Sé que me vas a
agradecer que no te hable de la actualidad. Te lo noto en el modo de escuchar
mientras te hablo, en la manera en la que le has subido un punto al volumen
para poder escuchar lo que te digo en medio de todo el ruido que te rodea. Has
oído la palabra “agradecer” y ya estás pendiente de lo que te digo, por eso sé
que no quieres ni oír hablar de la Alcaldía de León o de nada semejante, que
estás más pendiente de cómo te vas a organizar en el puente o, si tienes que
trabajar el lunes, qué vas a hacer el fin de semana, este fin de semana de
noches cortas y tardes eternas. Sé que agradeces el fresco de unas cuantas
palabras amables. Te repito una: agradecer.
Ahora que ya
tienes oídos nuevos, oídos de cuatro dimensiones que te enchufan a esa palabra
tan amable de hace nada —“agradecer”—, puedes volver a bajar el volumen de la
radio e instalarte en eso y pensar en las cosas por las que te parece
importante dar las gracias a alguien. Hay sentimientos que nos acercan a la
felicidad y otros que nos alejan. Lo curioso es que los mismos hechos, a las
mismas personas, nos pueden provocar sentimientos de gratitud o reproche,
porque la diferencia no está en lo que pasa, sino en el modo en que nosotros
integramos lo que pasa. Lo hemos dicho tantas veces que ya casi que me da
vergüenza repetirlo: lo que ves no es lo que hay, sino lo que tú puedes ver. Es
curioso que seamos tan tercos y nos empeñemos tanto en conceder realidad a lo
que es solamente una ficción, la ficción que cada uno de nosotros construye.
¿Has vuelto a subir el volumen? ¿Es que no me oyes bien? Si no cambia nada en
lo que digo, ¿por qué necesitas acercar mi voz a tus oídos? ¿Acaso no son oídos
nuevos? Está bien, te lo explico: solo puedes escuchar lo que eliges escuchar
de entre todo lo que oyes. Elige la gratitud, no el reproche. Presta atención a
sentimientos que te acercan a la felicidad, o mejor, que construyen tu
felicidad, o más preciso aún, que son tu felicidad. Está en tu mano, en tus
ojos, en tu nariz, en tu paladar, en tus oídos. Agradecer es un modo de ser
feliz. Reprochar, no.
Lo que pasa es que luego
alguien mata a tiros tus únicas cuatro vacas y las tienes muertas en el prado
cuando vas a verlas por la mañana. Ocurrió en Vilecha hace unos días, que se
encontraron muertas por disparo de rifle las únicas cuatro vacas de un hombre
que, según tengo entendido, también había perdido este mismo año a su madre.
Resultará difícil regalarle la palabra “agrader”. Se muere tu madre, te matan
las vacas y oyes por la radio que debes mirar con ojos nuevos. Ya. Ya me doy
cuenta. Es esa terquedad de la realidad que siempre se impone y que aplasta
todo sonido que no sea su modo de arrastrar cadenas y construir desgracias. Lo
sé, es difícil. A veces es muy difícil, pero, te lo digo a ti que has matado todas
mis vacas: gracias. De corazón, gracias. He aprendido.
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