He
escrito círculo en el título, “el círculo del brocal”, porque pienso más lo que
contiene el brocal, el círculo profundo de la oscuridad, que el brocal mismo;
quizá tendría que haber escrito “la boca del pozo”, para dar mejor idea de lo
que quiero decir. Solo espero que lo entiendas, que hay algo oscuro a lo que me
asomo, un círculo cerrado que se comprende entre las paredes del brocal y que
es eso lo que quiero mirar y no veo, lo que me interesa, lo que me habla más
allá de la lucidez superficial del pozo visto desde fuera. Lo que se encierra
es lo que me interesa desvelar.
Tengo
un amigo que colecciona pozos. Ya ves. Otros coleccionan llaveros o insignias
de equipos de fútbol. Él colecciona pozos. Pozos en fotografía o en dibujos o
en cualquier otra representación. Fíjate que no he dicho fotografías de pozos,
porque lo que colecciona son los pozos, no las fotografías, me parece
interesante el matiz en el sentido de que ese pozo que aparece representado en
la fotografía es lo que atesora mi amigo y no su representación. El pozo, en su
ser agujero, ser vacío, es inasible en toda condición. Todas las partes que
diríamos que lo conforman son y no son él mismo: la garrucha, la cuerda, el
cubo, el propio brocal, el agua misma, son elementos que arropan lo que es
verdaderamente el pozo, que ni siquiera lo constituyen, porque sin el vacío del
agujero no serían tal pozo o a lo sumo serían un pozo ciego.
Este
amigo ha escrito un poemario que ha titulado Travesía. No lo busques. No se
trata de vender. No lo vas a encontrar. Está en el pozo de sus deseos y no
tiene voluntad de edición. Yo voy a poner un “de momento” en eso, pero bueno,
lo dejaremos ahí, en obra de arte sin voluntad de multiplicación. Dice en este
libro algo que te quiero leer: “Las teselas del mosaico, las piezas del puzle: un
paisaje, la familia, un rincón de la casa, una afición, un color, amigos y
enemigos, ausencias, una fragancia, dolor, carcajadas, un sueño y una pesadilla,
amor y desamor, dios o varios dioses, o ninguno, trabajo y descanso, el campo
florido y el barbecho”. Me ha dado para pensar en mis propias teselas, en los
trocitos de vida con los que yo compongo la oscuridad de mi pozo, en esa forma
de entendernos como una composición de momentos únicos.
Ayer
precisamente, en el aseo de un centro médico al que fui para una consulta, en
el agua del retrete, limpia, cristalina, brillaba una moneda, me parece que de
veinte céntimos. Pensé que se le habría caído a alguien, aunque me cuesta
entender cómo pudo llegar allí, y ahora, mientras te hablo de pozos, me doy
cuenta de la cantidad de monedas que la gente echa en los sitios más
inverosímiles para pedir ventura y me imagino a un enfermo que acude a una
consulta con angustia por las noticias que pueda recibir y lo veo sacando una
moneda del monedero para dejarla caer en el inodoro mientras pide con todas sus
fuerzas su preciado deseo. Es el agujero oscuro y profundo del pozo. Su
irresistible tentación.
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