Hay
personas a las que todo les parece mal y hay personas a las que todo
les parece bien. No digo yo que no haya más tipos, porque la mezcla
es la realidad total, ya lo sabemos, y es imposible categorizar todas
las combinaciones que se nos ocurren: esos a quienes les parece bien
todo lo relacionado con las emociones, pero mal lo que tenga que ver
con las decisiones; aquellos a quienes les parece bien lo que ocurre
en verano, pero no hay nada que les convenza en el otoño; esos otros
que antes de comer lo ven todo negro y después de la siesta
entienden que tampoco es para tanto. La mezcla, ya te digo. Pero hoy
me interesa pararme a pensar sobre quienes ven la vida con la idea
permanente de que las cosas a su alrededor están mal, siempre mal,
invariablemente mal y, por supuesto, por culpa de los otros y también
sobre quienes no saben ver nunca nada negativo, porque son incapaces
de la crítica, que se les atora en el cerebro como un hueso de
aceituna que se colara por un conducto inadecuado.
No
sé qué es peor. Me parece que el optimista acrítico no aporta
nada, solo su anuencia bobalicona, su permanente asentir y eso es
algo que no contribuye al crecimiento ni de las personas ni de las
tareas. Pero también tienes que estar conmigo en que el pesimista
insatisfecho tampoco ayuda al progreso con su permanente colocar
piedras en las ruedas de los otros. Diría que una y otra figura
responden a algún principio de insatisfacción, en un caso, quizá,
por insatisfacción de lo que se pretende y en el otro por ausencia
total de toda pretensión. Ya sé que es exagerar los tipos. Está
claro que no hay ningún pesimista perfecto, como no hay nadie que
sea eternamente optimista, pero pensando en los ejemplos, en lo que
tienen de metáfora, me parece que los dos beben del miedo; como que
el alimento de esas actitudes imposibles, por puras, tiene que ser
necesariamente el pavor: miedo que proviene de la inseguridad por lo
vivido o miedo que proviene de la inseguridad por lo incierto de lo
por vivir.
No
me hagas mucho caso, que es viernes y estamos casi a la hora de la
comida y ya pensamos más en el fin de semana que en estos enredos
míos, es solo que he visto la noticia sobre la EPA, esa que dice que
la mitad de los leoneses son niños o pensionistas y he pensado en
esa fatalidad optimista de la infancia y, al leer pensionistas, me
bailaron las letras y leí “pesimistas” y no entendía eso de que
la mitad de los leoneses fuesen niños o pesimistas y como resulta
que estoy en estos días dándole vueltas en la cabeza al hecho de
que haya personas a las que siempre les parece todo mal, me he
enredado un poco y me apetecía contártelo, porque sé que pasas de
la risa al llanto con la misma facilidad de los días, que te mueves
en los grises de la vida entre la alegría y la tristeza y mezclas tu
optimismo con tu hiel y viertes mala uva cuando toca y cantas por las
mañanas cuando te sabes en calma y no es saquear la intimidad decir
que estás triste porque te pasan cosas. ¿Por qué tienes que
enfadarte con todo siempre? ¿Por qué no te enfadas nunca?
Salte
a la vida de todos y deja que te mueva cada día. No seas como esa
piedra terca alojada con testaruda insensatez en el conducto
colédoco. Deja que escurra la bilis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario