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viernes, 18 de noviembre de 2022

Rombo. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2022)

    Todas las cosas podrían suceder en el bar de enfrente o en la tienda de la esquina. Ya sabes de mi debilidad por Lubitsch, ese modo de enseñar sin enseñar, de decir sin decir, de hacer creer que efectivamente todo puede ser en la tienda de la esquina cuando se acerca la Navidad y James Stewart se enamora. La tienda de la esquina antes que el bar de enfrente, la tienda de la esquina porque ya apenas existe, porque se mantiene como puede reinventándose en espejos y luces y lucha a duras penas con la presión oriental o de las medianas y grandes superficies.

    En el barrio, carnicerías que también venden frutas y otros productos de olvidos de última hora, despachos de pan que son quioscos o quioscos que son panaderías en los que todavía se escucha llamar a los clientes por su nombre. Tiendas en las que quizá ya no puede pasar cualquier cosa, pero que resisten como pueden al comercio devastador de la gran empresa. Si decíamos de los bares, que se arrastran en su pérdida de personalidad a manos de las cerveceras, esa tienda de la esquina ya no tiene aliento ni para arrastrarse. Pienso en alguna de mi pueblo, que fue mítica en mi infancia, referencia obligada de anécdotas en cachos o en lonchas, que ya apenas se sostiene en la oscura bodega del tiempo, como queriendo mostrar su luz perdida, su imposibilidad de adaptarse al ritmo de la exigencia digital globalizada. Pero en el bar sí. En el bar, pese a que no tenga ese toque Lubitsch que tanto me gusta, en el bar sí que siguen pasando todas las cosas y eso que ya ves que cada vez hay menos bares y más cervecerías. En el bar de enfrente de una gasolinera se refugió el conductor ebrio que este domingo pasado dejó su coche abandonado en el surtidor. No queda claro si con la manguera puesta.

    Podemos pensar que tenía la manguera puesta y que se le olvidó sacarla, o que mientras estaba repostando vio la oportunidad de tomarse la última en el bar y no pudo resistirse, o que iba directamente al bar y no encontraba aparcamiento y pensó que la gasolinera era un buen sitio. Total, iban a ser solo dos cañas más. Es un decir, ya me entiendes. El bar de enfrente es el paisaje de tantas cosas, que cuesta entender una imagen de España sin esa referencia. Vida en el bar. 

    Todo puede suceder en el bar de enfrente o en la tienda de la esquina. Veo nuestras vidas escurriendo por un borde hacia la barra del bar o el mostrador de la tienda, resbalando hacia un vértice y volviendo por el otro, dibujando un rombo en el que nos movemos desde donde yo estoy hasta donde estás tú, en esquinas enfrentadas que recorren caminos quebrados, en esa trayectoria simétrica que si se recorre por fuera nunca termina. El rombo es en la memoria colectiva de los que vimos el cine en blanco y negro una señal de peligro o de atracción, según se mire. James Stewart, en la película, sabe ver la belleza finalmente en la muchacha de la tienda de la esquina, sin mirar en el vértice simétrico del rombo, sin necesidad de tomar la última en el bar de enfrente.

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