Detrás
de las gafas de sol está todo. Hoy sé que toca contarte lo que me pasa al
comprender la muerte de Lolo, pero solo me sale esa frase, que detrás de las
gafas de sol está todo. Detrás de las gafas, de las camperas, del color negro,
al abrir la puerta y mirar detrás del personaje, podía encontrarse el vacío
—hay tantos casos—. Si así fuera, si me dijeras que has abierto esa puerta y
has visto el vacío, te diría entonces que el vacío es el todo, porque solo me
sale esa frase, que detrás de las gafas de sol está todo.
En
cierta ocasión, Paco Alonso, el arquitecto, el mago del adobe, le dijo cuando ya
se había ahogado en un delirio de provocaciones: “Lolo, sal de la viñeta”. Era
en Tabuyo y, no te lo vas a creer, estábamos hablando de geometría sagrada
siguiendo la idea de los pitagóricos, y también de Platón, de que la realidad
responde a arquetipos geométricos y que en la medida que esos arquetipos se
mantengan en su forma correcta, la realidad se sostiene como debe. “Sal de la
viñeta”, le tuvo que decir. Ya te imaginas. Los sólidos platónicos y la armonía
de los arquetipos, la sensación de que las cosas se desordenan porque pierden
su geometría sustancial.
Ahora
que ya estamos en edad de morirnos, te cuento un secreto: siempre estamos en
edad de morirnos, pero hay cosas que no se hacen. Uno no se va sin decir adiós,
de esa manera tan a lo escarabajo tigre. Sabes que Lolo había estudiado
biología y sabía muchas cosas de bichos. Estuvimos armando una novela que tengo
escrita y no publicada en la que hablábamos de bichos, los bichos de Lolo —los Demus—,
bichos que él dibujó y yo hice vivir. Sabía mucho de bichos y en las cenas de
los jueves, después de hacer la tertulia de Localia, a veces nos contaba cosas
como que el escarabajo tigre es el animal más rápido del planeta y que cuando
se lanza a por una pieza se queda ciego porque se deja el cerebro atrás. Bichos
que evolucionaron a monstruos, ideas de una realidad detrás de las gafas, en el
vacío de un mundo paralelo.
En
las tardes de Armunia te desarmaba con un trazo, desplegaba la melena del León
y hablaba y hablaba y enredaba y complicaba y se reía —¡cuánta risa! — y nos
parecía que todo era sencillo y fluido, como ensartado por un dodecaedro, que
parece ser que es la forma geométrica que puede generar un plan de construcción
del universo; un dodecaedro replicante de otras estructuras; un motor de
realidad. Hasta que miraba el reloj y se ponía todo serio y llamaba a La
Crónica para que le esperasen y se iba corriendo al grito de “tengo que hacer
el chiste”. A mí me obligó a volver a escribir. Podría nombrar a más personas,
solo que fue él quien me puso tareas, el que me empujó con su dodecaedro
creador a entrar en la viñeta y ahuecarme en el fernet de la Ragazzi para
inventar La Gocha, es cierto, una revista que nunca se publicó; para inventar
los Demus, que están en un cajón semejante; para crear un mundo en el
dodecaedro de la belleza y dejar que todo se resuelva en un sencillo fundido a
negro.
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