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viernes, 7 de mayo de 2021

Pituitaria. (En Hoy por Hoy León, 7 de mayo de 2021)

    Pues hoy toca otro monólogo famoso del teatro: “non merçi!”. Lo habrás oído en la voz de Gerard Depardieu, quien da vida al héroe de Bergerac en una de las versiones que se han hecho de la obra de teatro para el cine. Bueno, eso si has tenido ocasión de ver la película original, porque en la versión doblada está claro que no es el actor francés quien habla y los versos de Rostand pierden un poco la fuerza y el ritmo y casi se diría que por momentos la rima. Traduttore, traditore. Y sobre todo si lo que traducimos es el verso. Non, merçi!

    Solo que queremos saber lo que significan las cosas que no entendemos y eso que sabemos que cualquier traducción es una mentira, un filtro de la verdad, un colador que tamiza las palabras. Pero ya sabes, ¿adular el talento de los canelos, vivir atemorizado por infames libelos, y repetir sin tregua: “señores, soy un loro, quiero ver mi nombre en letras de oro”? No, gracias. Cyrano enamora a Roxane poniendo sus palabras en la boca de otro y mantiene su artificio hasta el último momento de su vida, porque así entiende el amor. Generosidad pura. No espera, solo ama. No desea, no exige ni traiciona, ama día tras día. Todos los días a las seis en punto de la tarde lee la carta de amor que salió de su corazón, pero que firmó otro. Amor que no necesita nada. Nariz exagerada que se esconde en la poesía.

    Y, de la nariz, desde que aprendí su morfología básica, me ha quedado pituitaria como palabra favorita. Además, en la pituitaria se puede elegir color —pituitaria roja, pituitaria amarilla—, algo así como con los helados de frutas, esos que se enroscan como un zigurat en espiral. Zigurat es otra palabra favorita. Y siempre que oigo la palabra pituitaria me vienen los olores de la infancia: el patio, la cal, la hierba. Y también, más allá de eso, olores de verano, olores del parque, de dondiegos en la noche, de la arena recién regada al atardecer. La pituitaria es memoria, transformación, experiencia, identidad. Por eso me quedé pensando en algo que escuché el martes en la radio, algo que afirmaba un neurocientífico sobre la idea de que nos enamoramos de personas cuya experiencia olfativa es distinta de la nuestra y que eso es una ventaja adaptativa. Yo sabía que el olor es tan importante en la atracción física como la misma imagen o la voz, pero pensaba que nos gustaban olores afines y esta idea de buscar el amor en mundos olfativos opuestos o tal vez complementarios, me hizo pensar en las añagazas de la biología y en esta particular idea de que puede que ese olor que te disgusta sea antes que nada el tuyo. De hecho, nos desagrada y nos lavamos para evitarlo: me huelo mal, decimos, sin caer en la cuenta de que ese olor que nos molesta quizá sea la trampa en la que caerá nuestra Roxane o nuestro Christian, hasta que las palabras de Cyrano despisten la biología y dejen al desnudo la belleza del espíritu que enamora en esa noche en la que ya no se puede leer ninguna carta.

    Pituitaria, digo, y trato de saber de León qué me enamora. Creo que son olores de escuela y parque. Olores de hierba segada. Olores de río y fuente. Eso sí, también hay alguna peste a la que decir: ¡no, gracias!


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