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viernes, 2 de febrero de 2024

Romani ite domun, (En Hoy por Hoy León, 2 de febrero de 2024)

    Hay una escena en “La vida de Bryan” en la que el joven Bryan tiene que hacer una pintada en el palacio de Poncio Pilatos para poder ingresar en el Frente Popular de Judea. Una prueba de valor exigida por sus futuros compañeros que luchan contra el poder imperial del invasor. En la caricatura, Bryan, amparado por el sigilo de la noche, escribe de forma inadecuada el mensaje: “Romanos, marchaos a casa”. Esa es la cosa, que se vayan los romanos, porque ¿qué han hecho por nosotros? Ya ves, poca cosa, el acueducto y el alcantarillado. Y las calzadas. La irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos, el orden público.  Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?

    Esa es una buena pregunta, ¿qué han hecho por nosotros los romanos? Y no estoy hablando de los romanos de Roma, sino todo lo que se representa en la metáfora del “ser romano” entendido por colonizador, invasor, dominador, así es que por supuesto: romanos, a casa, porque ni el alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos son suficientes para compensar la invasión, por muy buenos que sean y por muy agradable que nos hagan la vida. En la tentación de interpretar qué es hoy el alcantarillado y todo lo demás veo claro el dedo en el móvil, la vida a punta de pantalla y de clic de ratón, un reino de jauja en el que todo es bienestar, riqueza y bonanza. Pero toda esa bondad tiene una cara oscura, un coste inaceptable que ningún miembro del Frente Popular de Judea está dispuesto a consentir. La inaceptable ocupación de nuestra identidad. Así es que, como Bryan, escribiremos mil veces por orden del centurión: romani ite domum.

    Ciertamente nos quedaremos con las alcantarillas y todo lo demás, porque están aquí y son nuestras, pero no podemos perder la identidad. Nos hablaba el miércoles Lolita en el Auditorio Ciudad de León de eso, de la identidad —de la identidad y de la libertad— y volaba por las tablas del escenario el fantasma de otro modo de dominación más allá de la opresión de Bernarda Alba, el fantasma de “Pepe el Romano” paseándose por la memoria y el vientre de las mujeres que no estuvieron en la escena. Solo la criada. Solo la presencia de Poncia en el cuerpo y la voz de Lolita apagando las toses perpetuas del respetable. Y es ahí cuando piensas que vale la pena dormir un ratito —un minuto, un año, un siglo— porque la dignidad está a salvo pase lo que pase con todos los romanos, se llamen Pepe o Poncio Pilatos.

    Y la otra cuestión que hay en la escena de La vida de Bryan de la que te hablo es la de la comunicación, la de la importancia de poder entender a otras personas que viven en otras alcantarillas, personas que escriben con corrección el romani ite domum, pero que nos entienden si decimos romanes eunt domus. Identidad compartida, humanidad.

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