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viernes, 16 de diciembre de 2022

Conos. (En Hoy por Hoy León, 16 de diciembre de 2022)

    Para algunos de mis alumnos la existencia de las sirenas es incuestionable. Dicen que hay pruebas de ello y una de las pruebas que aducen es que se han encontrado restos que lo atestiguan, restos que no saben decirme ni dónde ni cómo ni por quién se han catalogado como tales restos de sirenas. Es el argumento irrefutable de que existen los vampiros: como es verdad que yo no he visto nunca un vampiro y tampoco he visto Rusia, pero sé que Rusia existe, debe ser que los vampiros tienen que existir. De la misma manera se podría argumentar que nada existe, porque hay veces que veo cosas que no existen, como cuando vemos en las carreteras esas masas de agua reverberando al sol; luego cabe pensar que no exista lo que veo. Y tampoco lo que no veo. Ni Rusia, ni los vampiros, ni las sirenas. Ni el agua en el espejismo del desierto. Me lo pasé muy bien con mis alumnos destripando argumentos e imaginando tesis extravagantes. Teoría: los vampiros son extraterrestres. Dado que no he visto nunca un extraterrestre, como no he visto nunca un vampiro, los vampiros deben venir de otro planeta. De hecho, las pirámides las construyeron ellos, porque ni en Egipto ni en Centroamérica existía la tecnología suficiente para construirlas cuando las construyeron, se dijo. Algo de lo que ni ellos ni yo tenemos ni idea, pero que nos divirtió en la mañana del miércoles, poniendo a prueba nuestra capacidad para detectar falacias. Divertirse aprendiendo o aprender divirtiéndose, no sé decirte cuál es el orden correcto. La cuestión es que existen más sirenas que las que salen en las canciones de Fito y en las películas de Disney y que puede que los vampiros sean una forma marciana en la que se manifiesta La Fuerza.

    La verdad es el frío. Yo la veo como un espejo muy pulido por el que se resbala y en el que todo se refleja. La verdad —la razón, el argumento— se me presenta así, como un cucurucho lleno de castañas para calentar las manos. Pero esa es a la vez una mentira atroz, un calor falso, del momento, un conformarse con algo para ir tirando, para sentirse bien, para andar cuatro pasos y pelarte los labios hasta sentir el frío de vuelta. Un cucurucho por el que se cae, un cono invertido sin agujero en el que todo se atasca. Si los extraterrestres existen podrían ser la causa de las sirenas y su cuerpo cónico, su metáfora de la tentación, esa figura femenina para la perdición del hombre; la expresión de la belleza imposible, la belleza que te arrastra por los sentidos y te desalma, te convierte en desalmado, prisionero eterno de la imposibilidad de la consumación. La forma cónica de la cola de la sirena se me hace estampa de la verdad.

    Los conos, los conos naranjas y blancos que señalan las calles cortadas para el asfaltado y que se multiplican estos días por la ciudad no son ya pequeñas trampas que te impiden llegar a tiempo al trabajo o al dentista, sino estampas deliciosas que recuerdan la existencia de las sirenas, su resabio cónico, su carácter extraordinario, su ser vampírico y extraterrestre.


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