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viernes, 13 de septiembre de 2019

Inteligencia. (En Hoy por Hoy León, 13 de septiembre de 2019)

Ya no te puedo decir si lo escuché seguido o lo hilé después mientras me espantaba las pesadillas en la ducha o si lo decía la radio al mediodía y eran las cabezadas de la siesta lo que me tenía entre sueños. No lo sé. Eran dos temas, una noticia sobre bancos de cerebros en la lucha contra el Alzheimer y un anuncio que hablaba de Diseño Inteligente, un simposio que se va a celebrar este fin de semana en León bajo la ida de que la ciencia actual desafía la teoría de la evolución de Darwin.

Uno sabe muy poco de cosas tan profundas. Entiendo que en la lucha para vencer la enfermedad es necesario experimentar con cerebros humanos. Cerebros enfermos y cerebros sanos. No sé decir mucho más. Cuando pienso en la complejidad del mundo, en la perfección de una amapola, en la simpleza absoluta de un alga flotando en el mar, su transparencia, en la complejidad y exactitud, en la precisión del ritmo del bombeo de la sangre en cada latido de un corazón, me asombro. Me asombra el fluir del río, las nubes recorriendo mi mirada, la cercanía, la influencia, la sorprendente conexión de la luna con todo lo mundano. Veo todo eso y todo lo que puedas imaginar o pensar o comprender en toda la extensión de lo que hay y encuentro esa perfección de la que hablan los que dicen que hay un Diseño Inteligente. Y lo cierto es que, más que toda esa perfección natural, lo que verdaderamente me asombra es que tú y yo podamos darnos cuenta de todo eso y que podamos entenderlo y comunicarnos sobre ello. Que te llegue al corazón lo que te cuento a tantos cientos de kilómetros o aquí a mi lado, en contacto conmigo o sin querer verme, escuchándome en la radio o leyendo en internet. Esa misteriosa llama de la conciencia, esa candelita, esa luz que, sin que sepamos todavía bien por qué, se apaga en ocasiones antes de llegar al momento fatal del final de una vida.

Tantas veces me pregunté de pequeño, cuando oía hablar de trasplantes de corazón y pensaba que el amor estaba ahí puesto, si los trasplantados amarían a las mismas personas que amaban los donantes. Tantas veces he pensado que, si la conciencia reside en el cerebro, en un hipotético trasplante, quién sería el que se está mirando en el espejo, a quiénes recordaría, por quiénes sería capaz de levantarse cada mañana. Esa asombrosa nube de la conciencia que se esfuma en la enfermedad, que se enjuaga y se va por el desagüe del recuerdo, ¿es también parte de ese Diseño Inteligente? La vieja cuestión de si es azar o necesidad.

¿Es inteligencia el aroma del café de esta mañana? Es voluntad férrea y quizá suerte o algo bueno que nos pasa hasta que nos devora un monstruo oscuro y nos inventamos una vida nueva. Pura inteligencia y, muchas veces, amor puro.

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