En la pantalla en
blanco de la tele analógica, que todavía anda rodando por algún trastero, el
fin de la emisión trae escondido un vestigio del origen del universo entre el
ruido electromagnético que la ausencia de señal es capaz de captar: la
radiación de fondo que descubrió Gamow y que la cosmología actual sostiene que
persiste en el silencio del cosmos, como un eco de la gran explosión. Con ese
Big Bang se inicia una expansión que, en contra de lo que cabría esperar, a
medida que sucede, se acelera, pero no desde siempre. En algún punto mísero de ese vasto universo en
loca carrera, todos nosotros.
Tú, mientras me
escuchas, ves en esa ventana de cristales ahumados cómo se aleja todo de ti, porque
te sabes el centro y yo te hablo desde aquí, mientras veo asombrado que todo se
aleja también de mí, porque el centro soy yo. Ayer me vestí con una camisa de
otro tiempo y me sentí con una piel distinta de la mía. Quizá pude verme desde
otro centro, porque este viaje cósmico en el que todo se aparta de todo está en
el alma de las cosas. Una camisa de otro tiempo, como quien se baña en un mar antiguo.
Como quien se mece en una cuna de antes del plástico. Que esté nevando o no, es
indiferente. La luz se enfría.
Observar el
universo es mirar la película de su historia. Lo que buscan los cosmólogos no
es otra cosa que la huella del tiempo en la luz que llega de las estrellas más
lejanas, esas que nos cuentan historias de cuando el universo era joven y una
radiación todavía caliente iluminaba ese escapar todo de todo. Mirando esa luz
tramposa, a veces atrapada en el espejo de las grandes masas de materia que
curvan su trayectoria, comprendo que podría ser que todo lo que nos dice fuese
una historia contada por algo que ya no existe. Es sublime esa generosidad. Me
siento extraño en el privilegio de preguntarme por qué y cómo existe el
universo, de qué están hechos los astros y si están hechos del mismo fuego que
se enciende en mi estómago. ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Miramos los
miles de millones de estrellas —las que se pueden ver y las que no— y miramos
el fondo de las cosas —las que se pueden ver y las que no— y vemos que hay algo
que falta, que la materia y la materia oscura no explican juntas ni la mitad de
lo que hay. Parece que debe haber algo diferente, eso que han llamado energía
oscura, que no es materia oscura, ni antimateria. ¡Qué cosas! Algo que los
cosmólogos saben que está, pero que no pueden explicar. Algo tan sencillo como el
hecho de que esa camisa de otro tiempo no quería pegarse a mi mañana, pero tan
difícil de entender como la seguridad de vivir en el centro de todo lo que me
pasa. En León, la nieve ha caído en la semana de la ciencia, celebrada con
encuentros, exposiciones y conferencias. En la nieve de la tele sin antena, la
voz del universo, el eco de su estallido. No hay silencio que valga.
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