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viernes, 5 de abril de 2024

Vade retro. (En Hoy por Hoy León, 5 de noviembre de 2024)

    No sé si has visto Una pastelería en Tokio, una película de dos mil quince que habla de la exclusión, de los estereotipos, de los prejuicios, de ese modo en el que los humanos separamos a otros humanos por razones que son de todo menos razones o por razonamientos irracionales, que me parece que es completamente el caso. Y lo rápido que se extienden los rumores, y lo fácil que nos resulta dar por ciertas verdades que no lo son o que podrían no serlo.

    Hasta el dulce más delicioso puede resultarnos repugnante, si nos dejamos llevar por la marea de la indignación. He tenido la tentación de contarte lo que pasa en la película, pero lo voy a dejar así, por si te entraran ganas de verla, para que te pille de sorpresa, aunque te puedo adelantar la belleza de los cerezos, las imágenes de una Tokio de calles estrechas, la sensibilidad del ritmo lento de la belleza. Y algunas frases que se caen como de los árboles, bajo la hipótesis de que todas las cosas que hay en el mundo tienen algo que contar: “¿Sabe jefe? Hemos nacido en este mundo para verlo, para escucharlo. No importa en qué nos convirtamos. No hace falta ser alguien en la vida. Cada uno de nosotros le da sentido a la vida de los demás”.

    Me parece que esa comprensión de la universalidad del cosmos es la belleza misma de la vida y por eso señalar la diferencia es cerrar los ojos a la realidad más evidente, la de que todo es uno y uno es todo, la de que me reconozco en los otros, como me veo en cada hoja del cerezo que de un día para otro ha perdido la flor y en cada insecto insignificante que alimenta la vida y hasta en el virus que te tiene sin voz y con fiebres. Siento que esa es la lección fundamental, la de la igualdad en la diferencia, y me paro una vez más en la perplejidad paradójica que desde siempre me detiene: ¿debemos ser tolerantes con la intolerancia? Mi amigo de La Vecilla me habla muchas veces del horror de la tibieza y entiendo su posición y creo que es verdad que debemos defender nuestras ideas. Es solo que ese vade retro, el rechazo visceral y compulsivo, no me gana como el abrazo generoso. 

    Va a ser que soy un hombre blandengue que llora cuando se emociona viendo películas sentimentales; va a ser que disfruto del gozo de abrazar a quien me hace daño, que me siento en la necesidad de incluir a los otros incluso en la diferencia más extrema, aunque eso no me impide pensar lo que yo pienso, sentir lo que yo siento y entender que tengo razón y por eso digo lo que digo y te cuento que esa película japonesa me recordó otra más antigua, una de dos mil ocho que se titula Despedidas y que me hace llorar cuando la veo, porque hubo un tiempo en el que no existían cartas y las personas se expresaban sus sentimientos unas a otras utilizando la forma y el tacto de las piedras y las piedras, sobre todo las piedras, están ahí siempre para asegurarte que el mundo existe y que hay una mano en la que cabe la tuya. El día nueve, en Armunia, el IES Antonio García Bellido celebra cincuenta años de educación soñando en plural. Una piedra sólida en la que apoyarse. ¡Vade retro, intolerancia!

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