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viernes, 25 de octubre de 2019
Al otro lado del pasillo. (Audio)
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Al otro lado del pasillo. (En Hoy por Hoy León, 25 de octubre de 2019)
A propósito del
Instituto de Villaquilambre, me pareció escuchar que el Alcalde va a concertar
una reunión con la Consejera para “cerrar todos los temas”. Llámame escapista,
si quieres, pero creo que no voy a entrar en el fondo del asunto, porque me da
la impresión de que no hay mucho que decir sobre eso. Se entiende que, si la
Junta prometió que hará el Instituto, lo hará, ¿no? Es como lo de la promesa de
la vuelta a las treinta y cinco horas en el horario de los funcionarios: si se
firmó un acuerdo, se cumplirá, ¿no?
¿Acaso no se
cumple todo finalmente? Si se tarda cuarenta años, en hacer algo, será porque
hacían falta esos cuarenta años para hacerlo. Otras veces se reforma la
Constitución en dos días. Las ovejas que entran, por las que van saliendo. Las
cosas, cuando convienen. O nunca. La verdad es que tengo que reconocerte que, a
veces, es nunca y hace falta; a veces es siempre y maldita la falta que hacía.
Lo importante es tener reuniones en las que poder cerrar temas. Me gusta cerrar
temas. Cerrar todos los temas es como un esfuerzo de titán, una tarea de coloso.
Una garantía de que quizá no se haga nada. ¿Tienes cerrados todos tus temas? Seguro
que siempre te dejas algo. Porque no has podido o porque lo has aplazado,
porque te viene mal ahora o porque no te has dado cuenta… Y no hablo solo de
trabajo. El caso es que nunca vas por ahí silbando con el alivio perfecto de
tener todos los temas cerrados. A estas horas, una amiga está en el cementerio
enterrando a su padre o habrán terminado ya, no sé. Saldrán con la idea de que
ya tienen cerrados todos los temas, aunque será una falsa impresión, porque,
uno tras otro, irán apareciendo temas abiertos. Dirán que está todo atado y
bien atado y querrán pensar que el padre sigue como siempre, al otro lado del
pasillo. Y tal vez les consuele esa idea.
Al otro lado del pasillo
se van cerrando los temas. Pasa el tiempo, con su silicona de olvido y cierra
las grietas de la esperanza, dejando lisa la estampa de tu soledad envuelta en
miles, millones de temas de brazos abiertos que te agarran para quitarte el
impulso de cruzar al otro lado del pasillo, ese lado extraño en el que ya se
han cerrado todos los temas. Ese solar que hace falta para el instituto es uno
de los primeros temas que habrá que cerrar, pero conseguir que se hagan o no
las cosas estará en la voluntad de quien puede hacerlas y solo en él, porque,
visto lo visto, cada vez estamos más a lo que nos manden y obedecemos sin decir
ni “bé”, quizá por eso Casado visitó ayer una explotación ovina. Al otro lado
del pasillo están mis temas, esos que permanecen tan cerrados que me sale
sangre solo de pensar en su fiereza. Menos mal que, de las ovejas, se fue al
bar de Matadeón a estar con la gente, a ser el hijo del médico y no uno que
viene cerrando temas. Algo de humanos se ve que tienen debajo de tanto tema.
viernes, 18 de octubre de 2019
Estás ahí. (Audio)
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Estás ahí. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2019)
Ya sé que te
parece de película de Paco Martínez Soria, pero hubo un tiempo en el que
levantabas el teléfono de baquelita negra que pesaba como si tuviese dentro el
mundo y le decías a la telefonista: “Juana, ¿me pones con mi prima?”. Era como
Siri, pero con auriculares y una silla de enea y puede que dos agujas de
calcetar o una novela de Agatha Christie entre las manos y un cien por cien de
realidad no virtual. También existía eso de escuchar llamadas ajenas, solo que
como pecado venial y sin fines comerciales. Alguna vez te contestaba Juana con
un clamoroso, “oye, que dice tu prima que no está”, aunque no era lo normal,
porque la gente contestaba las llamadas siempre, sobre todo si era de fuera y
Juana lo único que te decía es: “dile a tu madre que se dé prisa que es
conferencia”; tu madre se ponía al aparato a toda prisa, sin preguntar más.
Luego, cuando
Juana se tuvo que buscar otro trabajo, igual en la Coca Cola o algo así, porque
las centrales telefónicas se fueron automatizando, aparecieron esos teléfonos
con marcación de disco y aquellos fabulosos modelo Góndola, que eran muy totales. No había manera de saber quién te
llamaba y contestábamos siempre. El teléfono era un sonido de la casa al que
seguía un grito de alguien atareado que no podía contestar. “Teléfono”,
gritaba. Y ya sabíamos los pequeños que había que contestar y preguntar de
parte de quién. Alguno hacía como Juana y llevaba el recado de forma literal:
“que dice mi padre que no está”.
Ahora no solo
sabes si la persona que te llama es conocida, sino que, en muchísimas ocasiones,
recibes un mensaje previo, un educadísimo: “¿te puedo llamar?”. Y una vez que
lo has visto, ¿qué haces? Ya sabes que la otra persona sabe que lo has visto.
No te queda más remedio que decir: “claro, llama cuando quieras”; aunque
podrías contestar: “no es que no quiera hablar contigo, es que tengo una
reunión”, o “llama más tarde”, o “ya te llamaré yo, que ahora tengo tiempo para
ver mensajes, pero no lo tengo para hablar”. Infinidad de suspicacias y de
situaciones ridículas que abren la puerta con esta nueva forma de comunicación
con anuncio previo. “Hola, ¿estás libre? ¿te puedo llamar?”. De sobra sabemos
que podemos llamar y que está en la otra persona la libertad de contestar o no
contestar. Sin embargo, me siento incapaz, ahora que la técnica me brinda esa
oportunidad de llamar a muchas personas sin preguntar previamente si les incomodaría
mi llamada. Ya sé que es inviable y que no es factible en modo alguno, pero hay
veces que echo de menos la posibilidad de hablar con Juana y que me diga que no
puedes contestarme, que estás a tus cosas y que ahora no te viene bien hablar
conmigo si no es una cosa importante.
viernes, 4 de octubre de 2019
Andancio. (Audio)
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Andancio. (En Hoy por Hoy León, 4 de octubre de 2019)
Será por la luz o
por el cambio de estación. O quizá porque está en el ser de las cosas y es lo
que toca. El hecho es que, ya lo habrás oído o lo estarás padeciendo, hay mucho
“andancio” por ahí.
Digo yo si será
esto de que los días se acortan y que se acerca ese sábado de octubre que nos
dejará sin tardes o que los virus interpretan las farolas de LED como señales
de invierno y, como hay tan poca luz y se ve tan mal, atropellan a quien se
pone por delante. Ya sé que a ti, que tienes una farola en tu ventana, te
alivia que se apague el fuego amarillo de las viejas lámparas y este frío de
luces modernas y económicas te deja dormir de otra manera. Pero no todos tienen
la suerte de leer en la cama sin encender la luz de la mesita y en la acera las
luces nuevas dejan un poso de tristeza, como de cosa sin potencia, como de
carencia, como de vida triste y maltrecha, una de esas vidas equivocadas que se
recorren sin otra luz que la de la rutina.
He dicho vida
equivocada y me arrepiento, porque el andancio te toca en la espalda sin
preaviso, y la vida que te toca es siempre la correcta, y no hay error en eso
de vivir lo que a uno le toca, sea un gripazo, una farola en la ventana o una
diverticulitis recidivante, porque te toca lo que te toca y luego tú ya vas
bailando con ello como mejor sabes y le metes un pisotón a tu pareja de baile o
pierdes el paso cien veces o te vas a la polca cuando es habanera o incendias
el aire en miradas que anuncian lluvias o torrentes de lágrimas o fuegos que
inundan mares ya inundados. Quiero decir que, con lo que te toca, es un “allá
te las avengas” y lo malo es que te toca mucho, te toca en gordo cada día y por
mucho que te dices aquello de “quieto parao”, sabes que es imposible frenar la
marcha y te mueves como el tren, como las olas, como los mosquitos que adoran
la farola, ahora ya no tantos como antes. Algo bueno tenía que tener esto del
LED.
El “andancio” se
extiende por ahí y a todos llega. ¿No te encanta ese “por ahí”? Es como si
fuese cosa de los otros y, cuando nos toca, no es que esté donde nosotros
estamos, porque nos toca, pero no nos llega, porque ese andancio que nos echa
contra la cama de un solo remangón es algo que no entra en casa, algo que
siempre, siempre, siempre… ¡Anda por ahí! Aquí todos siguen en sus juegos y se
habla de capitales y de avances. De la mejora de las Urgencias (no, eso no, de
las obras de remodelación del Servicio de Urgencias), de la nueva estación (no,
exactamente no, porque no habrá nueva estación, sino conversión de la “provisional”
en “definitiva”), de Transición Justa (no, muy justa, muy justa, no, que las
minas están cerradas y los empleos perdidos). Se habla de la salud y solo
algunos se dan cuenta de ese terrible “andancio” que anda siempre “por ahí”.
Educrítica. (Audio)
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Educrítica. (En Hoy por Hoy León, 27 de septiembre de 2019)
Este fin de semana
organizan dos profesores de la Facultad de Educación de la ULE y mucha más
gente con ellos, ya te puedes imaginar, el “I Congreso Internacional Educación
Crítica e Inclusiva”. Te lo quería decir, porque cuando hablamos de educación,
hablamos de muchas cosas que son importantes, pero casi nunca hablamos de las
cosas importantes y este fin de semana, aquí en León, va a poder hacerse y va a
poder hacerse con mucha libertad, porque, aunque se trata de un congreso
científico y asume los estándares que tal calificativo impone, se plantea desde
la idea de analizar el papel y la
relevancia de la educación crítica en la formación docente y en el análisis de
las políticas socioeducativas neoliberales, planteando alternativas por una
educación para el bien común.
El papel y la
relevancia de la educación crítica en la formación docente, fíjate qué
objetivo. Siempre he pensado que la educación es la tarea más humana que
existe, que ninguna otra actividad, ni la medicina, ni la agricultura, ni la
asistencia social, ni el periodismo, ni ninguna otra, tienen la importancia
capital de la educación, porque lo que nos hizo humanos es nuestra capacidad de
aprender. Creo que eso es lo que nos ha separado a una velocidad vertiginosa
del resto de los seres vivos en nuestra evolución. Somos así porque podemos
aprender lo que otros han sufrido, descubierto, logrado; lo que quieras pensar
aquí. Hemos ido tan deprisa porque hemos reconocido la seguridad en el rostro
que nos acuna y hemos podido aprender de eso. La cocina es el hogar, lo que nos
humaniza, porque es el fuego con el que se cuece el alimento lo que nos salva y
es ese fuego el que nos une y nos tiene en la hoguera escuchando, contando,
recorriendo en una historia repetida lo que cientos de vidas han comprendido en
sus historias. Pero nunca fue transmitir lo que se sabe lo que importa, sino
que esa hoguera, que es hogar, ha sido luz para un proceso mucho más completo,
perfeccionado con el tiempo y las generaciones: la educación.
No vamos a mirar
cómo se formó esta escuela que ahora conocemos, pero sabemos que su origen está
en la necesidad de los industriales de atender a las criaturas de la clase
obrera en el tiempo en el que trabajan, o algo así, algo de eso, algo que se ha
sostenido con el tiempo lejos de la cocina de la casa, algo que ha ido
enfriando el encerado de las aulas, que ha distanciado al hecho educativo de su
instancia original, para convertir la educación en empresa, tarea, duro trabajo
que replica generaciones sin más miramiento que el de la utilidad y la
conservación del conocimiento. En este mundo devastado envuelto en plásticos,
¿no crees que es necesario darle una vuelta al sentido de la educación? Pues
eso es lo que van a hacer desde esta tarde en el Congreso. Deseando estoy de
leer las conclusiones. ¡Qué bien suena: una educación para el bien común!
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