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viernes, 28 de mayo de 2021

Sustancia blanca. (Audio)

 

Sustancia blanca. (En Hoy por Hoy León, 28 de mayo de 2021)

    No tengo ese mal gusto, no te voy a hablar del Real Madrid, ni de la Cultural. He puesto en el papel en blanco las palabras “sustancia” y “blanca” sin pensar en que pueda herir tu sensibilidad futbolera, porque ni “Madrid” ni “Cultu” están en su momento. Lo he hecho porque venía pensando en las bases biológicas de la personalidad, la idea de que debe existir algo material que nos hace ser como somos y, ahora te cuento, pero cabe pensar que, en nuestro cerebro, hay una sustancia que podría tener que ver con nuestras emociones en la medida en que es la encargada de la transmisión de la información y esa no es otra que la sustancia blanca.

    Si eso es así —y parece que la ciencia así lo afirma— esta sustancia blanca favorece la creación de redes que transportan la información a las partes del cerebro en que se almacena, la materia gris. Lo que pasa es que, al formarse esas redes, ocurre lo que ya sabemos: que la suma de muchos fenómenos no es un fenómeno gigante, sino que es un fenómeno diferente. El todo no es la suma de las partes.

    Seguro que lo has vivido. En un concierto, en una manifestación, en una reunión, en un partido de fútbol, en alguno de estos acontecimientos en los que has coincidido con muchos y has compartido una idea, o mejor, un sentimiento, has visto cómo crece una realidad diferente que va más allá de la experiencia de cada uno. Es como que se genera una experiencia común que te hace sentir la realidad de otro modo. Hay algún neurocientífico que habla de la conciencia como un epifenómeno fruto de la organización en redes de las neuronas, como que surgiese de esa conexión en red, una teoría de campos neuronales. A mí me resulta apasionante pensar en la conciencia, porque necesito de la conciencia para pensar en ella y me encanta pensar que la conciencia surja de ese apelotonamiento neuronal, como cuando escuché a Prince cantando Purple Rain en el Calderón o cuando la Cultu subió a Segunda o en el María Guerrero con Galiana y Rodero en el Veneno del Teatro. Gente junta, que hace que algo nuevo brote. Por eso pienso en las redes de axones de la sustancia blanca como quizá el elemento más poderoso del cuerpo.

    No sé si conoces la historia de un americano que trabajaba en el XIX en la construcción del ferrocarril al que se le clavó una barra de hierro que le atravesó el cráneo y que, aunque conservó la vida, nunca más fue la misma persona o la de un neurocientífico español que en 1963 convirtió a un toro que le embestía en un manso accionando los electrodos controlados por radio que le había colocado en el cerebro. Ambos casos hablan de esa base biológica de la personalidad y quizá nos acerquen a esa idea ya vieja de la sociedad “psico-civilizada” que sostuvo ese profesor español del que te hablo. Esa es la lógica del control: si el temperamento de un toro se puede amansar con un electrodo, por qué no intervenir en los cerebros para conseguir masa biempensante en lugar de redes descontroladas. Al fin y al cabo, dicen, la felicidad tiene que ver con la conciencia y no es más feliz quien más disfruta, sino quizá quien menos pena. Yo prefiero estar tristón a ratos, pero que mi cerebro permanezca incivilizado.

viernes, 21 de mayo de 2021

Hígado. (Audio)

Hígado. (En Hoy por Hoy León, 21 de mayo de 2021)

Me sobran razones para encender “hígado” en la luz que titula esta entrada. Luego me regañáis y me decís que ya está bien de hablar de mí mismo, de las cosas que me pasan y, más que nada, de las cosas tristes que me pasan. Es verdad, debería eliminar la tristeza de cualquier acto de la vida y comprender el estado de las cosas para transformarlo con alegría. Me dijo hace poco una alumna que tendría que pensar cosas que la hicieran reflexionar pero que no terminara llorando. Sonaba Amancio Prada cantando los versos de Agustín García Calvo en su Libre te quiero y me di cuenta de que tenía una arista de tristeza, aunque me sonase a himno de amor la voz de Amancio. Y pensé si será que es triste la belleza. Pero no, no lo concedo, es sensibilidad, consciencia. Siempre queda un velo de alegría en lo que te emociona. Por ejemplo, tú, que ahora estás aquí conmigo, seas quien seas, me escuchas y, por tu interés en lo que digo, sé que también piensas que todo mordisco de vida se deshace en llanto y sonríes al comprenderlo. No hacen falta imágenes emotivas ni música estremecedora. Solo te asomas a lo que pasa y te sucede: con una sonrisa helada, lloras.

Enciendo “hígado” como entraña, como fábrica de energía, como saco de entrenamiento en el que se reciben los directos o el gancho de izquierda. El crochet en la mandíbula es el que te noquea, por eso el castigo al hígado te corta el aire. Te deja a merced de lo que pasa. Enciendo esa palabra en los neones del miedo, porque veo imposible encajar todo lo que veo. Veo, veo. Una cosita que empieza a asustarme si no alcanzas a tener la sensibilidad necesaria. No te pido que alcances un grado de maestría contra lo injusto, no hace falta un doctorado en empatía. Pero necesito que me entiendas como sé que me entiendes. Que me entiendas sin entender las palabras que te digo. Esa cosa que nos pasa los viernes. Ya sé que, en cierto modo, has desistido de entenderme y eso es el fin y el principio de todo esto. No entender nada para sentirlo todo, cocerlo en el hígado, deshacerlo en la entraña. Hacer de lo que te cuento algo irracional, pero entrañable. Algo que pueda transformarse en puro ser tú. Me gusta tanto que me digas que no entiendes por qué te gusta lo que digo, como me gusta que digas: “vaya, lo de Rafa, este ratito de calma”. Me lo dijo un compañero este lunes bajo el sol de la Plaza del Cid, uno de sensibilidad máxima, uno como tú, que se permite en la mañana de los viernes un vermú monólogo que se pega al hígado como si nada.

Y todo esto porque llevo en las entrañas la puñalada del sábado. Ese golpe fatal que se estrelló en un pecho, que brotó de una mano armada, que se enfundó en un duelo de disputa exagerada, pero una desgracia que se me clava en lo profundo, en el hígado mismo, en el sufrir nivel máximo de toda escala, porque esa puñalada la sufrimos todos, pero también todos la asestamos. Esa, y no solo esa, sino todas, todas las puñaladas en todos los pechos y todas las espaldas, todos los cohetes, todas las piedras que puedan llover contra el cielo. Todos los golpes, todo el daño y el dolor es cosa nuestra. De todos los que miramos y encendemos el hígado con nuestra inseguridad, por nuestra angustia, en nuestra forma de dibujar las caras. Tal vez no me entiendas y puede que no compartas lo que digo, pero me basta con saber que la música te suena y que estos minutos te acompañan y te calman.

viernes, 14 de mayo de 2021

Corteza. (Audio)

 

Corteza. (En Hoy por Hoy León, 14 de mayo de 2021)

    Ha sido una semana para mí tan agitada que me cuesta atrapar la calma necesaria para contarte este trozo del viernes y llevo horas, contra mi costumbre, deshebrando mis pensamientos para encontrar la idea que querría compartir contigo. Me sale silencio, como concha protectora, como algodón de azúcar que protegiera todas las heridas, como grito espantado ante toda la adversidad de la semana. ¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice! ¿O acaso piensas que te iba a traer un monólogo inglés y otro francés y me iba a dejar debajo de la carpeta el español? Podría haberlo hecho, ¿por qué no? Pero, con la semana que he tenido, apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así.  

    Pero está el silencio, la intensa sonoridad del silencio. La necesidad de la gota de agua que rebota en la porcelana del baño, el golpeo del peso del cordón de la cortina contra la cristalera, agitado por esa rendija que deja que entre un viento intenso como el de estos días —¿qué delito cometí?—, el saxofón del vecino del cuarto o del tercero que practica sus melodías de orquesta de verano —contra vosotros naciendo—. El silencio ortodoxo que rebota en confuso laberinto de esas desnudas peñas por las que te desbocas, te arrastras y despeñas. Semana como tantas que ha corrido pareja con el viento, pero que me ha dejado en mi caída arropado en las heridas de la más pura belleza. Sueño de instante incierto que se evapora arrojado por la ventana como prueba de que efectivamente sueño y ya entiendo qué delito he cometido.

    Semana dura, digo, quizá también para ti que me escuchas. Quizá esta lluvia y este viento nos hayan traído de cabeza, bamboleándonos de vacuna en vacuna, de anuncio nuevo en viejo anuncio, de fotos de normalidad a cierres perfectos. Cierro los ojos y en mi corteza cerebral se dibujan imágenes de calma, dibujos en esquema, bloques sintéticos, poemas atroces, sueños de rey, yo en palacios suntuosos, yo entre telas y brocados. Mi corteza cerebral, deshilachada, encendiendo luces, haciendo gente. Mi corteza cerebral, que me susurra espantada: déjate servir y calla y que venga lo que viniere. Mi corteza cerebral, descerebrada, que sueña que soy lo que no soy o que sueña quizá ahora que despierto me veo. Y ahora que sé quién soy, por mis sueños me entiendo un compuesto de hombre y fiera. Mi corteza cerebral soñando, como aquel que a medrar empieza, como el que afana y pretende, como el que agravia y ofende. Y yo en otro estado más lisonjero me vi. Una sombra, una ficción. Mi corteza cerebral dibujando que todo mal es pequeño. Mi corteza cerebral anunciando que todo bien es pequeño. Mi corteza, mi cortedad, entendiendo el silencio en el atril. Desconcierto.

    Me desconcierta este mundo, pero no quiero dejarlo. Me desconcierta este silencio, pero necesito oírlo. Me consuela saber que toda la vida es sueño y me angustia imaginar que los sueños, sueños son.

viernes, 7 de mayo de 2021

Pituitaria. (Audio)

 

Pituitaria. (En Hoy por Hoy León, 7 de mayo de 2021)

    Pues hoy toca otro monólogo famoso del teatro: “non merçi!”. Lo habrás oído en la voz de Gerard Depardieu, quien da vida al héroe de Bergerac en una de las versiones que se han hecho de la obra de teatro para el cine. Bueno, eso si has tenido ocasión de ver la película original, porque en la versión doblada está claro que no es el actor francés quien habla y los versos de Rostand pierden un poco la fuerza y el ritmo y casi se diría que por momentos la rima. Traduttore, traditore. Y sobre todo si lo que traducimos es el verso. Non, merçi!

    Solo que queremos saber lo que significan las cosas que no entendemos y eso que sabemos que cualquier traducción es una mentira, un filtro de la verdad, un colador que tamiza las palabras. Pero ya sabes, ¿adular el talento de los canelos, vivir atemorizado por infames libelos, y repetir sin tregua: “señores, soy un loro, quiero ver mi nombre en letras de oro”? No, gracias. Cyrano enamora a Roxane poniendo sus palabras en la boca de otro y mantiene su artificio hasta el último momento de su vida, porque así entiende el amor. Generosidad pura. No espera, solo ama. No desea, no exige ni traiciona, ama día tras día. Todos los días a las seis en punto de la tarde lee la carta de amor que salió de su corazón, pero que firmó otro. Amor que no necesita nada. Nariz exagerada que se esconde en la poesía.

    Y, de la nariz, desde que aprendí su morfología básica, me ha quedado pituitaria como palabra favorita. Además, en la pituitaria se puede elegir color —pituitaria roja, pituitaria amarilla—, algo así como con los helados de frutas, esos que se enroscan como un zigurat en espiral. Zigurat es otra palabra favorita. Y siempre que oigo la palabra pituitaria me vienen los olores de la infancia: el patio, la cal, la hierba. Y también, más allá de eso, olores de verano, olores del parque, de dondiegos en la noche, de la arena recién regada al atardecer. La pituitaria es memoria, transformación, experiencia, identidad. Por eso me quedé pensando en algo que escuché el martes en la radio, algo que afirmaba un neurocientífico sobre la idea de que nos enamoramos de personas cuya experiencia olfativa es distinta de la nuestra y que eso es una ventaja adaptativa. Yo sabía que el olor es tan importante en la atracción física como la misma imagen o la voz, pero pensaba que nos gustaban olores afines y esta idea de buscar el amor en mundos olfativos opuestos o tal vez complementarios, me hizo pensar en las añagazas de la biología y en esta particular idea de que puede que ese olor que te disgusta sea antes que nada el tuyo. De hecho, nos desagrada y nos lavamos para evitarlo: me huelo mal, decimos, sin caer en la cuenta de que ese olor que nos molesta quizá sea la trampa en la que caerá nuestra Roxane o nuestro Christian, hasta que las palabras de Cyrano despisten la biología y dejen al desnudo la belleza del espíritu que enamora en esa noche en la que ya no se puede leer ninguna carta.

    Pituitaria, digo, y trato de saber de León qué me enamora. Creo que son olores de escuela y parque. Olores de hierba segada. Olores de río y fuente. Eso sí, también hay alguna peste a la que decir: ¡no, gracias!