Ahora
que tu casa nueva te quita el sueño y que las obras te mantienen
alerta hasta las tantas, buscando gangas en Wallapop, como esos
accesorios de cuarto de baño que dices que viste el otro día, deja
que te dé algún pequeño consejo.
Antes
que nada te digo, elige bien las lámparas. Yo tengo en mi casa una
luz que no se apaga. A veces ocurre que, en la oscura soledad del
techo, queda un resplandor vago permanente, un resplandor que late
con la mirada, una negación intermitente al cielo más oscuro. Hasta
ahora nunca había prestado mucha atención a las lámparas. Sabía
algunas cosas: que prefiero la luz indirecta, que no me gustan los
fluorescentes, que las telas y el papel de las pantallas filtran de
matices las estancias. Pero ahora que tengo ese plafón de techo que
nunca se acaba, me doy cuenta de lo importante que puede ser elegir
bien las lámparas. No creas que vale cualquier cosa.
Pienso
en esa comisión que ha puesto en marcha la Conferencia Episcopal
para actualizar los protocolos de actuación de la Iglesia Española
ante los casos de abusos a menores y me pregunto la verdadera
necesidad de su existencia. No digo de la comisión, sino del propio
protocolo. ¿Acaso no hay ya leyes que tratan el problema? ¿No
debería procederse de la misma manera que si la persona que abusa no
perteneciese a la Iglesia? Fíjate que lo digo en forma de pregunta,
que sobre este asunto no veo que se hable con mucha claridad, como
que no entiendo que haya clases diferentes de personas respecto a la
responsabilidad penal. Y hablo de quienes son responsables de
conductas que pudieran ser delitos y de quienes las conocen. ¿Acaso
no hay una misma ley que nos incumbe a todos?
Pero,
en cualquier caso, dado que existe la necesidad de ese protocolo y su
renovación, ¿no es un poco particular el modo en el que se ha
constituido esa comisión? No digo yo que hayan elegido mal las
lámparas, porque para iluminar un asunto tan oscuro solo hace falta
abrir las ventanas y airear lo que pasa, sino que me parece que no
hay mucha voluntad de hacer luz. Demasiados filtros se adivinan,
mucha luz indirecta, un ambiente de salón recogido y coqueto, como a
mí me gusta el de mi casa, pero que no es adecuado, me parece, para
un asunto que debería iluminarse con focos de potencia máxima.
Por
eso te digo que mires bien las lámparas, que no te pase lo que me
está pasando en el techo de mi casa, esa especie de reflujo
inagotable que no deja ver, pero que no se apaga. Ese goteo
permanente, ese hilillo de luz, plastilina de desastre que nunca se
zanja, que no desaparece al cerrar la llave. Elige bien las lámparas.
En un soneto de
Carlos Castro Saavedra sobre la amistad hay un verso que dice que el
amigo sincero es como
la hormiga que confunde la miel con el verano.
Me gusta eso de la hormiga y la miel y el verano. Dijimos que este
iba a ser un verano de hormigas. Dijimos que serían plaga. Pero no
estuvimos atentos a la miel. Consuélate. No eres tú solo. Hay mucha
gente que quiere reformar la casa; mucha gente que repasa el catálogo
de lámparas. Hormiga, miel, verano. Plafón que no se apaga.
Comisión particular y sin ventanas.
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