Buscar este blog

viernes, 20 de octubre de 2023

De parvis. (En Hoy por Hoy León, 20 de octubre de 2023)

    Hace muy pocos días que le dio sus zapatos a uno de sus hijos porque ya hace tiempo que sabe que no los va a usar más y no era una premonición ni nada por el estilo, era que se sabía ya que no iba a volver a caminar. Luego las cosas se han ido complicando: ya sabes que las cosas siempre se complican si pueden y se enredan y conducen a caminos generalmente de dolor y de pena, aunque también de gozo y alegría, y eso que te aseguro que este no es el caso, aunque podría serlo, porque en todo, hasta en lo más penoso, podemos encontrar motivos para la risa y sentir el abrazo de la esperanza. El caso es que le regaló sus zapatos a uno de sus hijos y él los recibió con la carga emocional que traían, con las chinas que traían dentro, se me ocurre decirte.

    En estos días en los que la lluvia ha lavado por fin la acera del sauce llorón que hay en el Paseo de Salamanca a la altura del Puente de los Leones —¡cómo se pegaban las suelas de los zapatos hasta hace bien poco al pasar por debajo! — parece como que la tristeza del otoño se empeñara en colarse en las noticias, todas las noticias, las de los informativos nacionales, las de los mensajes de Whatsapp del teléfono, las del informativo regional, hasta las de los deportes, que mira cómo anda el ADEMAR sin encontrar un pabellón en el que poder entrenar. Yo qué sé. Uno siente la fuerza de la tristeza colocándose en los huesos con la humedad y con estas cosas que me cuentan unos y otros y lo que veo yo mismo cada día, me asaltan impulsos de bota, baraja y brasero y me apetecería quedarme pelando castañas en una mesa camilla y ver pasar el viento en los cristales, dejar que el mundo ocurra y se suceda, extender mi oído al ulular triste de la noche que cae. Es eso que te digo, que uno empieza a entender por qué los americanos dicen “caer” cuando hablan del otoño y es un caer que va más allá de las hojas, más allá de todo eso que los días de atrás dejaba caer en la acera el sauce llorón del puente de los leones.

    Pero no te dejes vencer por esa inercia. Piensa en la generosidad del acto del hijo recogiendo de la mano de su madre los zapatos que su padre ya nunca calzará. Es ese gesto de belleza, el hecho de colocar la plantilla que le recomendó su podóloga dentro de la pisada que ha ahormado el padre, ese acto pequeño, mínimo, lo que se desvela crucial y engendra —estoy seguro— las cosas más grandes que pensarse puedan. Porque ya sabemos que los actos pequeños construyen las grandes gestas, que es la constancia en lo pequeño lo que alimenta la grandeza, que las cosas grandes se nutren de las pequeñas. Entiéndeme, no es que no vea lo gris que es la mañana, no es que cierre los ojos a la desgana con la que se deshace en la acera el sauce llorón, es que sé que todos los días sale el sol, aunque no pueda verlo, y que todo lo que hago para que crezca la belleza —o, si quieres, el amor—, por muy pequeño que sea, contribuye al alimento de la felicidad monstruosa de la humanidad. De parvis grandis acervus erit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario