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viernes, 19 de enero de 2024

Tempus fugit. (En Hoy por Hoy León 19 de enero de 2024)

    Estoy viendo un reloj de arena negra al que se le da la vuelta para marcar la duración máxima de una conversación o para establecer el mínimo que debes dedicar a alguna tarea, un reloj de media hora. También veo ese de mayor urgencia, el que se usa en los juegos de mesa y te da uno, dos, tres minutos como máximo para realizar una prueba o para contestar a unas preguntas. Un tiempo tasado, un tiempo urgido, un tiempo que pasa literalmente por delante de tus ojos, un tiempo en tus manos que se desgrana de forma continua siempre a la misma velocidad, aunque haya un efecto ilusorio que te hace pensar que los últimos granos de arena caen mucho más deprisa que los primeros.

    Lo veo en un semáforo de la Plaza de Guzmán cada mañana. Una cuenta atrás en rojo hasta que se permite el paso de los peatones; los números marcan los segundos que se te están yendo en la espera: quince, catorce, trece. Segundos en tus ojos escapando en la mañana mientras esperas los números en verde que ya no te detienes a contar. El tiempo es eso que está pasando contigo por el paso de peatones y luego más allá, ese flujo permanente de granos de arena que van pasando de la parte de arriba a la parte de abajo del reloj. Tempus fugit.

    Es “como el agua, ay, como el agua” que te arrasa en su fluir y te incomoda si te opones a ella, pero se acomoda a ti si te dejas llevar. Me gusta pensar que del mismo modo el tiempo te arrastra y te hace sufrir si te rebelas contra él, pero te acuna si lo abrazas y aceptas su flujo, de manera que esos segundos, esos meses, esos años que vas llevando en cuenta no son nada salvo granos de un reloj de arena que se puede detener sencillamente dándole la vuelta. Y no estoy hablando de quitarse las arrugas o de ponerse pelo en la calva, que eso es oportuno para quien le parezca oportuno, pero no es detener el tiempo. Detener el tiempo en tus manos es conseguir un equilibrio perfecto en el reloj de arena en el que nada se mueve, un equilibrio que te llega con la consciencia plena de hacer en cada momento lo que haces: “cuando como, como y cuando duermo, duermo”. El tiempo te señala cifras en momentos señalados porque la vida son señales. Y ese deseo tuyo cuando soplas las velas de la tarta está tan en tus manos como todo lo demás. Estirarse la piel y quitarse las manchas puede ser un modo de acelerar tu lucha contra el tiempo. O un modo de entenderte con él, que no es ese el tema. La cuestión es la consciencia, el hecho de mirar los segundos en el semáforo con la conciencia de que ese momento de mi vida es tan mío y tan perfecto como ese otro de cerrar los ojos y soplar las velas en la tarta de cumpleaños. El tiempo se va, sí, claro que se va.

    La vida es un hilo de lana enredado en una madeja. El tiempo es el devanador, el instrumento con el que vas entresacando la lana con la que tejes tu historia, pero no hace falta devanarse los sesos —esos están bien así de enredados—. Lo que cuenta es la atención y el cuidado con el que tiras de la hebra.

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