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viernes, 27 de marzo de 2020
Los sonidos de la alarma. (Audio)
En este enlace tienes acceso al podcast de Radio León en el que se puede escuchar el artículo
Los sonidos de la alarma. (En Hoy por Hoy León, 27 de marzo de 2020)
Cuando
sonaba la alarma en las películas de James Bond era como una sirena continua
que se convertía en un espacio sonoro de fondo, algo que no hacía daño, pero
que estaba sonando de manera machacona los veinte últimos minutos de la
película. No es que haya pensado que estamos en los veinte últimos minutos de
nuestra película, aunque todo es tan apocalíptico que vaya usted a saber, pero
sí que me he querido parar a escuchar cómo suena este estado nuestro de alarma.
Para
empezar, a muchos, a la mayoría, me parece, nos han borrado el sonido de la
alarma del móvil y ya no nos despertamos con los horarios rígidos de la jornada
laboral. Tampoco es esa ausencia de despertador del fin de semana, pero esos
pajaritos y esa musiquita mona con la que te levanta el móvil todas las mañanas
has dejado de escucharla. Ahora te despiertas con otros sonidos y tu vida se
acomoda a otros ritmos. Quizá lo primero que te saca del sueño es el sonido de
un WhatsApp que te entra con la última ocurrencia, el primer disparate del día
o la pregunta inquieta de alguien que está pendiente de tu salud. Así es que,
lo primero que ha hecho la alarma es quitar el sonido de la alarma de tu móvil.
En
la madrugada la alarma suena silenciosa. El río, el viento en los árboles, el
sonido azul de algún destello de un coche de la policía. En la madrugada el
silencio es la alarma y a medida que sale el sol, los tiempos se recomponen,
los coches circulan, las máquinas empiezan sus trabajos, el sonido de alarma se
disfraza con una apariencia de normalidad, porque, en cuánto te fijas un poco,
te das cuenta de que las palomas se han hecho las dueñas de la ciudad. Ya lo
eran antes, casi seguro, pero es que ahora su sonido se extiende en la mañana
sorteando cualquier ruido de fondo. Algún carrito de la compra. Perros
disfrutando del privilegio de un mundo solo para ellos y para sus dueños, pero
sin ladridos, en un vagar silencioso que no alcanza a romper con las barreras
del ruido.
Luego
la alarma se detiene al mediodía y la tarde se aplana, salvo en algunos
edificios, como el mío, en el que un saxofonista aficionado nos alarma con sus
pasodobles, boleros y demás piezas bailables repetidas todos los días entre las
cinco y las siete. Llega un momento en el que ya no lo oyes, pero tu estado de
alarma te lleva canturreando por el pasillo aquello de “solo te pido que me
hagas la vida agradable, si decides vivirla conmigo”.
Y, a las ocho, el sonido
de la alarma es el aplauso, el final del día, la rutina esperada para sacar la
cara a la calle y espantar el encierro. Y así es como suena el día, así y con
la mirada fija en una limonada en alguna playa del verano.
viernes, 20 de marzo de 2020
El agua de Veguellina. (Audio)
En este enlace tienes acceso al podcast de Radio León en el que e puede escuchar el artículo.
El agua de Veguellina. (En Hoy por Hoy León, 20 de marzo de 2020)
Solo
me permito pensar en cosas puras. Me ocurre desde que la semana pasada me tomé
un vaso de agua en un bar de Veguellina, es como que la pureza de esa agua me hubiera
infectado completamente.
Tengo
esa infección. Me cuesta prestar atención a opiniones interesadas y la verdad
es que no dejo de sorprenderme por la manera en que una especie de sensor
invisible me avisa de la pureza de una opinión, un sentimiento, una situación.
Hasta los deseos más impuros, si son puros en su impureza, me resultan
admisibles, porque de lo que te hablo no es de un juicio moral, sino de una
condición. Ayer me llegaba un vídeo grabado por un amigo transportista. Se le
veía sentado al volante después de comer, porque como todos los bares están
cerrados, tienen que comer sin salir de sus furgonetas o de sus camiones. Estaba
cansado, enfadado, triste. Hablaba de España, del gran país que somos y lo hacía
desde la más absoluta pureza, después de comerse la lasaña que había traído en
un táper. Y terminaba su vídeo diciendo: “no os preocupéis, porque mientras
estemos en la carretera, no os va a faltar de nada”.
Y
a mí casi me entraron ganas de llorar por la belleza de su acto heroico, por el
afecto puro. Aún ahora, que lo recuerdo, me enciendo en esa pureza de
sentimientos y pienso que lo que nos tiene que quedar de todo esto, además de
un aire más limpio —déjame que diga un aire puro—, es la seguridad de que
comprendemos la importancia de parar. Parar para restañar. Y luego seguir con
la mirada pura. No te digo que te pares a pensar en lo importante, porque eso
es difícil de definir, pero sí que hagas un esfuerzo por tomar las cosas en
estado puro, que eso tus células lo identifican.
No
te dejes engañar más. Si se quedan las orquídeas en los despachos, si se
almacenan las carpetas en los pupitres, si se vacían los estantes de la tienda,
si los muchachos que caminan solos junto al río son detenidos por la policía y
los centros de trabajo en los que no se trabaja permanecen abiertos por mandato
de la superioridad; si la pureza del miedo es de tal calidad que te agota, búscate
en la sonrisa, en la ocurrencia pura, en el amor que nos tienen y el que
nosotros tenemos. En estado puro.
Detectar otra vez lo que
has pensado antes de que lo digas, saberte en la distancia cercando mi soledad
angustiosa del encierro, comprender el mundo nuevo que nos deja limpio y puro
este colosal desbarajuste es una pura bendición, ya lo sabes. Yo agradezco
mucho que exista whatsapp, porque nos está ayudando en esta circunstancia, pero
agradezco más la posibilidad de apagar el móvil y sentarme a mirar la realidad
con la mirada pura de cuando tenía catorce o quince años y todavía era posible
cualquier cosa. Esa mirada que, a veces, me descubres como quien bebe agua pura
en un bar de Veguellina.
viernes, 13 de marzo de 2020
Codo con codo. (En Hoy por Hoy León, 13 de marzo de 2020)
Hazte
a la idea de que esto es un percal. No en el sentido literal de lo que es un
percal, ni tan siquiera en el figurado, aunque quizá sí, quizá en ese sentido
de asunto bien conocido por alguien podría funcionar. Pero no es eso lo que
quiero decir. Lo que me sale es un “¡vaya percal!”, una idea desoladora de no
saber por dónde empezar, ni qué hacer, como que me dieran un capote de brega y
me echaran al ruedo a recibir al morlaco. ¡Menudo percal!
Fíjate
que yo siempre el percal lo encierro entre admiraciones y me cuesta esa función
de atributo y, cuando lo escuché el otro día, me di cuenta de ese significado
poderoso que sobrepasa la designación exacta de lo que es: un verdadero percal.
Nos va a costar asumir la ausencia de relación social. El aislamiento no nos
resulta fácil, porque estamos hechos al contacto. Ya nos cuesta un mundo
encontrarnos con alguien y no darle la mano o mostrar una expresión de afecto en
el modo que sea y esa cosa del codo, ¿qué quieres que te diga? Me siento como
un Playmóbil. ¡Ah, no, que ellos no pueden darse codo con codo!
Nos
costará hacernos a la idea de colegios sin niños, teatros sin teatro, campos de
fútbol sin fútbol, bares sin ruidos o iglesias sin misas. Nos va mal el
aislamiento, pero ese es el percal y con ese percal tendremos que hacer la
faena los próximos días, semanas o meses, ¿quién podrá saber? ¿Quién será quien
sepa de verdad cómo es este percal? He leído estos días tantas bobadas
groseras, tanta desinformación y me he reído con tantas bromas que empiezo a
pensar que es que el género humano es de condición dudosa. Fíjate si seré tonto
que yo ya tengo la tos seca, pero mantengo la esperanza de que el virus no me
toque, aunque soy tan bobo que juego a la Primitiva pensando que me pudiera
tocar. En esta lotería de la que hablamos te toca más fácil que en la Bonoloto.
Ese es el verdadero percal, yo creo.
Así
es que —grave o llevadero, mortal o una cosa de estar unos cuantos días con
paracetamol en casa—, si asumimos que, sea este percal lo que sea, lo tenemos
que pasar sí o sí, mejor enfrentarlo y ver por dónde viene que escondernos en
un burladero a ver si pasa, porque ocurre que no va a pasar sin dar sus
cornadas.
Te parecerá una
tontería, pero yo estaba tan tranquilo hasta que he visto cerrado el bazar
chino que hay cerca de casa. Nunca lo había visto cerrado antes de las ocho de
la tarde y ayer me impactó ver la luz apagada. Además, he sabido que los
estudiantes chinos que estaban en León están volviéndose a sus casas, que hasta
el propio equipo de fútbol de Wuhan que estaba concentrado en Andalucía ha
decidido volverse y esa idea de que aquello pueda ser más seguro que esto, a la
vez que me asusta, me da esperanza. Ya ves, un percal.
viernes, 6 de marzo de 2020
La gelatina del pil pil.(Audio)
En este enlace tienes acceso al podcast de Radio León en el que se puede escuchar el artículo.
La gelatina del pil pil. (En Hoy por Hoy León, 6 de marzo de 2020)
Lo
que pasa con la gelatina del bacalao, cuando lo haces al pil pil, es que se
estropea si el aceite está caliente. La clave está en dejar que se temple y ser
paciente al terminar de freír las cocochas. Retirarlas dejando todo lo que han
soltado en la sartén y airear con un colador para que la salsa ligue bien, pero
hay que esperar a que se enfríe un poco, ya te digo, que, si lo haces en
caliente, la salsa no se liga ni de broma.
Bueno,
que tú eso ya lo sabes, que la cocina es paciencia y amor, claro. La comida se
empapa de emociones y se lleva en cada bocado que preparas toda tu presencia,
tu modo de estar, tu intención en cada huevo que cascas para preparar un
bizcocho. Hacer un bizcocho o preparar unas cocochas son entregas de uno mismo,
maneras de darse al otro, hacer por el otro, tener presente a quien va a
recibir todo tu cariño en cada miga. Pero las cosas tienen sus tiempos y es
importante no correr, comprender que menos es más y que en este mundo sin
apretones de manos que nos espera debemos encontrar un tiempo lento para que la
salsa se ligue, para que alce el bizcocho, para que el lechazo se dore sin
quemarse. Nadie pocha la cebolla con alma para hacer cualquier comida rápida.
De
la sensación de la cococha bailando en la cazuela cuando la incorporas al pil
pil, cuando la devuelves a su propia magia ya empapada en verdes y en aromas de
ajo y de guindilla, cuando la mueves en círculos con el fuego lento para que
todo se incorpore en un festival profundo de deseos, te queda el gozo de lo
hermoso. Es como destapar el cofre de las ilusiones y encender velitas que
vayan a salir volando contra el cielo púrpura de todos los ocho de marzo, un
escándalo de pasiones. Humores extensos que ligan los verdes y los blancos, la
perfección del amor. El placer excitado de hacerlo todo por ti, por ellos, por
nosotros, por todos vosotros, por todas las personas a las que queremos, aunque
llevemos el bizcocho a más de cien kilómetros de la cocina, aunque la gelatina
del pil pil rebose la cuna que nos mece.
Vuelvo a recordarte que
para la salsa es imprescindible el aceite atemperado. Un pil pil es muy
sencillo, pero no es fácil. Por eso me cuesta creer que se vaya a ligar la
salsa en esa mesa tan larga del martes, porque el aceite está caliente y las
cocochas no están reposadas. Esa Mesa por León tiene algunos que están que no
sé si son y algunos que no están que quizá sean, claro que es difícil ajustar
los ingredientes en platos de tanta sofisticación y con tanta urgencia. Me entra
el consustancial hormigueo pesimista de los leoneses, aquello de que ya tenemos
un poco más de lo de siempre, y me da que no se liga una salsa tan compleja. Un
pil pil bien hecho, con sus ajos, su aceite y su poquito de guindilla, a lo mejor
tiene menos vistosidad culinaria, pero nos habría dejado sabores más serios,
más intensos, más de domingo de fiesta.
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