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viernes, 16 de febrero de 2024

Ars longa, vita brevis. (En Hoy por Hoy León, 16 de febrero de 2024)

    Desde la ventana de la oficina se ve una pared desconchada que recoge pintadas diversas, garabatos sin sentido para mí que los miro sin más atención del que advierte un fondo difuso detrás de lo que mira, que normalmente es nada, una mirada vacía a través del cristal para airear una conversación, una ojeada curiosa para saber si llueve mucho, un despejar la cabeza fuera de la pantalla del ordenador. Entre las pintadas me parece que hay una que reza: “Sindie”; así, sin más mensaje, que uno no sabe si es que hay una Sindie que es importante para alguien o es que es la propia Sindie que quiere dejar en la pared su firma de espray o es que alguien quería poner algún otro mensaje y se quedó en ese Sindie misterioso escrito sin ninguna gracia.

    Entiendo, aunque no comparto, la motivación del grafitero, la peculiaridad de cada firma, la idea de generar lo que en el argot se llama “crew”, un grupo de jóvenes que colaboran con la misma firma y que elaboran grafitis que pueden desde alguna perspectiva entenderse como arte. No hace falta hablar de Banksy o el mítico Muelle; aquí tenemos grafiteros como David Esteban o el gran Dr. Hofmann que sin duda expresan esta idea de arte en la calle, la incuestionable esencia de la transformación a través del grafiti. Aquí no tengo dudas. Creo que cuando estos artistas pintan, el producto es una obra de arte. Me cuesta más el punto de partida, el grafiti que se queda en la repetición obsesiva de la firma: esos vagones de tren tapiados de letras unas encima de otras. Fíjate que digo que me cuesta, pero no con un rechazo frontal y eso que supongo que RENFE dedicará un presupuesto importante al repintado de vagones. Tanto que he visto muchos vagones de tren que ya asumen su condición de lienzo grafitero y se pasean con sus firmas en un acto de renuncia o de conciliación, no sabría decirte.

    El “punch” del grafitero es lo que me interesa. El golpe de atención en la mirada del que pasa, la necesidad de expresar una rebeldía que asociamos de manera inmediata a la adolescencia o a la juventud. Ese grito, que yo no sé qué significa, ese “Sindie” puesto delante de mis ojos en la pared que se ve desde la ventana de la oficina me invita a imaginar historias; la primera siempre es una historia de amor, pero hay otras y pienso hasta en un insulto, una forma de menospreciar a alguien o un lenguaje oculto, una clave para concertar una cita clandestina. El caso es que ahí está escrito todo aquello y yo sigo viendo esa palabra por encima de todas las demás y, claro, no sé qué pasará cuando haya que quitar esas pintadas de la fachada. Muy enfadados estaban mis amigos del café de los sábados con la ordenanza de limpieza y residuos que obligaba al propietario o persona responsable del inmueble objeto de pintadas a restituirlo a su estado original. Estarán más calmados ahora que ya saben que no va a ser así o al menos no del todo así. En fin, ars longa, vita brevis. A lo mejor Sindie sabe que el arte es largo y la vida breve, que el arte y la ciencia no son lo inmediato y no caben en una vida.

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