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viernes, 12 de noviembre de 2021

Contra tráfico. (En Hoy por Hoy León, 12 de noviembre de 2021)

     Es una canción de Chico Buarque, Construcción. Una canción escrita en dodecasílabos que remata cada verso con una palabra esdrújula. Yo la escuché por primera vez en la voz de Daniel Viglietti, en ese disco mítico que se llamaba Trópicos. Luego sé que la han cantado muchas voces, pero esa versión de Viglietti siempre ha sonado en mi memoria, creo que por su obsesiva repetición que va más allá del último verso de Buarque y añade tres estrofas que, aunque rompen la estructura original, terminan en un aldabonzao: “Dios le pague”.

    La estaba canturreando sin darme cuenta en la circunvalación, observando el atasco que se arrastraba en dirección contraria a la de mi marcha. Murió a contramano entorpeciendo el tránsito, recordé. Porque es verdad que es insólito el modo en el que se oscurecía el tráfico, la sorpresa de una máquina que ennegrecía el miércoles, la extraña concurrencia de aquel movimiento de pájaros que se antojaba pródigo. Murió a contramano entorpeciendo el sábado. El atasco crecía como si fuese sólido y se expandía y se agarraba al día como si fuese máximo y hacía que la nueva rotonda de la Granja me pareciera estúpida y miraba en los otros coches la ansiedad creciente de los conductores que escapaba súbita, saliendo por cristales y por ruedas como si fuese nítida. Giré y me desvié tal que si fuese un príncipe y escuché las noticias de la cumbre del clima como si fuese intrépida. Sentí que la ciudad se revolvía mágica y que la idea de la gente y el vuelo de las almas se resolvía escuálido, lindando en el deseo de la tienda que nos hizo excéntricos. Salí y me aparqué en un rincón decrépito. Y me senté a contemplar el vuelo de la tarde en un momento plástico. Dios le pague.

    Con esa imagen de oruga que se arrastra, me aparté del suelo y sentí que me elevaba en un instante impúdico y dejé la canción en sus esdrújulas y me fui de mi corazón a mis asuntos. Y en mis asuntos estabas tú, con tu “plof” de entre semana, en un aparte de miradas y de ausencias, como el mundo en su conciencia, como los leoneses atrapados en sus coches en esta nueva experiencia de atascos a la madrileña en la persecución de un pedazo de esa nueva piscina del consumo en la que nos hemos bañado desde que se ha abierto el nuevo centro comercial.

    Pero hay cielos tan azules como el cielo, tan azules como el cielo del invierno, tan azules como el cielo azul de nuestro cielo. Y fíjate que, de azules, no tan cielo como el del cielo, hay una exposición de fotografías que me gustó en un bar de la zona de Salvador del Nido. Los azules son de las mascarillas que dejan abierta la mirada de las personas que se han querido retratar bajo el título Miradas tras la mascarilla. No son tales. Son miradas a pesar de la mascarilla o sobre la mascarilla, no diría yo tras. Pero me quedo con ese juego de preposiciones y el ritmo lento de la tarde en las miradas por encima del azul máscara. Una píldora de luz contra el despanzurrarse de la construcción del tráfico de la circunvalación. Me volví a casa cantando. Murió a contramano entorpeciendo al público.

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