Buscar este blog

viernes, 26 de abril de 2024

O tempora, o mores. (Audio)

 

O tempora, o mores. (En Hoy por Hoy León, 26 de abril de 2024)

    Ocurrió en el bulevar de Lancia el último día de la primavera anterior al invierno que nos puso el viento que soplaba desde Villalar. Hubiera pasado desapercibido para cualquiera, porque las cosas mínimas no son importantes o parece que no son importantes, como si no fuera una verdad aplastante que es en lo mínimo en lo que construimos lo máximo y que lo mínimo es parte de lo máximo, pero lo máximo no puede serlo de lo mínimo. Mínimo el deseo: ¡quiero irme a casa a leer! Máxima la disputa: pero, qué va, no, con el día que hace es mejor ir al parque a jugar. No, papá, yo quiero irme a casa a leer.

    Parece ser que el niño quería leer un libro de Asterix que acababa de encontrar en la Biblioteca Municipal. A cuatro pasos, en Santa Nonia, en una mañana sin clase en el puente de la fiesta de la Comunidad, el día antes de la fiesta esa que no termina de ser fiesta, el niño cambia una mañana de juegos en el parque por devorar una historieta de Asterix. No le gusta a todo el mundo Asterix. Los hay más de Tintín o de Mortadelo o del Jabato o los hay también de cero cómics, negadores del TBO. Hay devotos de Tulio, de Corto Maltés, de Spirit. ¡Cómo me gustaban —y me siguen gustando— los dibujos de Will Eisner!

    El caso es que el niño pelea por leer y esa es la noticia mínima que recojo y la pongo junto a otra estampa, una que me llega de hace casi veinte años; la imagen de una muchacha que se deja caer en el pupitre y se esconde debajo de la melena y que protege con su cuerpo unos folios que tiene entre los apuntes de la asignatura y me deja leer y me pregunta y yo veo que no es solo que escriba bien, es que es literatura lo que escribe.

    La fuerza de oír a un leonés en su discurso de aceptación del Premio Cervantes el día de los Comuneros —el niño que lee, la muchacha que escribe— me hace pensar que este es un tiempo todavía de posibilidades. Ayer, dentro del programa de actos para celebrar el quincuagésimo aniversario del IES Antonio García Bellido, el profesor Óscar García Fernández, con su análisis de construcción perfecta y, en mi opinión, ajustadamente desequilibrado en favor de mis gustos, me trajo a los ojos de la memoria la presencia de la muchacha que escribe. En una conferencia que tituló “Algunas reflexiones en torno a cuatro poetas leonesas del siglo XXI” me dibujó los arañazos que el tiempo ha ido dejando en mi coraza, porque una de esas poetas es aquella muchacha que sacaba dieces y escribía. Esa muchacha es Sara R. Gallardo cuya voz firme y madura desde siempre me toca espesas pesadillas y me saca de ellas como un verso de Colinas con el que arrancaba Óscar: “Me he sentado en el centro del bosque a respirar”.

    De las aventuras del irreductible galo una de mis preferidas es Asterix en Córcega. No sé si te acuerdas de que en ella hasta el pirata Baba desde su altura se salta las normas y le quita a Patapalo el latinajo para exclamar con su media lengua: O tempora, o mores.

martes, 23 de abril de 2024

Dura lex. (Audio)

 

Dura lex. (En Hoy por Hoy León, 19 de abril de 2024)

    Hay algunos días que se convierten en pistas de hielo, pistas inclinadas imposibles de remontar. No sé si te acuerdas de aquellas vajillas de color verde o ámbar que había en todas las casas en las que el reborde del plato, en especial del plato hondo, tenía una forma curva que hacía resbalar cualquier clase de alimento hacia el interior. Así me sentía ayer, como una lenteja resbalando en un plato de Duralex, un resbalar lento, recogido, pero imparable. Hay algunos días que son así. Y no es que pensara que el trabajo o las relaciones, las responsabilidades, algo de eso, me hicieran sentirme mal o que el cielo estuviera gris o algo semejante, que ya viste el día tan precioso que tuvimos en León, la tarde luminosa, la temperatura fresca, pero agradable: un día para disfrutar. Ya ves. Y yo, como una lenteja chapoteando en el caldo.

    Razones puede uno encontrar las que quiera, pero cuando el mundo es un plato hondo imposible de remontar no valen las razones y esa es una lucha que mantengo desde hace mucho, que no es la razón la que determina el bienestar. No. No estoy hablando de enfermedades, no quiero mezclar. Cuando hablo de esta dificultad Duralex, no estoy hablando de depresión, no debemos mezclar las cosas porque la enfermedad y la tristeza no son sinónimos y no se puede, creo yo, confundir lo uno con lo otro. Este martes, sentado en una sala de espera, observé a los pacientes que esperaban para ser atendidos por otro médico que no era el mío. Me dio por pensar que quizá fuesen personas con algún tipo de enfermedad mental, indistinguibles absolutamente del resto de personas que esperábamos. Yo no lo podía saber. En las puertas de las consultas no estaban los nombres ni las especialidades de los médicos. Miraba a esas personas que esperaban, como yo, y me preguntaba si ellas mismas pensarían de mí qué clase de enfermedad padezco. Es un juego de espejos en el que a nadie le gusta mirarse, porque el problema siempre está en los otros, y no nos damos cuenta de que precisamente nosotros somos los otros de los otros.

    Y el caso es que jugamos a la lotería. Participamos en sorteos en los que pagamos por una ilusión de probabilidad más que escasa y nos cuesta aceptar que nos pueda tocar el premio del sorteo gratuito de la enfermedad. Miramos a los otros pensando que es cosa de ellos y dejamos nuestras cosas en el borde del plato de Duralex, resbalando con la ilusión de que se fueran a sujetar por un arnés invisible. Y el caso es que si la lenteja se queda pegada es porque está seca, así es que más nos vale resbalar. Es esa ley de la probabilidad implacable de la genética, la dura ley de la probabilidad que nos señala en todo este proceso que llamamos vida. En mi casa los platos de Duralex no eran de colores. Creo que eso del ámbar y el verde fue de tiempos más modernos. Lo nuestro siempre fue la transparencia. Y las ondas en el reborde, para conseguir una ilusión de salvación y eso que siempre hemos sabido que la ley es implacable. Dura lex, sed lex.

viernes, 12 de abril de 2024

Vademécum. (Audio)

 

Vademécum. (En Hoy por Hoy León, 12 de abril de 2024)

    Por un capricho de los gérmenes me oyes hoy con esta voz mocosa, bendito malestar. Siento que esta posibilidad que me da mi naturaleza de saberme enfermo es el modo en el que la propia naturaleza, en general, me advierte de la necesidad de estarme quieto, la conveniencia de que me quede quieto para el modo en el que deben fluir los acontecimientos en los próximos días. Y dirás, ¿qué narices es eso que dices que va a ocurrir en los próximos días? Pues verás, no tengo ni la más remota idea. Es más, entiendo que es imposible saberlo, pero sí que me doy cuenta de que hay una campanita interior que me manda parar. ¿No te ha pasado nunca? No, claro, tú no puedes parar. Como dice Héctor Escobar, nadie puede parar. El caso es que yo me vuelvo a buscar en los entresijos del rastro de los pañuelos de papel que voy dejando por donde paso y veo una señal que me acompaña. ¡Chico, para!

    Y como resulta que ya hemos dicho que no hay nada en la naturaleza que sea ajeno a todo lo demás, ese “para” que me grita mi cuerpo es tu parar, pese a la aceleración implacable de los días, pese al modo en el que trabaja el escáner de situaciones mirando por debajo de lo que pasa. Ese no poder parar. A mi madre le pasa. Si hubiera nacido en este tiempo, su condición habría tenido un nombre, unas siglas exactas que la habrían marcado y eso que, como dijo la directora del Bellido en el acto de celebración del quincuagésimo aniversario del centro, “las etiquetas se despegan”. Y es verdad que no hay nada como despegar etiquetas cuando hablamos de personas. ¿Ves? Ya estoy otra vez con ese runrún que no puede parar. Y el caso es que quiero detenerme en este sol de primavera que me ha puesto malo, que eso decía mi padre, que estos cambios de temperatura tan bruscos son los que te enferman.

    Parar en un momento hermoso. Pon por caso esa foto del miércoles en El Albéitar, en la presentación de Ese chico de la radio; pon por caso las voces de Los Modernos, presentando una canción que se llama Ese chico de la radio; pon por caso las palabras afectuosas de Joaquín Revuelta, poniendo en valor un libro que se llama Ese chico de la radio. Parar en un momento hermoso es mirar todo lo que va con uno, ese vademécum que nos acompaña. Lo que camina conmigo, ¡qué etimología más bonita para esa palabra en la que está escita la sanación! Todo eso que va conmigo, lo que meto en el cartapacio que contiene los papeles de la escuela, el libro ligero y manejable que llevo conmigo para consultar cuestiones fundamentales. Esas que no se encuentran en las búsquedas de Google, esas que están escritas entre risas y lágrimas, esas que llevamos en la carpeta de cartón azul de gomas atadas en las esquinas, que se nos ven por debajo de cada mirada, que son el libro que contiene todas las medicinas.

    Ese es el vademécum que me dice “para” y “cuídate” y “descansa” y “deja que te quieran”.

viernes, 5 de abril de 2024

Vade retro. (Audio)

 

Vade retro. (En Hoy por Hoy León, 5 de noviembre de 2024)

    No sé si has visto Una pastelería en Tokio, una película de dos mil quince que habla de la exclusión, de los estereotipos, de los prejuicios, de ese modo en el que los humanos separamos a otros humanos por razones que son de todo menos razones o por razonamientos irracionales, que me parece que es completamente el caso. Y lo rápido que se extienden los rumores, y lo fácil que nos resulta dar por ciertas verdades que no lo son o que podrían no serlo.

    Hasta el dulce más delicioso puede resultarnos repugnante, si nos dejamos llevar por la marea de la indignación. He tenido la tentación de contarte lo que pasa en la película, pero lo voy a dejar así, por si te entraran ganas de verla, para que te pille de sorpresa, aunque te puedo adelantar la belleza de los cerezos, las imágenes de una Tokio de calles estrechas, la sensibilidad del ritmo lento de la belleza. Y algunas frases que se caen como de los árboles, bajo la hipótesis de que todas las cosas que hay en el mundo tienen algo que contar: “¿Sabe jefe? Hemos nacido en este mundo para verlo, para escucharlo. No importa en qué nos convirtamos. No hace falta ser alguien en la vida. Cada uno de nosotros le da sentido a la vida de los demás”.

    Me parece que esa comprensión de la universalidad del cosmos es la belleza misma de la vida y por eso señalar la diferencia es cerrar los ojos a la realidad más evidente, la de que todo es uno y uno es todo, la de que me reconozco en los otros, como me veo en cada hoja del cerezo que de un día para otro ha perdido la flor y en cada insecto insignificante que alimenta la vida y hasta en el virus que te tiene sin voz y con fiebres. Siento que esa es la lección fundamental, la de la igualdad en la diferencia, y me paro una vez más en la perplejidad paradójica que desde siempre me detiene: ¿debemos ser tolerantes con la intolerancia? Mi amigo de La Vecilla me habla muchas veces del horror de la tibieza y entiendo su posición y creo que es verdad que debemos defender nuestras ideas. Es solo que ese vade retro, el rechazo visceral y compulsivo, no me gana como el abrazo generoso. 

    Va a ser que soy un hombre blandengue que llora cuando se emociona viendo películas sentimentales; va a ser que disfruto del gozo de abrazar a quien me hace daño, que me siento en la necesidad de incluir a los otros incluso en la diferencia más extrema, aunque eso no me impide pensar lo que yo pienso, sentir lo que yo siento y entender que tengo razón y por eso digo lo que digo y te cuento que esa película japonesa me recordó otra más antigua, una de dos mil ocho que se titula Despedidas y que me hace llorar cuando la veo, porque hubo un tiempo en el que no existían cartas y las personas se expresaban sus sentimientos unas a otras utilizando la forma y el tacto de las piedras y las piedras, sobre todo las piedras, están ahí siempre para asegurarte que el mundo existe y que hay una mano en la que cabe la tuya. El día nueve, en Armunia, el IES Antonio García Bellido celebra cincuenta años de educación soñando en plural. Una piedra sólida en la que apoyarse. ¡Vade retro, intolerancia!

viernes, 22 de marzo de 2024

Ad infinitum. (Audio)

 

Ad infinitum. (En Hoy por Hoy León, 22 de marzo de 2024)

    Me enteré este miércoles de que se investiga a una persona por hacer cortes en el tejo de San Cristóbal de Valdueza. No sé si has estado alguna vez en San Cristóbal, si has tenido la oportunidad de estar en el entorno de este árbol milenario, que te acoge con su serenidad del tiempo que duerme entre sus ramas; si es así, entenderás que te diga que al ver las imágenes de los cortes sentí la agresión como algo propio y, a la vez, mi tendencia insensata a la pregunta me puso en marcha en busca de una explicación: ¿por qué alguien conscientemente puede ser capaz de arrancar trozos de las raíces o de las ramas de un árbol semejante? ¿Aporta algo extraordinario a la cuestión el hecho de que el supuesto agresor sea una persona de Valladolid?

    Se me ocurren varios escenarios: una prueba de amor, que hay veces que se confunde eso que yo sería capaz de hacer para demostrarte mi amor con la estupidez más palmaria; una simple apuesta entre amigotes; un rito de paso para formar parte de una sociedad secreta pucelana —o almeriense, que vaya usted a saber—; un complejo negocio de adornos que se vendieran en una tienda exclusiva —corazones hechos con madera de tejo milenario que se ofreciesen a clientes advertidos junto a colgantes de canino de yacaré albino o pendientes de ámbar con alas de moscas antediluvianas en el interior— ; una obsesión con el mal, una voz que le diga en su interior a la persona que hace esto, que tiene que hacer daño, que tiene que dejar prueba del daño que ha hecho, que hacer sangrar es escapar a la muerte porque la sangre contiene toda la vida.

    Hace poco, al pasar por República Argentina, pude ver en el escaparate de un negocio vacío un anuncio que me conecta con esa parte oscura que descubro en mí. Si hubiera sido una carnicería, una pollería, una casquería, una charcutería, … Hasta si hubiese sido una tienda de ultramarinos o incluso una pastelería o una floristería, habría podido pensar en alguna relación comercial. Pero, no. La tienda estaba vacía y el anuncio me llegó desde ese vacío con un número de teléfono móvil y la frase que me hizo temblar: “necesito carnicero”. Te vas a reír de mí. Vas a decir que estoy fatal y que la cosa no tiene un pase, que es que en algún lugar hay una carnicería que necesita carnicero. Si por lo menos hubiera habido un “se”: “Se necesita carnicero”. “Se necesita carnicero para carnicería”. Todo eso me habría dejado más tranquilo. Pero ahí estaba ese “necesito”, esa urgencia personal y, desde mi punto de vista, para nada comercial.

    Necesito carnicero, necesito agresor de tejos milenarios, necesito sangre en general. Necesito vampiros especializados. El mundo parece siempre el mismo, pero eso es porque no lo miramos con atención, porque todo es siempre diferente. Nos sentimos seguros en nuestro vaivén cotidiano y no nos percatamos de que nos hemos rozado la camisa con quien se ha rozado la camisa con quien se ha rozado la camisa. Y así ad infinitum, o hasta que nos rozamos con el carnicero o con el del tejo milenario.

viernes, 15 de marzo de 2024

Proemium. (Audio)

 

Proemium. (En Hoy por Hoy León, 15 de marzo de 2024)

    Entiendo que el modo en el que se inician los procesos los determina en muchos casos, que la manera en la que iniciamos una relación —una mirada, un gesto, una palabra, un abrazo— coloca un punto de partida que ya dirige casi de forma imposible de torcer la dirección que van a llevar las cosas y eso sirve para relaciones, como sirve para todo lo demás de lo humano, si es que hay algo en lo humano que no sean relaciones.

    El caso es que ese momento primero o incluso diría que un momento anterior, una suerte de proemium, un preámbulo que formara parte del asunto pero que no perteneciera al asunto en sí mismo, viene a ser como una luz que se enciende e ilumina, una guía, un modo de decir esto es lo que yo puedo aportar, lo que yo veo, lo que yo entiendo, lo que yo quiero o necesito. Algo que decimos más rotundamente bajo la frase “hacer una declaración de intenciones”.

    Y el caso es que uno nunca diría que va por ahí declarando sus intenciones, aunque el hecho es que lo hacemos permanentemente. Por ejemplo, si utilizáramos la palabra proemium así escrita, en su mismísimo latín, pongamos por caso para titular un artículo, estaríamos diciendo mucho de nosotros mismos, mucho quizá en un sentido negativo, o mucho tal vez en un sobreentendido que solo algunas personas pudieran entender o mucho de lo oscuro que pretendidamente un pensamiento quizá pedante pudiera desarrollar. Por el contrario, se podría entender como un juego, una manera diletante de enhebrar un discurso sin más finalidad que el mero gozo, el disfrute del vuelco de las palabras que se desparraman sobre el folio en blanco como las fichas de dominó en el sobre de mármol dispuesto para la partida. El sobre de mármol de la partida, una metáfora para jugar con los significados de la palabra partida. Ya, ya, ya sé que los profesores de Lengua dicen que las metáforas que hay que explicar son muy malas metáforas. Es como los chistes. Palabra partida.

    Un profesor de Lengua en  Santa Nonia, proemio —ya no en latín— de la Semana Santa, me recordó no saltar de tema en tema; un miércoles que, perdona que te lo cuente aquí, fue historia en mi universo de emociones, por cosas que no me pasaron a mí, pero que trajeron al mundo fotografías de momentos increíbles, brillos de hojalata en la Plaza del Vaticano en una mañana de sol para la historia de un pueblo de Ciudad Real que tuvo un día grande —eso dejó escrito su alcalde— preludio de la Semana Santa. Un día grande, sí, perdona que te diga estas cosas que no son tan de León, pero que son cosas que me sacan una emoción escondida, como les pasa a quienes disfrutan con gozo de todo lo que pasa y ya tienen la risa en el primer encuentro para decidir desde el principio. No puedo con vosotros, me sacáis la risa que no tengo. Una carcajada en el carcaj. Una flecha de historia. Roma y los romanos. Dos limonadas.

viernes, 8 de marzo de 2024

Nihil obstat. (Audio)

 

Nihil obstat. (En Hoy por Hoy León, 8 de marzo de 2024)

    Para poder publicar un escrito en nuestro país hasta hace cuatro días era necesario conseguir el nihil obstat de la censura eclesiástica católica, la aprobación del contenido moral y también doctrinal de lo escrito. Eso no pasa ya y podemos escribir lo que pensamos con independencia de la opinión de la autoridad, ya sea religiosa, política o de cualquier otra índole, pero el caso es que medimos nuestras palabras cuando actuamos de cara a los demás. Yo lo hago cuando te escribo esto de cada viernes, pero no solo: también lo hacemos en cualquier intervención pública, sea en el foro que sea, desde una conferencia, una charla, aunque sea más informal, hasta la participación en un pleno del ayuntamiento o una sesión del claustro de profesores de un colegio. Medimos nuestras palabras no tanto por las consecuencias que puedan traer consigo, como por lo que dicen de nosotros, por el modo en el que nos retratan delante de los otros. Funciona un nihil obstat privado, una censura íntima que en muchas ocasiones llega incluso a silenciarnos.

    Esa forma de control, que es control social y tiene escalas que nos miden desde la más pura violencia o coacción autoritaria hasta las normas sociales más elementales, pasando por el adoctrinamiento que se realiza desde los medios de comunicación y la propaganda, los comportamientos generalmente aceptados o los usos y costumbres que conforman el sistema informal de creencias que en algunos casos se convierten en generadores de prejuicios, no deja de ser en cierto modo argamasa social, cemento en las relaciones. Eso, que inicialmente va contra nuestra libertad, termina siendo exigido en muchos casos como elemento básico de la relación social. Es, claramente, un juego de tensiones. Lo que me permito pensar, lo que la sociedad espera que piense, lo que calculo que debería pensar, lo que realmente pienso…

    ¿Dónde pones tu nihil obstat? ¿Hasta dónde eres capaz de permitirte tus opiniones? ¿Actúas con absoluta libertad? Al hilo de una actividad que en algún centro educativo de aquí de León se iba a realizar para visibilizar la necesidad de seguir educando en la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, surgió una polémica que no te cuento porque no hace al caso, pero que me lleva a pensar que hay personas que en su idea de lo que es correcto no se permiten entender que haya otras personas que piensan diferente y parece como si hubiese una necesidad de otorgar el beneplácito incondicional a propuestas que no admiten lo contrario. Es verdad que nos movemos en el proceloso mar de los símbolos, que la interpretación de los gestos está más en el que percibe que en quien interpreta, pero es muy difícil alcanzar acuerdos con quienes ya tienen la verdad antes de empezar a hablar. El control es en cierto modo "enfermizo" porque nunca es total. La vida es imprevisible. Es eso. Es saber que nunca vas a poder cerrarlo todo, que siempre queda algo abierto, pero es que es así y eso no va a cambiar nunca. La calma no está en el control, sino en la confianza.  

viernes, 1 de marzo de 2024

Sine die. (Audio)

 

Sine die. (En Hoy por Hoy León, 1 de marzo de 2024)

    Ayer estuvimos por Astorga. Una mañana fría y una tarde extraña de ventisca y sol y grises y azules profundos. Por la mañana, en la carretera, en el decorado del cielo se recortaba el Teleno, que enseñaba su melena blanca. Conmigo, hablando de la altitud relativa de las montañas, viajaba en el coche un mallorquín también de melena blanca y desmadejada, como la del Teleno; la melena desmadejada del invierno que va y viene, la melena que podría ser melena de campana si es que me dejas exagerar las cosas; campana que llama a concejo, campana de encuentro, de reunión; en este caso, reunión de maestros, de gente de la escuela. El mallorquín, al frente.

    Estuvimos en Astorga hablando de convivencia en la educación, compartiendo experiencias, “llenando mochilas”, que se dijo. Fue un tiempo amable, esa palabra tan valiosa: quizá la que yo escogería si me preguntaras por la palabra que me llega. Amable, más que amabilidad, porque lo amable, lo digno de amor, lo que vale la pena amar es lo que tienes delante, la realidad que disfrutas. Por el contrario, la amabilidad es solo una hipótesis, una posibilidad o, como mucho, un modo de hacer, no eso que haces. Y lo que haces es lo que importa; por eso elijo lo amable y no tanto la amabilidad.

    Hablábamos de separar las conductas por un lado y las personas por otro, de evitar juicios, nominaciones. Una conducta indeseable o inadecuada no hace de la persona que la realiza una persona indeseable o inadecuada, como realizar un acto amable no le asegura al actor la condición de persona amable. La clave, creo yo, se encuentra en el territorio de la emoción, porque esa es la red que teje nuestra vida y las emociones no admiten juicio, porque son íntimas, privadas, y nos explican en la totalidad de lo que somos, aunque me parece que a menudo no sabemos reconocerlas o no encontramos el modo de hacerlo o no nos queremos permitir ese reconocimiento, porque esa emoción que sentimos va contra algo que no podemos cambiar, algo que nos ha costado construir: el espacio de seguridad en el que vamos acorazando, a medida que pasan los años, el inseguro cascarón íntimo de la verdad de lo que somos.

    Somos emoción. Por eso ese estrés tuyo es también emoción, es “e” de energía y es moción, “acción y efecto de mover o ser movido”, energía que se mueve. El problema de tu estrés es que esa energía que se mueve lo hace siempre en el mismo circuito cerrado que hay en tus tejidos, de manera que es esa tensión la que se te agolpa en la espalda, en la mandíbula, en el malestar absurdo que te abraza sine die. Y vas aplazando la oportunidad de dejar que esa energía se mueva en otros círculos. Es una idea sencilla: si soy emoción, mi emoción tiene que ser emoción compartida. Solo si entiendo el hecho de convivir con una pequeña pausa —“con vivir”— adquiero la dimensión humana que me libera. Vivo en la medida que vivo con los otros, con quienes elijo vivir y con quienes viven conmigo, aunque no sean de mi elección. Y eso vale, sine die, para la escuela.

Modus operandi. (Audio)

 

Modus operandi. (En Hoy por Hoy León, 23 de febrero de 2024)

    Cuando se hace una denuncia deben darse todos los detalles que se conocen sobre el hecho denunciado. Si no lo hacemos así, podemos caer en la caricatura de Gila en ese monólogo suyo en el que dice que detuvo a un asesino con indirectas: “alguien ha matado a alguien y no me gusta señalar”. Por eso digo que, si denunciamos un hecho, no basta con decir que “alguien es un asesino y no lo quiero decir”, porque la mayoría de los asesinos no suelen ser tan sensibles como el del monólogo de Gila y aguantan las indirectas sin inmutarse.

    Te cuento esto porque en los aseos de una Facultad de la Universidad de León hay un cartel en el que se puede leer que “de seguir produciéndose el robo del papel higiénico” dejará de reponerse, con el consiguiente perjuicio para los demás compañeros. Te lo traigo al comentario de hoy y hago la salvedad de las denuncias porque supongo que debería decir con todo detalle de qué Facultad se trata y eso quizá añadiese un plus a la cuestión porque, imagínate que se tratase de la Facultad de Educación, ¿no entraríamos a valorar el hecho de la falta de educación en los futuros educadores? Y si se tratase de la Facultad de Derecho, ¿no tendríamos un caso de violación de los derechos de los demás, el más elemental derecho a la dignidad y al aseo?

    Imagino el modus operandi de los futuros graduados, actuales ladrones de rollos de papel: un sencillo entrar con la mochila vacía y salir con ella llena cuando nadie mira. Un hecho que, para que el Decanato se haya visto en la necesidad de colocar un aviso semejante, debe producirse día tras día y de una manera sistemática. Pienso en la escasa complejidad de este acto de pillaje y me pregunto si la acción de guardar en el bolsillo una comisión por la compra de, pongamos por caso, unas mascarillas cuando nadie tiene y todo el mundo las necesita, es equiparable moralmente al robo del rollo de papel. Pienso que solo hay una cuestión de grado que diferencie una conducta de la otra, que el hecho es el mismo y que consiste en aprovecharse de una necesidad de todos para un beneficio privado que además se obtiene de forma ilícita. Esa línea de lo ilícito es la que se desdibuja. Algo así como que privar a los demás del papel higiénico o forzar a la Facultad a que realice un gasto mayor del debido para no comprarlo uno es lo mismo que forzar al Ministerio a pagar de más por esas mascarillas que aparecieron de la nada en los primeros días de la pandemia a precios escandalosos quizá para comprarse uno un par de pisos o lo que sea que a uno le venga bien. Esa línea es muy turbia y debería ser muy clara: lo que es de todos debe protegerse más aún que lo que es de uno, o terminaremos peleándonos por las mascarillas y luchando cada uno por su trozo de papel higiénico. Habíamos pensado que el bien público se sostenía en las ideas de solidaridad, equidad y justicia y resulta que igual el modus operandi es que cada uno corra por donde pueda. ¡Una pena, por no decir otra cosa más cercana al papel higiénico!

viernes, 16 de febrero de 2024

Ars longa, vita brevis. (Audio)

 

Ars longa, vita brevis. (En Hoy por Hoy León, 16 de febrero de 2024)

    Desde la ventana de la oficina se ve una pared desconchada que recoge pintadas diversas, garabatos sin sentido para mí que los miro sin más atención del que advierte un fondo difuso detrás de lo que mira, que normalmente es nada, una mirada vacía a través del cristal para airear una conversación, una ojeada curiosa para saber si llueve mucho, un despejar la cabeza fuera de la pantalla del ordenador. Entre las pintadas me parece que hay una que reza: “Sindie”; así, sin más mensaje, que uno no sabe si es que hay una Sindie que es importante para alguien o es que es la propia Sindie que quiere dejar en la pared su firma de espray o es que alguien quería poner algún otro mensaje y se quedó en ese Sindie misterioso escrito sin ninguna gracia.

    Entiendo, aunque no comparto, la motivación del grafitero, la peculiaridad de cada firma, la idea de generar lo que en el argot se llama “crew”, un grupo de jóvenes que colaboran con la misma firma y que elaboran grafitis que pueden desde alguna perspectiva entenderse como arte. No hace falta hablar de Banksy o el mítico Muelle; aquí tenemos grafiteros como David Esteban o el gran Dr. Hofmann que sin duda expresan esta idea de arte en la calle, la incuestionable esencia de la transformación a través del grafiti. Aquí no tengo dudas. Creo que cuando estos artistas pintan, el producto es una obra de arte. Me cuesta más el punto de partida, el grafiti que se queda en la repetición obsesiva de la firma: esos vagones de tren tapiados de letras unas encima de otras. Fíjate que digo que me cuesta, pero no con un rechazo frontal y eso que supongo que RENFE dedicará un presupuesto importante al repintado de vagones. Tanto que he visto muchos vagones de tren que ya asumen su condición de lienzo grafitero y se pasean con sus firmas en un acto de renuncia o de conciliación, no sabría decirte.

    El “punch” del grafitero es lo que me interesa. El golpe de atención en la mirada del que pasa, la necesidad de expresar una rebeldía que asociamos de manera inmediata a la adolescencia o a la juventud. Ese grito, que yo no sé qué significa, ese “Sindie” puesto delante de mis ojos en la pared que se ve desde la ventana de la oficina me invita a imaginar historias; la primera siempre es una historia de amor, pero hay otras y pienso hasta en un insulto, una forma de menospreciar a alguien o un lenguaje oculto, una clave para concertar una cita clandestina. El caso es que ahí está escrito todo aquello y yo sigo viendo esa palabra por encima de todas las demás y, claro, no sé qué pasará cuando haya que quitar esas pintadas de la fachada. Muy enfadados estaban mis amigos del café de los sábados con la ordenanza de limpieza y residuos que obligaba al propietario o persona responsable del inmueble objeto de pintadas a restituirlo a su estado original. Estarán más calmados ahora que ya saben que no va a ser así o al menos no del todo así. En fin, ars longa, vita brevis. A lo mejor Sindie sabe que el arte es largo y la vida breve, que el arte y la ciencia no son lo inmediato y no caben en una vida.

viernes, 9 de febrero de 2024

Ubi sunt. (Audio)

 

Ubi sunt. (Hoy por Hoy León, 9 de febrero de 2024)

    ¿Dónde están quienes vivieron antes que nosotros?, dirán quienes nos sobrevivan. ¿Dónde están esos que nos legaron una vida tan extraña?, clamarán tal vez. ¿En qué momento de la historia se ha consumido el género humano y se ha deshecho en estantes de papel empapado por el agua y el fuego de la naturaleza despreciada? ¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido! Y qué feroz la exigencia diaria del pantanoso bullicio que nos acompaña, cada vez más separados de la vida en la naturaleza, cada vez más lejos del contacto de la piel, cada día más inmersos en nuestro mundo fatal de ideas y deseos que se consuman en tardes de concurso de televisión, en programas de tele realidad aumentada por los guionistas que alimentan el show y lo convierten en ficción con aire de autenticidad; en partidos de fútbol que se suceden y se apilan en las teles de pago; en paseos  de centro comercial; en bares cada vez más estandarizados en decoraciones y parroquias. ¿Qué hay de nosotros? ¿Dónde estamos?, preguntarán quienes nos sucedan y me ha dado a mí por preguntarme hoy.

    No te voy a decir que te apuntes a la “vida retirada” y te animes a seguir la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido, pero sí me apetece compartir contigo una pregunta que me he hecho esta mañana: ¿cuánto tiempo hace que no pisas tierra? Quiero decir algo que no sea artificial, quiero decir tierra, tierra, auténtica tierra. Yo no sabría decirte, porque en los parques voy por los paseos generalmente de cemento o piedras y si piso el césped, algo que procuro evitar, siento que piso un suelo de porcelana verde, una construcción humana más.

    Te estarás dando cuenta de que todo esto te lo digo por los tractores, que es esa imagen de las enormes ruedas de esas soberbias máquinas pensadas para transitar la tierra más pura aplastándose en el alquitrán de las avenidas de la ciudad la que me hizo pensar de este modo. Lo vi claro el martes cuando me encontré con ellos en el Paseo de la Condesa en su camino hacia Guzmán. Me di cuenta de lo artificial de algunos árboles del parque, traídos quién sabe de dónde con esa intención estrictamente ornamental. Comprendí lo antinatural de nuestra vida en el ruido de las bocinas de aquellos vehículos impresionantes que gritaban que su ruina sería nuestra hambre. ¿Dónde están quienes vivieron antes que nosotros? ¿Ubi sunt?

    Del monte en la ladera / por mi mano plantado tengo un huerto, / que con la primavera / de bella flor cubierto / ya muestra en esperanza el fruto cierto. Un fraile llamado de León, un tal Luis, escribía estos versos que me vinieron a la cabeza con el bullicio de la manifestación y el elogio del ruido y pensé que tenía que venir a contártelo, porque me parece urgente entender que quienes venden los tomates no son quienes los cuidan en las tomateras, sino quienes los inventan para los supermercados y en ese juego hay tantos actores que me cuesta saber cómo termina la tragedia.

viernes, 2 de febrero de 2024

Romani ite domum. (Audio)

 

Romani ite domun, (En Hoy por Hoy León, 2 de febrero de 2024)

    Hay una escena en “La vida de Bryan” en la que el joven Bryan tiene que hacer una pintada en el palacio de Poncio Pilatos para poder ingresar en el Frente Popular de Judea. Una prueba de valor exigida por sus futuros compañeros que luchan contra el poder imperial del invasor. En la caricatura, Bryan, amparado por el sigilo de la noche, escribe de forma inadecuada el mensaje: “Romanos, marchaos a casa”. Esa es la cosa, que se vayan los romanos, porque ¿qué han hecho por nosotros? Ya ves, poca cosa, el acueducto y el alcantarillado. Y las calzadas. La irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos, el orden público.  Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?

    Esa es una buena pregunta, ¿qué han hecho por nosotros los romanos? Y no estoy hablando de los romanos de Roma, sino todo lo que se representa en la metáfora del “ser romano” entendido por colonizador, invasor, dominador, así es que por supuesto: romanos, a casa, porque ni el alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos son suficientes para compensar la invasión, por muy buenos que sean y por muy agradable que nos hagan la vida. En la tentación de interpretar qué es hoy el alcantarillado y todo lo demás veo claro el dedo en el móvil, la vida a punta de pantalla y de clic de ratón, un reino de jauja en el que todo es bienestar, riqueza y bonanza. Pero toda esa bondad tiene una cara oscura, un coste inaceptable que ningún miembro del Frente Popular de Judea está dispuesto a consentir. La inaceptable ocupación de nuestra identidad. Así es que, como Bryan, escribiremos mil veces por orden del centurión: romani ite domum.

    Ciertamente nos quedaremos con las alcantarillas y todo lo demás, porque están aquí y son nuestras, pero no podemos perder la identidad. Nos hablaba el miércoles Lolita en el Auditorio Ciudad de León de eso, de la identidad —de la identidad y de la libertad— y volaba por las tablas del escenario el fantasma de otro modo de dominación más allá de la opresión de Bernarda Alba, el fantasma de “Pepe el Romano” paseándose por la memoria y el vientre de las mujeres que no estuvieron en la escena. Solo la criada. Solo la presencia de Poncia en el cuerpo y la voz de Lolita apagando las toses perpetuas del respetable. Y es ahí cuando piensas que vale la pena dormir un ratito —un minuto, un año, un siglo— porque la dignidad está a salvo pase lo que pase con todos los romanos, se llamen Pepe o Poncio Pilatos.

    Y la otra cuestión que hay en la escena de La vida de Bryan de la que te hablo es la de la comunicación, la de la importancia de poder entender a otras personas que viven en otras alcantarillas, personas que escriben con corrección el romani ite domum, pero que nos entienden si decimos romanes eunt domus. Identidad compartida, humanidad.

domingo, 28 de enero de 2024

Casus belli. (Audio)

 

Casus belli. (En Hoy por Hoy León, 26 de enero de 2024)

    Hoy déjame que me recoja más que otros días en pensamientos íntimos, en emociones señaladas por la fecha, una fecha que probablemente no te diga nada, pero que a mí me sitúa en uno de los momentos decisivos de mi vida. No hoy. Hoy lo mío ya no tiene remedio, sino en un día de hace un cuarto de siglo, cuando se acababa el veinte, un día determinante cuyo eco todavía hoy no he sabido integrar bien.

    Nos pasa eso; que en el momento en el que están sucediendo las cosas, el rodillo de los quehaceres no nos deja perspectiva y después ya todo tiene un pasar que es válido para nuestra propia conciencia; capaz de justificar cualquier cosa. No es que yo ese día de hace un cuarto de siglo pudiera haber hecho algo distinto de lo que hice. También es esa otra verdad, que la inercia de lo que pasa nos lleva tan de la mano que se nos olvida que somos nosotros quienes tomamos las decisiones que construyen nuestra vida. Lo otro, lo que nos viene dado, lo inamovible que viene de fuera, es tan “lo otro” que, aunque nos determine, no nos afecta al nivel de lo que yo te estoy proponiendo; la intimidad de tus sentimientos, la privacidad máxima de tus emociones, la determinación interna en la acción. Es una idea que no sé por qué me hace ahora tanto ruido en mis pensamientos: la transformación del mundo es íntima.

    Me vas a decir que me he vuelto excesivamente contemporizador, que eso que digo es un modo de justificar lo que hay e ir contra la posibilidad de construir un mundo más justo; sé que me lo vas a decir porque tengo la cualidad de leer el pensamiento y porque tengo el maravilloso don de la equivocación y la poderosa fuerza de la negación de toda causa sustentada en el dogma. Eso que nos podría haber hecho discutir. El motivo para hacer la guerra siempre tiene presencia en la realidad; la razón de todo tu enfado es tan poderosa como mi incapacidad para gestionarlo, como mi justificación de inocencia, como mi sentimiento íntimo de ser víctima y victimario en la misma emoción.

    Podemos encontrar casus belli en todo lo que respiramos y seguramente tendremos razón, como la tienes tú en el modo en el que me ignoras, la manera en la que, a estas alturas del comentario, ya estás pensando en las croquetas que vas a freír para comer, o quizá vayas a hacer un guiso o a desenterrar amargos rencores en el aperitivo o preparar dulces recuerdos para el postre. Ya tus pensamientos —sigo leyéndolos— se han desentendido absolutamente de mis palabras y vagan por un misterioso mar de imaginaciones; que no problemas. Ese vacío informe de tu imaginación es el territorio oportuno de la revolución, si no dejas que te venzan esas nubes negras que te rodean. Esa intimidad es la que va a cambiar el mundo. Y no sé por qué te digo todo esto, porque te prometo que yo te quería hablar de la prohibición de los móviles en la escuela; a lo mejor es porque, en lo más íntimo de mis pensamientos, sé que es una medida impracticable.

viernes, 19 de enero de 2024

Tempus fugit. (Audio)

 

Tempus fugit. (En Hoy por Hoy León 19 de enero de 2024)

    Estoy viendo un reloj de arena negra al que se le da la vuelta para marcar la duración máxima de una conversación o para establecer el mínimo que debes dedicar a alguna tarea, un reloj de media hora. También veo ese de mayor urgencia, el que se usa en los juegos de mesa y te da uno, dos, tres minutos como máximo para realizar una prueba o para contestar a unas preguntas. Un tiempo tasado, un tiempo urgido, un tiempo que pasa literalmente por delante de tus ojos, un tiempo en tus manos que se desgrana de forma continua siempre a la misma velocidad, aunque haya un efecto ilusorio que te hace pensar que los últimos granos de arena caen mucho más deprisa que los primeros.

    Lo veo en un semáforo de la Plaza de Guzmán cada mañana. Una cuenta atrás en rojo hasta que se permite el paso de los peatones; los números marcan los segundos que se te están yendo en la espera: quince, catorce, trece. Segundos en tus ojos escapando en la mañana mientras esperas los números en verde que ya no te detienes a contar. El tiempo es eso que está pasando contigo por el paso de peatones y luego más allá, ese flujo permanente de granos de arena que van pasando de la parte de arriba a la parte de abajo del reloj. Tempus fugit.

    Es “como el agua, ay, como el agua” que te arrasa en su fluir y te incomoda si te opones a ella, pero se acomoda a ti si te dejas llevar. Me gusta pensar que del mismo modo el tiempo te arrastra y te hace sufrir si te rebelas contra él, pero te acuna si lo abrazas y aceptas su flujo, de manera que esos segundos, esos meses, esos años que vas llevando en cuenta no son nada salvo granos de un reloj de arena que se puede detener sencillamente dándole la vuelta. Y no estoy hablando de quitarse las arrugas o de ponerse pelo en la calva, que eso es oportuno para quien le parezca oportuno, pero no es detener el tiempo. Detener el tiempo en tus manos es conseguir un equilibrio perfecto en el reloj de arena en el que nada se mueve, un equilibrio que te llega con la consciencia plena de hacer en cada momento lo que haces: “cuando como, como y cuando duermo, duermo”. El tiempo te señala cifras en momentos señalados porque la vida son señales. Y ese deseo tuyo cuando soplas las velas de la tarta está tan en tus manos como todo lo demás. Estirarse la piel y quitarse las manchas puede ser un modo de acelerar tu lucha contra el tiempo. O un modo de entenderte con él, que no es ese el tema. La cuestión es la consciencia, el hecho de mirar los segundos en el semáforo con la conciencia de que ese momento de mi vida es tan mío y tan perfecto como ese otro de cerrar los ojos y soplar las velas en la tarta de cumpleaños. El tiempo se va, sí, claro que se va.

    La vida es un hilo de lana enredado en una madeja. El tiempo es el devanador, el instrumento con el que vas entresacando la lana con la que tejes tu historia, pero no hace falta devanarse los sesos —esos están bien así de enredados—. Lo que cuenta es la atención y el cuidado con el que tiras de la hebra.

viernes, 12 de enero de 2024

Non vitae, sed scholae. (Audio)

 

Non vitae, sed scholae. (En Hoy por Hoy León, 12 de enero de 2024)

 Así es que ya has visto que han venido los Reyes justo al poco tiempo de venir los Reyes. Y han venido a hacer entrega del premio de la Fundación Princesa de Girona a la escuela del año 2022 a una escuela pública de León, un Colegio de Infantil y Primaria que trabaja con alumnado en su mayoría —vamos a poner el eufemismo— en situación de vulnerabilidad socio educativa. El colegio es el Gúmer, el Gumersindo Azcárate, en el barrio de Armunia, a dos pasos de Michaisa, en la paralela a la avenida del Doctor Fleming, a la espalda de una mezquita y cerca de uno de los salones “del culto” de León. Un colegio de colores desde el que casi se puede ver el esqueleto de la azucarera y se oyen pasar lejanos los trenes que en otro tiempo impulsaron la vida del barrio. No sé si te acuerdas, pero hace unos años, cuando pusieron en marcha la experiencia por la que hoy reciben este reconocimiento tan especial, hubo aquí, en este espacio de la radio, unas palabras de admiración por lo que estaban haciendo. El artículo se titulaba Como una avispa en un bote y es de marzo de dos mil dieciocho. Al releerlo esta tarde y ver todo ese tiempo que ha pasado me he escondido en las caras de esos muchachos que entonces estaban en sexto de primaria y que hoy deberían estar en segundo de bachillerato. ¿Cuántos de ellos han llegado? ¿Qué les ha pasado por el camino si es que no lo han hecho?

    Fíjate que, aún en el improbable caso de que ninguno estuviera hoy en bachillerato, lo que vi aquella tarde de marzo del dieciocho para mí seguiría teniendo el valor que entonces le di, el valor excepcional que le ha dado la fundación que distingue a la escuela del año y que en dos mil veintidós reconoció al Gúmer como tal por todo lo que habían estado haciendo. Es el eterno tema de la educación: ¿qué perseguimos cuando educamos?

    Séneca escribió que no aprendemos para la vida, sino para la escuela y lo escribía ya entonces en tono de queja. La escuela es un monstruo que se fagocita a sí mismo, un ogro en el que nos encerramos desde los tres años y que nos exige más o menos durante otros quince que satisfagamos sus exigencias académicas, mirándose el ombligo de la sabiduría. Escuela que enseña para la escuela. A esa frase de Séneca que te decía se le ha querido dar la vuelta en tiempos actuales, valorando el hecho de aprender para la vida y no para la propia escuela. Yo creo que eso es lo que está en la base de todo esto que decimos ahora que es el aprendizaje competencial, educar para que el alumnado adquiera competencias, capacidades que le hagan competente en el arte de la vida. El problema sigue siendo, me parece, que para aprender para la vida hace falta que alguien sepa qué es la vida. ¿Qué es la vida? Pues ya sabes, Segismundo, una ilusión, una sombra, una ficción. Y en todo caso, un frenesí. Esa es la competencia más clave de todas; entender la vida en un frenesí, un arrebato que nos separa del alimento masticado y repetido lección tras lección hasta rematar la página de los días.

viernes, 5 de enero de 2024

Carpe diem. (Audio)

En este enlace tienes acceso al audio del artículo.

Carpe diem. (En Hoy por Hoy León, 5 de enero de 2024)

    No veo mejor momento que este para colocar el tópico. Empieza el año y más allá de metas y propósitos me parece que hay un cierto impulso de cambio, una idea difusa de tiempo renovado, de vida nueva, por mucho que nos digamos que se trata de una convención, que la medida del tiempo es caprichosa y que no significa nada que esta sea la primera semana de enero. Es más, lo entendemos de alguna manera como un engorro, como que esta es una semana que cuelga de las navidades en un extra latino, porque, en el mundo anglosajón que nos han impuesto, esto de los Reyes Magos es una impostura. Pero tienes que reconocerte que hay una mariposa andándote todavía por alguna arteria, que sientes la novedad de los días, que ves con esperanza todo lo que queda por estrenar en este dos mil veinticuatro. Y la mariposa te asaltará especialmente esta noche, que sabes que es una noche mágica, la noche del oro, el incienso y la mirra. Los tres aspectos reales del poder: un rey, un dios, un hombre.

    Por eso el tópico: carpe diem, abraza el día, afronta el año con la convicción de que vivir el momento es la única forma sensata de vivir. Carpe diem, vive el momento porque todo se desvanece, vive el momento porque el futuro está siempre por llegar. Como al parecer nos dice ese poeta americano del que hablan en El club de los poetas muertos: “disfruta el pánico que provoca tener la vida por delante”. La vida por delante, la magia de la vida, su inmediatez. Hazte ese regalo, deja que te llegue, pero no esperes a mañana por muy mágica que hoy sea la noche. Ahora es el momento, justo ahora que ha terminado la lavadora y tienes que salir a tender la ropa, ahora que tienes que quitar la grasa de la campana de la cocina es el tiempo exacto de la magia, la que te convierte en ti mismo cuando tomas conciencia de ello. Eso es vivir el momento, atrapar el día.

    Parece que la noche del martes al miércoles tuvo lugar el perihelio de este año, el día en el que la tierra ha estado más cerca del sol, lo que la ha llevado a sufrir una aceleración que quizá no hayas notado, pero que ha sido la mayor del año. Todas esas prisas no tenían que ver contigo, era cosa del perihelio y tú te pensabas que es que no llegabas a tiempo con la lavadora y con la campana y con la cena de esta noche y la comida de mañana y con los regalos y con cuatro cosas del trabajo y con la tos y los mocos de la gripe y resulta que te creías que eras tú que no llegabas y lo que te pasaba es que la tierra está en el perihelio. Y tú, sin saberlo, te olvidas del carpe diem y piensas en todo lo que queda por hacer; te sales de tu día y sientes un agobio que no es tuyo: lo por hacer, ese concepto que te aparta de la única realidad que tienes, lo que haces.

    Lo que haces te da sentido, pero no te aceleres, no te vayas a pensar que esa urgencia te da vida, que lo que haga la tierra con sus movimientos es cosa suya, porque lo que cuenta para ti es tu temblor y no su aceleración. Y tu temblor es la verdadera vida.