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viernes, 26 de noviembre de 2021

Entre asteroides. (Audio)

 

Entre asteroides. (En Hoy por Hoy León, 26 de noviembre de 2021)

    Me llegan las noticias de la performance de la Escuela de Artes, las actividades del Pablo Díez de Boñar, el recreo poético del García Bellido y sus dieciséis días de activismo. Me llegan y sitúo el problema, o siento que lo sitúo, porque esa misma mañana, a la vez que los gestos gritan lemas que mueven, que conmueven, que construyen, que conciencian, una mujer me traía a mi mesa la realidad de su problema. Sin gestos, sin grandes palabras, sin colores.

    Eso era ayer y me trajo recuerdos cuando en el verano de balcones abiertos escuchaba los gritos de una pareja de vecinos, los gritos de ella, su voz atronadora en el silencio de los ronquidos de los vecinos que paraban la noche en el cómplice compás de los relojes esperando la mañana. Son cosas de pareja, acallaba el barrio su conciencia. No sé si golpes, no sé si cristales rotos, no sé qué sonidos en la noche. Yo los escuchaba y, como todos, esperaba el amanecer, la no noticia. El alivio de saber que finalmente no había pasado nada. Y no pasó nada. No sé qué vidas llevaron, qué historias enlazaron después de separarse. No sé porque, por fortuna, no pasó nada. Solo los gritos en la noche y el silencio de la manada. Mi silencio cobarde.

    Hoy ya eso no pasaría. Quiero creer que nadie guarda silencio, que nadie se acurruca en su almohada y deja que las cosas pasen, aunque sabemos que pasan. Ya te lo he dicho: ayer esa mujer joven me enseñaba atestados de golpes mientras los gestos y las bellas palabras alicataban el viento. Son tan importantes las bellas palabras como los gestos, porque hacen imposibles los silencios. No son cosas de pareja. Los gestos, las bellas palabras, los carteles, las canciones y los colores nos impiden ya guardar silencio. Nadie sería capaz de aguantar hasta la mañana y salir de casa sin vergüenza. Nadie cierra ya los ojos. Lo han conseguido las mañanas de poesía y manifiesto, la toma de postura y de conciencia. Es verdad, eso no es bastante, la otra batalla es más oscura y la estamos perdiendo, pero no me cabe otra idea que no sea la esperanza. Sé que terminaremos por verlo, que esa ceguera que nos impide detectar la violencia que no sangra terminará cayendo ante el disparo incesante de más gestos, muchos carteles y todas las palabras.

    Veo que cada vez que lanzamos una mariposa al viento hacemos como la NASA con su asteroide. Ellos lanzan una nave contra Dimorphos, la luna de Didymos, con la esperanza de que dentro de un año modifique su trayectoria y demuestre que estamos a salvo ante la amenaza de un asteroide que viniera a chocar con la tierra, algo que dicen que no va a pasar al menos en los próximos cien años. ¡Una nave contra un asteroide dentro de un año por si pasara algo que no va a pasar en cien años! Dídimo en español se utiliza en anatomía y botánica para referirse a algunos órganos de los seres vivos que se presentan por pares. Ya ves cómo suena el evento asteroide: a machada propia de Bruce Willis que salva al mundo por navidades. Cañonazo salvaje contra enemigo incierto de nombre testicular. Nuestros pequeños gestos, las palabras bellas, los carteles, viajan entre asteroides golpeando el miedo a complicarse la vida, sacudiendo la conciencia limpia de quienes son capaces de dormir todas las noches.

viernes, 19 de noviembre de 2021

De cuando rascábamos el hielo. (Audio)

 

De cuando rascábamos el hielo. (En Hoy por Hoy León, 19 de noviembre de 2021)


Anuncia el Ayuntamiento de León su Plan Municipal de Nevadas, con ciento cincuenta personas que se movilizarán de manera inmediata y quinientas toneladas de fundentes para asegurar los dieciocho itinerarios clave que permitan el acceso a escuelas y hospitales. Ya es oficialmente invierno, aunque estemos en otoño. Yo no necesitaba saber de este plan para asegurarlo, porque me lo dijo ayer el Paseo de Salamanca en el que conté hasta cuatro conductoras que, a las ocho y media de la mañana, arrancaban con paciencia el hielo del parabrisas de sus coches. Aunque siga siendo otoño, esto ya es el más puro invierno.

 

La imagen de esas conductoras que rascaban el hielo del parabrisas en una mañana tan soleada me descargó en el recuerdo campos blancos desnudos bajo la helada extensión del horizonte. Una tierra incierta bajo el manto del frío. Me parece que es una metáfora de lo que vivimos, como vida escasa en la oportunidad del velo de la tierra que se tapa con el tul del hielo. Siento como si ese fulgor, esa luz reflejada en la blancura inmaculada, no fuera nada mío, como si lo que sucede en la realidad de cada día solo fuera una apariencia al modo más puramente platónico. Escribir lo que se me ocurra, dijiste o dije o dijimos. Escribir lo que se me ocurra en el sol del frío del invierno y flotar el tiempo en la gélida tez de lo que pasa. Mujeres quitando el hielo del parabrisas para mover el coche hacia el trabajo o hacia el cole o hacia otro cuidado propio o ajeno. Cuidando el tiempo y la vida, como de costumbre. Arrancando el hielo, fundiendo el frío. Ocupándose como siempre, tomando el pulso a la mañana. Eran todas mujeres, sí. Sería una casualidad, pero lo eran y anunciaban con su faena que este otoño ya es invierno y que el fuego que funde las distancias está escondido en el lugar sagrado de las verdades mágicas. Mujeres fundiendo hielo con alcoholes, arrancándolo con raspadores, asistiendo al primer sol de la mañana. Una tierra incierta, más incierta que el propio cielo, se escondía en los parterres más allá de las aceras y el giro hacia la rutina del día me apartó de ese brillo de belleza y lejanía. Pensé en la ciudad armada contra el frío, en la tarifa eléctrica, en el saco de pellets, en el litro de gasoil, en la perversión del gas. En una estufa de butano, en una estufa de leña, en una estufa de petróleo. En un modo más humano de abandonar el frío. Pensé en eso, en un modo más humano de despejar el frío, salir del hielo, pisar la tierra esponjosa tras la helada. Un futuro tras pandemia, tras globalización, tras descarnado abandono, tras silentes guerras.

 

Me preguntaba ayer, al hilo de una discusión sobre lo que significaba la palabra areté para los antiguos griegos, en qué consiste el éxito en nuestro tiempo. Sentí la heladora verdad que anuncia que el invierno ha invadido ya el otoño, la fría idea de que el éxito se cuenta por millones. Millones de euros, de seguidores, de admiradores, de posesiones. Millones es la palabra que hiela. Cientos de millones. Miles de millones. Millones de millones. Un manto de escarcha sobre la realidad de millones de personas que ven la vida en el brillo irisado del parabrisas cubierto de hielo en la mañana. Me acordé de esa idea de éxito en la que perder es ganar. Me acordé del frío intenso, de cuando rascábamos el hielo, de cuando éramos para la vida y no para la fama. De cuando rascábamos el hielo y había un suelo que pisar.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Contra tráfico. (Audio)

 

Contra tráfico. (En Hoy por Hoy León, 12 de noviembre de 2021)

     Es una canción de Chico Buarque, Construcción. Una canción escrita en dodecasílabos que remata cada verso con una palabra esdrújula. Yo la escuché por primera vez en la voz de Daniel Viglietti, en ese disco mítico que se llamaba Trópicos. Luego sé que la han cantado muchas voces, pero esa versión de Viglietti siempre ha sonado en mi memoria, creo que por su obsesiva repetición que va más allá del último verso de Buarque y añade tres estrofas que, aunque rompen la estructura original, terminan en un aldabonzao: “Dios le pague”.

    La estaba canturreando sin darme cuenta en la circunvalación, observando el atasco que se arrastraba en dirección contraria a la de mi marcha. Murió a contramano entorpeciendo el tránsito, recordé. Porque es verdad que es insólito el modo en el que se oscurecía el tráfico, la sorpresa de una máquina que ennegrecía el miércoles, la extraña concurrencia de aquel movimiento de pájaros que se antojaba pródigo. Murió a contramano entorpeciendo el sábado. El atasco crecía como si fuese sólido y se expandía y se agarraba al día como si fuese máximo y hacía que la nueva rotonda de la Granja me pareciera estúpida y miraba en los otros coches la ansiedad creciente de los conductores que escapaba súbita, saliendo por cristales y por ruedas como si fuese nítida. Giré y me desvié tal que si fuese un príncipe y escuché las noticias de la cumbre del clima como si fuese intrépida. Sentí que la ciudad se revolvía mágica y que la idea de la gente y el vuelo de las almas se resolvía escuálido, lindando en el deseo de la tienda que nos hizo excéntricos. Salí y me aparqué en un rincón decrépito. Y me senté a contemplar el vuelo de la tarde en un momento plástico. Dios le pague.

    Con esa imagen de oruga que se arrastra, me aparté del suelo y sentí que me elevaba en un instante impúdico y dejé la canción en sus esdrújulas y me fui de mi corazón a mis asuntos. Y en mis asuntos estabas tú, con tu “plof” de entre semana, en un aparte de miradas y de ausencias, como el mundo en su conciencia, como los leoneses atrapados en sus coches en esta nueva experiencia de atascos a la madrileña en la persecución de un pedazo de esa nueva piscina del consumo en la que nos hemos bañado desde que se ha abierto el nuevo centro comercial.

    Pero hay cielos tan azules como el cielo, tan azules como el cielo del invierno, tan azules como el cielo azul de nuestro cielo. Y fíjate que, de azules, no tan cielo como el del cielo, hay una exposición de fotografías que me gustó en un bar de la zona de Salvador del Nido. Los azules son de las mascarillas que dejan abierta la mirada de las personas que se han querido retratar bajo el título Miradas tras la mascarilla. No son tales. Son miradas a pesar de la mascarilla o sobre la mascarilla, no diría yo tras. Pero me quedo con ese juego de preposiciones y el ritmo lento de la tarde en las miradas por encima del azul máscara. Una píldora de luz contra el despanzurrarse de la construcción del tráfico de la circunvalación. Me volví a casa cantando. Murió a contramano entorpeciendo al público.

viernes, 5 de noviembre de 2021

Sin castañas en Balboa. (Audio)

 

Sin castañas en Balboa. (En Hoy por Hoy León, 5 de noviembre de 2021)

    Tengo entendido que este miércoles que ha pasado era el comienzo del fin del mundo. Según parece, todo iba a empezar con un gran apagón que llegaría ese día tres de noviembre y duraría entre cuatro y seis semanas. No te voy a decir que desde que dieron las doce estuve pendiente de si se apagaban las luces de la calle, aunque debo reconocer que, desde que tuve conocimiento del apocalíptico augurio en la cena del martes, sí que le di alguna vuelta a esa idea de un apocalipsis de crisis eléctrica.

 

Al final, ya sabes que el miércoles no pasó nada. Al menos, que sepamos. De manera que aquí estamos, sin más señales del fin de los tiempos que las habituales, si bien es cierto que la tranquilidad que nos deja el hecho de que no hubiera un apagón el miércoles no invalida la premisa básica inicial: la posibilidad de que esta semana haya sido la del comienzo del fin del mundo. En realidad, ya hay agoreros que han aplazado el apagón a otro día, de la misma manera que toda la vida se han ido esperando y aplazando los días señalados para la debacle final.

Lo de señalar el día preciso para que ocurra algo así me genera muchas dudas, porque hay mucho rato en el que en Nueva Zelanda y Nueva York viven en días distintos y podría ocurrir que el fin del mundo les pillara a los de Oceanía en día tres y en dos todavía a los de América. Un vaticinio con contradicción interna. Me imagino que en un anticipo así debe de ser imposible ajustar la hora. Nadie debería atreverse a decir cuál es el día, pero, no obstante, asistimos una y otra vez a la aparición de anuncios semejantes y me pregunto cuál será el interés de quienes nos advierten, poniendo fecha, de la llegada del apocalipsis. Se me ocurren explicaciones y todas tienen que ver con el mercado y el control de la información, con el miedo y la vulnerabilidad de las personas, con el interés en la inestabilidad de los tiempos de crisis para el aumento de fortunas, con la aceleración de las desigualdades que estos tiempos asomados al Metaverso digital nos están sembrando como si se tratase de las más invariables semillas transgénicas. No sabría decirte cómo es de agobiante la eternidad, pero parece como si la inminencia del final de todo aclarase las reglas del juego en un no hay reglas.

En un telediario de ayer a las tres de la tarde se volvió a la cuestión del precio de los contenedores y la imposibilidad de transportar artículos desde China, una crisis que nos dejará sin poder traer consolas para los Reyes Magos, sin vidrio para hacer frascos, sin aluminio para las tapas, sin chips para la inteligencia de los coches, sin piezas de recambio. Era el apocalipsis del mercado, la ruina de la Navidad. Igual sí que ha empezado el fin del mundo y no nos hemos enterado. Igual por eso algunos castañeros del Bierzo han recogido menos del ochenta por ciento que el año pasado. Se ve que este es un año sin castañas. Me decían esta semana que no saben bien qué es lo que ha pasado, si el mal tiempo de julio o la avispilla o la socarrina. Pero quien me lo contaba, que llevaba preparado su saco para coger cuatro castaños que tiene por la zona de Balboa, me decía que se tuvo que volver con medio cubo y el saco bien plegadito bajo el brazo. Es lo que nos toca, entre anuncios de fin del mundo, un otoño sin castañas y unas Navidades sin consolas.