Me creerás si te digo que me siento como una avispa
en un bote. Hoy no me deja el cuerpo hablarte de la actualidad. Me golpeo una y
mil veces contra el vidrio, intentando salir del encierro en el que me veo al
escuchar las noticias, al comprender que los niños venden páginas de periódicos
y horas de televisión. Me siento muy cómodo en este micrófono silencioso y
agradezco mucho esa sensibilidad.
Me creerás si te cuento que, a pesar de mi interés
en el silencio, me veo obligado a hablar y por eso me golpeo en la tapa
metálica, en el cristal del tarro que me atrapa, en la necesidad de hacerme ver
a mí mismo que los niños no pueden ser mercancía. Tampoco mercancía
informativa, alarma social, sostén de guerreros paladines. Los niños siguen
jugando al parchís. Los niños siguen viviendo en un mundo de colores. Los niños
arman el mundo de sueños y no se les puede convertir en objeto de consumo. Se
me nota que estoy muy enfadado, y triste, y preocupado. Y sin embargo los niños
siempre juegan al parchís.
Lo que no sé si sabes es que ahora juegan al parchís
con el móvil, en una aplicación para teléfonos inteligentes con la que juegan
de manera virtual con jugadores virtuales que no tienen delante de sí. Yo no lo
podía creer, te lo aseguro; cuando lo vi por primera vez pensé que era una
tomadura de pelo, pero no lo es. Están ahí, aprovechando ratos vacíos para
llenarlos tirando el dado en partidas virtuales que juegan con cualquiera que
pasa por su lado. Entiende que es un “su lado” virtual, claro. Y juegan con uno
de Sevilla y con el de la clase de quinto.
Te decía que estoy triste. Ya sabes por qué. Te lo
han dicho en muchos medios de comunicación. Era noticia ayer en León y se
mezcla en mis sensaciones con la noticia estrella de estos días. Noticias que
hablan de niños. Noticias que airean una condición agresiva del ser humano, una
condición violenta, si quieres, pero que yo quiero seguir creyendo que no es
una condición natural. Por eso creo más en el parchís, creo en los colores del
tablero, en el ruido de los dados en el cubilete, creo en la oportunidad
siempre abierta hasta el final de la partida de volver a sacar las fichas que
nos comen. Y si tiene que ser de forma virtual, porque ya nadie tiene tableros,
¡qué remedio!
Fíjate que ayer por la tarde estaba en el Gumersindo
Azcárate, hablando con algunas familias de los alumnos de sexto. Estaban
también sus profesores. Perdona que me ponga pesado, que ya sé que el viernes
también hablé de un colegio, pero es que me gustó lo que me contaban, porque vi
otra vez un mundo de colores, un universo repleto de colores, desbordante de
energía. Hablábamos de la transformación y ellos explicaban lo que habían hecho
con los espacios del cole, con lo que tenían viejo y de cualquier manera, que
había sido transformado, en virtud de un proyecto que están llevando a cabo, en
un cosmos nuevo. Un mundo a estrenar en la yema del dedo. Todos los colores en
la mano para comprender que vivimos en el siglo XXI y que estas son las
noticias que deben hablar de los niños. Pero yo solo soy una avispa en un bote,
que se da cabezazos contra el cristal hasta que salga un
cinco.
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