Buscar este blog

viernes, 21 de mayo de 2021

Hígado. (En Hoy por Hoy León, 21 de mayo de 2021)

Me sobran razones para encender “hígado” en la luz que titula esta entrada. Luego me regañáis y me decís que ya está bien de hablar de mí mismo, de las cosas que me pasan y, más que nada, de las cosas tristes que me pasan. Es verdad, debería eliminar la tristeza de cualquier acto de la vida y comprender el estado de las cosas para transformarlo con alegría. Me dijo hace poco una alumna que tendría que pensar cosas que la hicieran reflexionar pero que no terminara llorando. Sonaba Amancio Prada cantando los versos de Agustín García Calvo en su Libre te quiero y me di cuenta de que tenía una arista de tristeza, aunque me sonase a himno de amor la voz de Amancio. Y pensé si será que es triste la belleza. Pero no, no lo concedo, es sensibilidad, consciencia. Siempre queda un velo de alegría en lo que te emociona. Por ejemplo, tú, que ahora estás aquí conmigo, seas quien seas, me escuchas y, por tu interés en lo que digo, sé que también piensas que todo mordisco de vida se deshace en llanto y sonríes al comprenderlo. No hacen falta imágenes emotivas ni música estremecedora. Solo te asomas a lo que pasa y te sucede: con una sonrisa helada, lloras.

Enciendo “hígado” como entraña, como fábrica de energía, como saco de entrenamiento en el que se reciben los directos o el gancho de izquierda. El crochet en la mandíbula es el que te noquea, por eso el castigo al hígado te corta el aire. Te deja a merced de lo que pasa. Enciendo esa palabra en los neones del miedo, porque veo imposible encajar todo lo que veo. Veo, veo. Una cosita que empieza a asustarme si no alcanzas a tener la sensibilidad necesaria. No te pido que alcances un grado de maestría contra lo injusto, no hace falta un doctorado en empatía. Pero necesito que me entiendas como sé que me entiendes. Que me entiendas sin entender las palabras que te digo. Esa cosa que nos pasa los viernes. Ya sé que, en cierto modo, has desistido de entenderme y eso es el fin y el principio de todo esto. No entender nada para sentirlo todo, cocerlo en el hígado, deshacerlo en la entraña. Hacer de lo que te cuento algo irracional, pero entrañable. Algo que pueda transformarse en puro ser tú. Me gusta tanto que me digas que no entiendes por qué te gusta lo que digo, como me gusta que digas: “vaya, lo de Rafa, este ratito de calma”. Me lo dijo un compañero este lunes bajo el sol de la Plaza del Cid, uno de sensibilidad máxima, uno como tú, que se permite en la mañana de los viernes un vermú monólogo que se pega al hígado como si nada.

Y todo esto porque llevo en las entrañas la puñalada del sábado. Ese golpe fatal que se estrelló en un pecho, que brotó de una mano armada, que se enfundó en un duelo de disputa exagerada, pero una desgracia que se me clava en lo profundo, en el hígado mismo, en el sufrir nivel máximo de toda escala, porque esa puñalada la sufrimos todos, pero también todos la asestamos. Esa, y no solo esa, sino todas, todas las puñaladas en todos los pechos y todas las espaldas, todos los cohetes, todas las piedras que puedan llover contra el cielo. Todos los golpes, todo el daño y el dolor es cosa nuestra. De todos los que miramos y encendemos el hígado con nuestra inseguridad, por nuestra angustia, en nuestra forma de dibujar las caras. Tal vez no me entiendas y puede que no compartas lo que digo, pero me basta con saber que la música te suena y que estos minutos te acompañan y te calman.

No hay comentarios:

Publicar un comentario