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viernes, 26 de octubre de 2018

Una piedra en el colédoco. (Audio)

Este enlace conduce al podcast de Radio León en el que se puede escuchar la columna de hoy.

Una piedra en el colédoco. (En Hoy por Hoy León, 26 de octubre de 2018)

Hay personas a las que todo les parece mal y hay personas a las que todo les parece bien. No digo yo que no haya más tipos, porque la mezcla es la realidad total, ya lo sabemos, y es imposible categorizar todas las combinaciones que se nos ocurren: esos a quienes les parece bien todo lo relacionado con las emociones, pero mal lo que tenga que ver con las decisiones; aquellos a quienes les parece bien lo que ocurre en verano, pero no hay nada que les convenza en el otoño; esos otros que antes de comer lo ven todo negro y después de la siesta entienden que tampoco es para tanto. La mezcla, ya te digo. Pero hoy me interesa pararme a pensar sobre quienes ven la vida con la idea permanente de que las cosas a su alrededor están mal, siempre mal, invariablemente mal y, por supuesto, por culpa de los otros y también sobre quienes no saben ver nunca nada negativo, porque son incapaces de la crítica, que se les atora en el cerebro como un hueso de aceituna que se colara por un conducto inadecuado.

No sé qué es peor. Me parece que el optimista acrítico no aporta nada, solo su anuencia bobalicona, su permanente asentir y eso es algo que no contribuye al crecimiento ni de las personas ni de las tareas. Pero también tienes que estar conmigo en que el pesimista insatisfecho tampoco ayuda al progreso con su permanente colocar piedras en las ruedas de los otros. Diría que una y otra figura responden a algún principio de insatisfacción, en un caso, quizá, por insatisfacción de lo que se pretende y en el otro por ausencia total de toda pretensión. Ya sé que es exagerar los tipos. Está claro que no hay ningún pesimista perfecto, como no hay nadie que sea eternamente optimista, pero pensando en los ejemplos, en lo que tienen de metáfora, me parece que los dos beben del miedo; como que el alimento de esas actitudes imposibles, por puras, tiene que ser necesariamente el pavor: miedo que proviene de la inseguridad por lo vivido o miedo que proviene de la inseguridad por lo incierto de lo por vivir.

No me hagas mucho caso, que es viernes y estamos casi a la hora de la comida y ya pensamos más en el fin de semana que en estos enredos míos, es solo que he visto la noticia sobre la EPA, esa que dice que la mitad de los leoneses son niños o pensionistas y he pensado en esa fatalidad optimista de la infancia y, al leer pensionistas, me bailaron las letras y leí “pesimistas” y no entendía eso de que la mitad de los leoneses fuesen niños o pesimistas y como resulta que estoy en estos días dándole vueltas en la cabeza al hecho de que haya personas a las que siempre les parece todo mal, me he enredado un poco y me apetecía contártelo, porque sé que pasas de la risa al llanto con la misma facilidad de los días, que te mueves en los grises de la vida entre la alegría y la tristeza y mezclas tu optimismo con tu hiel y viertes mala uva cuando toca y cantas por las mañanas cuando te sabes en calma y no es saquear la intimidad decir que estás triste porque te pasan cosas. ¿Por qué tienes que enfadarte con todo siempre? ¿Por qué no te enfadas nunca?

Salte a la vida de todos y deja que te mueva cada día. No seas como esa piedra terca alojada con testaruda insensatez en el conducto colédoco. Deja que escurra la bilis.

viernes, 19 de octubre de 2018

Elige bien las lámparas. (Audio)

Elige bien las lámparas. (En Hoy por Hoy León,19 de octubre de 2018)


Ahora que tu casa nueva te quita el sueño y que las obras te mantienen alerta hasta las tantas, buscando gangas en Wallapop, como esos accesorios de cuarto de baño que dices que viste el otro día, deja que te dé algún pequeño consejo.

Antes que nada te digo, elige bien las lámparas. Yo tengo en mi casa una luz que no se apaga. A veces ocurre que, en la oscura soledad del techo, queda un resplandor vago permanente, un resplandor que late con la mirada, una negación intermitente al cielo más oscuro. Hasta ahora nunca había prestado mucha atención a las lámparas. Sabía algunas cosas: que prefiero la luz indirecta, que no me gustan los fluorescentes, que las telas y el papel de las pantallas filtran de matices las estancias. Pero ahora que tengo ese plafón de techo que nunca se acaba, me doy cuenta de lo importante que puede ser elegir bien las lámparas. No creas que vale cualquier cosa.

Pienso en esa comisión que ha puesto en marcha la Conferencia Episcopal para actualizar los protocolos de actuación de la Iglesia Española ante los casos de abusos a menores y me pregunto la verdadera necesidad de su existencia. No digo de la comisión, sino del propio protocolo. ¿Acaso no hay ya leyes que tratan el problema? ¿No debería procederse de la misma manera que si la persona que abusa no perteneciese a la Iglesia? Fíjate que lo digo en forma de pregunta, que sobre este asunto no veo que se hable con mucha claridad, como que no entiendo que haya clases diferentes de personas respecto a la responsabilidad penal. Y hablo de quienes son responsables de conductas que pudieran ser delitos y de quienes las conocen. ¿Acaso no hay una misma ley que nos incumbe a todos?

Pero, en cualquier caso, dado que existe la necesidad de ese protocolo y su renovación, ¿no es un poco particular el modo en el que se ha constituido esa comisión? No digo yo que hayan elegido mal las lámparas, porque para iluminar un asunto tan oscuro solo hace falta abrir las ventanas y airear lo que pasa, sino que me parece que no hay mucha voluntad de hacer luz. Demasiados filtros se adivinan, mucha luz indirecta, un ambiente de salón recogido y coqueto, como a mí me gusta el de mi casa, pero que no es adecuado, me parece, para un asunto que debería iluminarse con focos de potencia máxima.

Por eso te digo que mires bien las lámparas, que no te pase lo que me está pasando en el techo de mi casa, esa especie de reflujo inagotable que no deja ver, pero que no se apaga. Ese goteo permanente, ese hilillo de luz, plastilina de desastre que nunca se zanja, que no desaparece al cerrar la llave. Elige bien las lámparas.

En un soneto de Carlos Castro Saavedra sobre la amistad hay un verso que dice que el amigo sincero es como la hormiga que confunde la miel con el verano. Me gusta eso de la hormiga y la miel y el verano. Dijimos que este iba a ser un verano de hormigas. Dijimos que serían plaga. Pero no estuvimos atentos a la miel. Consuélate. No eres tú solo. Hay mucha gente que quiere reformar la casa; mucha gente que repasa el catálogo de lámparas. Hormiga, miel, verano. Plafón que no se apaga. Comisión particular y sin ventanas.