Buscar este blog

viernes, 5 de noviembre de 2021

Sin castañas en Balboa. (En Hoy por Hoy León, 5 de noviembre de 2021)

    Tengo entendido que este miércoles que ha pasado era el comienzo del fin del mundo. Según parece, todo iba a empezar con un gran apagón que llegaría ese día tres de noviembre y duraría entre cuatro y seis semanas. No te voy a decir que desde que dieron las doce estuve pendiente de si se apagaban las luces de la calle, aunque debo reconocer que, desde que tuve conocimiento del apocalíptico augurio en la cena del martes, sí que le di alguna vuelta a esa idea de un apocalipsis de crisis eléctrica.

 

Al final, ya sabes que el miércoles no pasó nada. Al menos, que sepamos. De manera que aquí estamos, sin más señales del fin de los tiempos que las habituales, si bien es cierto que la tranquilidad que nos deja el hecho de que no hubiera un apagón el miércoles no invalida la premisa básica inicial: la posibilidad de que esta semana haya sido la del comienzo del fin del mundo. En realidad, ya hay agoreros que han aplazado el apagón a otro día, de la misma manera que toda la vida se han ido esperando y aplazando los días señalados para la debacle final.

Lo de señalar el día preciso para que ocurra algo así me genera muchas dudas, porque hay mucho rato en el que en Nueva Zelanda y Nueva York viven en días distintos y podría ocurrir que el fin del mundo les pillara a los de Oceanía en día tres y en dos todavía a los de América. Un vaticinio con contradicción interna. Me imagino que en un anticipo así debe de ser imposible ajustar la hora. Nadie debería atreverse a decir cuál es el día, pero, no obstante, asistimos una y otra vez a la aparición de anuncios semejantes y me pregunto cuál será el interés de quienes nos advierten, poniendo fecha, de la llegada del apocalipsis. Se me ocurren explicaciones y todas tienen que ver con el mercado y el control de la información, con el miedo y la vulnerabilidad de las personas, con el interés en la inestabilidad de los tiempos de crisis para el aumento de fortunas, con la aceleración de las desigualdades que estos tiempos asomados al Metaverso digital nos están sembrando como si se tratase de las más invariables semillas transgénicas. No sabría decirte cómo es de agobiante la eternidad, pero parece como si la inminencia del final de todo aclarase las reglas del juego en un no hay reglas.

En un telediario de ayer a las tres de la tarde se volvió a la cuestión del precio de los contenedores y la imposibilidad de transportar artículos desde China, una crisis que nos dejará sin poder traer consolas para los Reyes Magos, sin vidrio para hacer frascos, sin aluminio para las tapas, sin chips para la inteligencia de los coches, sin piezas de recambio. Era el apocalipsis del mercado, la ruina de la Navidad. Igual sí que ha empezado el fin del mundo y no nos hemos enterado. Igual por eso algunos castañeros del Bierzo han recogido menos del ochenta por ciento que el año pasado. Se ve que este es un año sin castañas. Me decían esta semana que no saben bien qué es lo que ha pasado, si el mal tiempo de julio o la avispilla o la socarrina. Pero quien me lo contaba, que llevaba preparado su saco para coger cuatro castaños que tiene por la zona de Balboa, me decía que se tuvo que volver con medio cubo y el saco bien plegadito bajo el brazo. Es lo que nos toca, entre anuncios de fin del mundo, un otoño sin castañas y unas Navidades sin consolas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario