Solo
me permito pensar en cosas puras. Me ocurre desde que la semana pasada me tomé
un vaso de agua en un bar de Veguellina, es como que la pureza de esa agua me hubiera
infectado completamente.
Tengo
esa infección. Me cuesta prestar atención a opiniones interesadas y la verdad
es que no dejo de sorprenderme por la manera en que una especie de sensor
invisible me avisa de la pureza de una opinión, un sentimiento, una situación.
Hasta los deseos más impuros, si son puros en su impureza, me resultan
admisibles, porque de lo que te hablo no es de un juicio moral, sino de una
condición. Ayer me llegaba un vídeo grabado por un amigo transportista. Se le
veía sentado al volante después de comer, porque como todos los bares están
cerrados, tienen que comer sin salir de sus furgonetas o de sus camiones. Estaba
cansado, enfadado, triste. Hablaba de España, del gran país que somos y lo hacía
desde la más absoluta pureza, después de comerse la lasaña que había traído en
un táper. Y terminaba su vídeo diciendo: “no os preocupéis, porque mientras
estemos en la carretera, no os va a faltar de nada”.
Y
a mí casi me entraron ganas de llorar por la belleza de su acto heroico, por el
afecto puro. Aún ahora, que lo recuerdo, me enciendo en esa pureza de
sentimientos y pienso que lo que nos tiene que quedar de todo esto, además de
un aire más limpio —déjame que diga un aire puro—, es la seguridad de que
comprendemos la importancia de parar. Parar para restañar. Y luego seguir con
la mirada pura. No te digo que te pares a pensar en lo importante, porque eso
es difícil de definir, pero sí que hagas un esfuerzo por tomar las cosas en
estado puro, que eso tus células lo identifican.
No
te dejes engañar más. Si se quedan las orquídeas en los despachos, si se
almacenan las carpetas en los pupitres, si se vacían los estantes de la tienda,
si los muchachos que caminan solos junto al río son detenidos por la policía y
los centros de trabajo en los que no se trabaja permanecen abiertos por mandato
de la superioridad; si la pureza del miedo es de tal calidad que te agota, búscate
en la sonrisa, en la ocurrencia pura, en el amor que nos tienen y el que
nosotros tenemos. En estado puro.
Detectar otra vez lo que
has pensado antes de que lo digas, saberte en la distancia cercando mi soledad
angustiosa del encierro, comprender el mundo nuevo que nos deja limpio y puro
este colosal desbarajuste es una pura bendición, ya lo sabes. Yo agradezco
mucho que exista whatsapp, porque nos está ayudando en esta circunstancia, pero
agradezco más la posibilidad de apagar el móvil y sentarme a mirar la realidad
con la mirada pura de cuando tenía catorce o quince años y todavía era posible
cualquier cosa. Esa mirada que, a veces, me descubres como quien bebe agua pura
en un bar de Veguellina.
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