En Hoy por Hoy León, 18 de noviembre de 2011)

Dicen mis análisis que tengo el colesterol por encima de lo deseable. No es cosa de alarmarse todavía, según mi médico, pero sí algo que conviene ir vigilando. Le haremos caso, qué remedio, pero no sé si el asunto nos llevará a buen puerto, porque está claro que cuando uno se pone a vigilar, descubre cosas. Lo había oído decir como un cliché que se repite sin pensar, aquello de que, si vas al médico, algo te encuentra. Ahí está la prueba, si no es el colesterol, son los triglicéridos o la tiroxina, la bilirrubina o alguna otra puñeta, que raros son los que se hacen un análisis y lo tienen todo perfecto. Claro, que, normalmente, cuando uno va al médico es porque no se encuentra bien. Eso mismo pasa en el Ayuntamiento de León, que no se encuentra bien y ha decidido hacerse una RPT (Relación de Puestos de Trabajo, dicen) y se ha puesto a vigilar lo que trabaja el personal y le ha pasado lo que a mí con los análisis, que el que busca, encuentra.

Me gustaría saber si el nivel de irregularidades que se ha ido encontrando entre los trabajadores del Ayuntamiento alcanza límites patológicos o si es algo como lo mío, algo para ir vigilándolo sin alarmarse, sin necesidad de tomar pastillas de ninguna clase, todavía. Así leído, el titular de ayer en el periódico -“El Consistorio detectó a 97 empleados ausentes de su puesto en cuatro meses”-  asusta un poco. Nos pasa siempre cuando abrimos el sobre al recogerlo en el Laboratorio y comparamos con las tablas de valores normales. Luego, cuando se ven todos los datos en conjunto y son interpretados por el médico, se da cuenta uno de que la cosa no es tan seria. No es que 97 trabajadores se hayan pirado durante cuatro meses, es que en esos cuatro meses se han detectado 97 ausencias. Otra cosa es que en el Mercado Nacional de Ganados algunos tengan por costumbre irse a casa unos minutos antes o que haya sus más y sus menos sobre la forma en la que se debe  disponer de la media hora para el café. 

No voy a ponerme a defender a los trabajadores del Ayuntamiento, ya saben que no creo excesivamente en las generalizaciones, y habría que hablar de cada caso, algo que nos resultaría totalmente imposible dado el volumen tan importante de empleados que tiene el Consistorio. Pero ellos sí, los dirigentes políticos sí que tienen la obligación de hacerlo, de manera que me parece bien que hagan un estudio de la carga de trabajo de cada puesto. Es como si el médico de cabecera les hubiera pedido una prueba más específica, una ecografía o un TAC, y ahí sí que van a salir datos que luego habrá que saber qué hacer con ellos, que una cosa es el diagnóstico y otra muy distinta el tratamiento. Me temo que, vista la deuda monstruosa que arrastra, el enfermo tendrá que pasar, lo queramos o no, por el quirófano.

El control nos obliga a tomar medidas. Ya sabemos que se han enviado cartas de aviso. Está bien. Suena a, “como sigas así, te vas a tener que poner a dieta”. Con eso no se baja el nivel de colesterol. Hay que salir a caminar, hay que controlar lo que se come, hay que tomar decisiones y ponerlas en práctica. Yo, por lo pronto -fíjense que inconsistencia- este fin de semana no me pierdo las Jornadas de la Matanza de Puebla de Lillo, un festín de morcilla, picadillo, costilla con patatas, manos, morro, oreja, lomo, justo lo que yo necesito para lo mío. Pero ustedes me dirán, ¿acaso hay mejor forma de afrontar la jornada de reflexión y las elecciones?

viernes, 11 de noviembre de 2011

Pintadas. (En Hoy por Hoy León, 11 de noviembre de 2011)

Debe ser que todavía no está a pleno rendimiento el plan del Ayuntamiento para la eliminación de pintadas o debe ser que, como hay mucho por limpiar, todavía no le ha llegado el turno a las paredes de los recorridos más habituales para mí. Hay una pared concreta que debe ser el lienzo perfecto, porque no hay ya un hueco en el que dejar ni una mancha de spray. Se trata de la pared de la Plaza de San Pelayo que guarda el solar de los Pincipia, una pared apuntalada que señala la paradójica situación de lo que podría ser centro de interés turístico y cultural y que hoy se esconde a las miradas curiosas bajo un manto de provisionalidad, con ese aspecto de obra abandonada que la crisis del ladrillo ha extendido por tantos lugares. Los grafiteros lo han sabido ver. Esa es una pared que no parece de nadie, de modo que han dejado allí sus firmas amontonadas unas sobre otras, empujándose como se empujan las letras mismas con las que las componen.

Esta moda urbana de la “crew”, no es en absoluto una moda nueva. Desde que existen, es decir, desde siempre, los adolescentes se han buscado a sí mismos enfrentándose al mundo adulto,  sobrepasando sus límites, sabiendo que el modo de crecer es no aceptar lo que les viene impuesto y para ello se encuentran en el grupo de iguales, en la pandilla, sabedores, en el fondo, de que esa unión circunstancial es pasajera, como una cuerda que se utiliza para alcanzar la madurez. Una cuerda que, después de usada, ya es inútil, pero, en tanto que está ahí, mancha las paredes.

La psicología del grafitero ofrece una interesante etiología. La mayoría se limita a poner su marca en la pared, dejar su firma. Las hay más o menos simbólicas. Algunas, recordemos el caso del famoso muelle, se convierten casi en una marca comercial. Se aprecia la rivalidad entre los que pintan en el modo de hacerse ver en una misma pared o en la audacia a la hora de elegir las paredes más peligrosas. No es lo mismo firmar en la tapia de un solar de un barrio alejado del centro que hacerlo, como han hecho recientemente algunos gamberros, en el lienzo de la muralla. Otros no firman, pero nos dejan alguna idea, un mensaje. Recojo dos que he leído recientemente. Uno dice: “¿Quién necesita razones?” Lo deja escrito en inglés en lo que podría interpretarse como una referencia a la película Trainspotting, un mensaje a favor del consumo de drogas o tal vez de la negativa a elegir un modelo de vida. La otra la he visto en Navatejera. “Te quiero, patosina” es el mensaje directo y optimista. Me gusta pensar que no se trata de una apuesta, sino de un desborde amoroso, una incontinencia; otro tipo de grafitis ya no son simplemente pintadas. Hay paredes que son verdaderas obras de arte, como algunas que se ven por el barrio de Armunia, en Doctor Fleming  junto a la Azucarera o en la Avenida de San Ignacio de Loyola. De hecho, las paredes que cierran las vías en el antiguo paso a nivel del Crucero se han cubierto enseguida de pintadas que subrayan la alegría de haber eliminado aquellas barreras.

Cuento hoy esto de las pintadas porque han aparecido hace una semana cientos de carteles, banderolas y vallas publicitarias con mensajes extraños hablando de rebelarse, de pelear por lo que quieres, de sumarse al cambio y, la verdad, no sé bien de qué me están hablando.