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viernes, 27 de octubre de 2023

Dies Irae. (Audio)

 

Dies Irae. (En Hoy por Hoy León, 27 de octubre de 2023)

    Este martes hizo un año desde que nos falta Lolo. Bueno, no es que nos falte del todo, porque hay personas que quedan, pero ya me entiendes, que no va a entrar a la tertulia dentro de unos minutos, que por mucho que digamos que lo mantenemos vivo en el recuerdo y esas cosas que se dicen en los discursos, cuando se abran los micrófonos de la tertulia ya va a hacer un año que no se asoma desde detrás de sus gafas de sol.

    Esta semana que vuelve el tren a ser noticia —los nuevos AVEs a Gijón y el Ponfeblino de propulsión a hidrógeno— es muy propia para el recuerdo de Lolo que siempre decía que nació en el apeadero de Buen Suceso. No me atrevo a asegurar la veracidad de ese suceso en Buen Suceso, pero sí que es verdad que el tren estuvo en su vida desde la infancia y me gusta asociar la imagen de los trenes, la imagen bucólica de la locomotora, la vía infinita que se pierde en los horizontes, sean como sean, plegados en la montaña o extendidos en la llanura, con el recuerdo de este trasgo vestido de negro.

    Cuando salíamos de las tertulias de Localia nos íbamos a charlar un rato al viejo Morán, pero también a la Ragazzi o al chino de Lucas de Tuy y allí fuimos haciéndonos amigos, de esa manera que se podía ser amigo de Lolo: con total o nula dedicación, que ese nunca fue el asunto. En esas noches, y otras que les siguieron, se nos ocurrieron muchas historias que contar, historias que fuimos recogiendo en servilletas de papel o en la memoria misma que se ha transformado en el más puro olvido. Muchas de esas servilletas, cuadernos, folios sueltos, andan por ahí en viejas carpetas, como también andarán por ahí bocetos para una revista iconoclasta que estuvimos pensando con Lorena, que por entonces todavía andaba por las ruedas de prensa con el micrófono de la tele. La Gocha iba a llamarse y pretendía poder publicar todo lo que nunca pudiera publicarse. A lo mejor por eso nunca se publicó. Nos reímos mucho pensando noticias imposibles, organizando secciones y concretando una infinita lista de colaboradores. Te parecerá increíble, pero lo pensábamos en serio y las reuniones se parecían mucho a reuniones de trabajo. Bueno, o no. La Gocha, ¡qué idea!

    De lo otro, de las historias que pensamos juntos, salió una novela que en principio se llamó Demus Irae, pretendiendo un juego de palabras con el Dies Irae Dies Illa. Fernando hizo unos tarjetones que se abrían y dejaban salir unos desplegables con los monstruos que iban a protagonizar la novela y que se quedaron escondidos entre los otros millares de proyectos que se le ocurrían a Lolo cada segundo. El Cuélebre, el Mouro, la Corrupela, … Nos dio por llamarlos Demus. No por demonios, que esos sabemos que son daemones. Estos bichos nuestros no tienen maldad, aunque sí que dan algo de miedo. Por lo que sea, duermen en un cajón sus aventuras, esperando el momento en el que puedan salir a pasear por las páginas de un libro. El día de la ira, quizá, el día aquel.

viernes, 20 de octubre de 2023

De parvis. (Audio)

 

De parvis. (En Hoy por Hoy León, 20 de octubre de 2023)

    Hace muy pocos días que le dio sus zapatos a uno de sus hijos porque ya hace tiempo que sabe que no los va a usar más y no era una premonición ni nada por el estilo, era que se sabía ya que no iba a volver a caminar. Luego las cosas se han ido complicando: ya sabes que las cosas siempre se complican si pueden y se enredan y conducen a caminos generalmente de dolor y de pena, aunque también de gozo y alegría, y eso que te aseguro que este no es el caso, aunque podría serlo, porque en todo, hasta en lo más penoso, podemos encontrar motivos para la risa y sentir el abrazo de la esperanza. El caso es que le regaló sus zapatos a uno de sus hijos y él los recibió con la carga emocional que traían, con las chinas que traían dentro, se me ocurre decirte.

    En estos días en los que la lluvia ha lavado por fin la acera del sauce llorón que hay en el Paseo de Salamanca a la altura del Puente de los Leones —¡cómo se pegaban las suelas de los zapatos hasta hace bien poco al pasar por debajo! — parece como que la tristeza del otoño se empeñara en colarse en las noticias, todas las noticias, las de los informativos nacionales, las de los mensajes de Whatsapp del teléfono, las del informativo regional, hasta las de los deportes, que mira cómo anda el ADEMAR sin encontrar un pabellón en el que poder entrenar. Yo qué sé. Uno siente la fuerza de la tristeza colocándose en los huesos con la humedad y con estas cosas que me cuentan unos y otros y lo que veo yo mismo cada día, me asaltan impulsos de bota, baraja y brasero y me apetecería quedarme pelando castañas en una mesa camilla y ver pasar el viento en los cristales, dejar que el mundo ocurra y se suceda, extender mi oído al ulular triste de la noche que cae. Es eso que te digo, que uno empieza a entender por qué los americanos dicen “caer” cuando hablan del otoño y es un caer que va más allá de las hojas, más allá de todo eso que los días de atrás dejaba caer en la acera el sauce llorón del puente de los leones.

    Pero no te dejes vencer por esa inercia. Piensa en la generosidad del acto del hijo recogiendo de la mano de su madre los zapatos que su padre ya nunca calzará. Es ese gesto de belleza, el hecho de colocar la plantilla que le recomendó su podóloga dentro de la pisada que ha ahormado el padre, ese acto pequeño, mínimo, lo que se desvela crucial y engendra —estoy seguro— las cosas más grandes que pensarse puedan. Porque ya sabemos que los actos pequeños construyen las grandes gestas, que es la constancia en lo pequeño lo que alimenta la grandeza, que las cosas grandes se nutren de las pequeñas. Entiéndeme, no es que no vea lo gris que es la mañana, no es que cierre los ojos a la desgana con la que se deshace en la acera el sauce llorón, es que sé que todos los días sale el sol, aunque no pueda verlo, y que todo lo que hago para que crezca la belleza —o, si quieres, el amor—, por muy pequeño que sea, contribuye al alimento de la felicidad monstruosa de la humanidad. De parvis grandis acervus erit.

viernes, 13 de octubre de 2023

Mens sana. (Audio)

 

Mens sana. (En Hoy por Hoy León, 13 de octubre de 2023)

    Hay una novela que escribió Antonio Orejudo allá por el dos mil que se titula Ventajas de viajar en tren en la que el lector viaja —aquí la reiteración es apropiada—por diferentes niveles de realidad en el desarrollo de la ficción, que empieza con la protagonista volviendo a Madrid en un viaje en tren —de nuevo tren y también viaje—tras haber dejado ingresado a su marido en un hospital psiquiátrico en una ciudad del norte. Lo que ocurre a partir de ahí ya es cosa tuya, si te apetece leerla o recordarla, si es que ya la has leído, y si la traigo hoy aquí es porque el martes de esta semana se ha celebrado el día internacional de la salud mental y porque también es noticia de la semana que León se vuelve a quedar fuera de juego en materia ferroviaria, de modo que trenes y salud mental me llevaron a recordar esta novela de la que te hablo.

    Llegué a Orejudo de la mano de mi amigo Mauro, que me enseñó Fabulosas narraciones por historias en la edición de Lengua de Trapo allá por los últimos noventa y desde ahí se convirtió en uno de mis muchos autores preferidos. Tener muchos autores preferidos creo que es una ventaja, una manera de decir que la ventana del espíritu —discúlpame la cursilada— la tengo bien abierta para que puedan entrar por ella muchas brisas diferentes. Es un modo de mantener fresca la estancia, una idea de ventilación constante en la que se mezclan voces diversas que me ayudan a mantener perspectivas múltiples de la realidad. La realidad, ese concepto tendencioso.

    Te recuerdo la máxima de Juvenal, mens sana in corpore sano. Te recuerdo que siempre la citamos fuera de su contexto en un alarde de creación de realidad, como que una mente sana favoreciera un cuerpo sano o como que fuera nuestra obligación mantener sano el cuerpo para que esté sana la mente, cuando, en realidad, lo que creo que dice el poeta romano es que debemos orar para mantener un equilibrio en la salud mental y corporal, algo que se pide, algo que no está en nuestra mano. Esa reflexión me parece interesante, porque tendemos a culpabilizarnos por la enfermedad. Las personas enfermas no pueden ser responsables de su enfermedad. La obligación de mantener la mente y el cuerpo sanos es un deseo que va con nosotros siempre, pero no podemos pensar que quien enferma lo hace por abandono, por desidia, por dejadez. La enfermedad no se elige. Me dirás que si soy diabético no debo comer azúcares o que si soy hipertenso tengo que hacer ejercicio y abandonar la sal y el café. Ya, claro, tienes razón, debemos hacer un esfuerzo por la salud, tanto física, como mental. ¿Pero ese esfuerzo es una obligación moral? Y, en cualquier caso, ¿esa distinción entre salud física y mental que acabo de hacer tiene algún sentido? ¿Por qué necesitamos separar de esa manera feroz lo físico de lo mental? ¿No será un modo artificial de generar realidad?

    Ahí entran las Ventajas de viajar en tren, aunque no vaya a haber tantos trenes para Madrid como habrá a partir del año que viene desde Valladolid o Segovia.


viernes, 6 de octubre de 2023

In memoriam. (Audio)

 

In memoriam. (En Hoy por Hoy León, 6 de octubre de 2023)

Fue ayer y tuvo que ser a las cinco de la tarde, no sé si a las cinco en punto de la tarde, porque yo no estuve allí para atestiguarlo, pero seguro que tuvo el sonido de las cinco en punto de la tarde. El sonido innegociable de la tragedia en el silencio de los luchadores de todas las categorías recordando al compañero que ya no va a volver a los corros. Ayer en la radio, en esta radio, igual pudiste oírlo, lo explicó muy bien el presidente de la Federación de Lucha Leonesa. Dijo que habría un homenaje especial a Jorge Iglesias, que habría un minuto de silencio y que habría más actos, pero que seguro que lo más importante sería lo que cada uno de los que participara en el corro de San Froilán pudiera sentir y compartir con los demás en su recuerdo. 

Es difícil escribir in memoriam cuando hablamos de una persona de veinte años, un campeón que se va de la lucha con su victoria, con el campeonato que ya tenía conseguido a falta de estos dos últimos corros, el de San Froilán de ayer y el que queda para el Pilar el día doce en Boñar.

No quiero imaginarme el sol de las cinco de la tarde de ayer en la plaza de la catedral. No quiero ver las calles vestidas de fiesta en el día de San Froilán a esa hora de la tarde. No quiero escuchar el rumor del Húmedo subiendo desde la Plaza Mayor o los ecos de la Plaza de Torres de Omaña alterando la calma de la tarde del verano extendido de San Miguel. Me niego a dejarme rozar por nada que no sea el dolor de estas cinco en punto de la tarde en las que la ropa de un luchador que ya no lucha, el campeón de la liga de verano de su categoría, yacen —no puedo emplear otro verbo— sin vida en el homenaje del penúltimo corro de la liga. Solo tengo ojos, desde mi ausencia, desde la distancia, para el padre y la madre, para la hermana, cuya presencia en el acto demuestra el coraje enorme de quienes saben que el amor no es exclusivo, que el amor es de todos y el dolor y la pena deben compartirse con la misma fuerza con que ese amor los impulsa. Allí estuvieron las ropas con las que luchó en su último corro, como el día siguiente al de su pérdida, por encima de la colosal galería de ramos, flores y coronas, lucía su cinturón de luchador, en una presencia que tal vez lo definiera en todos los aspectos de la vida.

Tengo que confesarte que escribo sobre Jorge porque su madre es mi compañera, aunque sé que hubiera escrito lo mismo en cualquier caso, pero el hecho de que hubiera estado hablando con ella solo minutos antes de que la vida le cambiara de esta forma, me sobrecoge, me resitúa en muchas de las circunstancias de mi vida y me empuja a sentir un aprecio infinito por ella, a compartir su dolor, a entender su soledad, a esperarla en la soledad del despacho sabiendo que esa soledad —porque ya lo he visto antes— es ya lo único que nos acompañará por mucho que con el tiempo vuelvan las risas y las fiestas y el sol de octubre en una tarde perfecta para un corro solemne de lucha leonesa.