Una música de Navidad
que bailotea en el frío condena en trazos exactos a los futbolistas. Quería hoy
hablar contigo del ADEMAR para celebrar esa primera vuelta de lujo, que nunca
hacemos hueco al deporte en este rato nuestro de los viernes y el deporte es
una parte enorme de la vida. Lo que pasa es que la noticia de la sentencia de
los futbolistas de la Arandina me coloca en el pliegue oculto de las cosas y,
aunque quería yo un viernes más festivo, no puedo pasar sin comentarlo. Ya sé
que no es el deporte, que de lo que se trata es de esa impunidad fingida de los
astros mediáticos o de quienes se sienten por encima de los otros porque son
jóvenes, porque son populares, porque son personas atractivas. O sencillamente
porque se sienten intocables: acuérdate, por poner ejemplos lejanos, de Tyson,
que fue condenado por violación o de aquel jugador de fútbol americano que
acuchilló a su exmujer y a su pareja.
Hay una música de
Navidad que trae diciembre para lijar la aspereza de los malos sentimientos y
conseguir texturas suaves, de pastel y azúcar glas. Una música demente con
todas tus maldiciones, las que culpan de todo a la prensa o las que acompañan
tu dolor inhumano. Una perspectiva de vida truncada. Vidas truncadas. Todas las
maldiciones en un juego que termina en el abuso a miles de millas de distancia
de cualquier deporte. Miles de millas. Pienso en todo el dolor que cabe en esta
historia y me enveneno de daño y de miseria y me enfrento a las maldiciones
todas que pesan sobre mi conciencia, que me caen una tras otra, como los goles
de David, las genialidades de Mario, los golpes en el cuerpo de mis paisanos
Juanjo y Marchante. Algunos sábados hemos visto desayunar a los chicos del
ADEMAR como tantos muchachos normales que se toman un café a media mañana, sin
tener que maldecir a nadie ni ser objeto de maldición alguna, sin el brillo
glorioso de tres o cuatro mil personas aplaudiendo. Gente normal que se hace
una foto con cualquiera. A pulgadas de cualquiera. Sin distancia.
He estado viendo la secuencia del sueño de Gregory Peck en aquella
película de Hitchcock en la que Ingrid Bergman daba besos a todos en un
escenario surrealista creado por Dalí, una suerte de casino imposible con un
dueño sin rostro y cartas blancas para jugar al Black Jack. La misma Bergman de
Rick´s y Casablanca, de la misma década, creo. Cuando Gregory Peck le pide
disculpas por haber soñado que la besaba, ella le contesta: “ese es un sueño de
deseo corriente”. ¿Un sueño corriente de deseo o un sueño en el que se sueña un
deseo corriente? Uno no sabe qué es peor: si soñar lo que todos sueñan o desear
lo que desean todos. Una música blanda de Navidad empaqueta sueños y deseos con
lazos púrpura, lo engulle todo y se traga todas tus maldiciones. Es diciembre y
es momento de sueños y deseos. Cuida de tus maldiciones.
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