Buscar este blog

lunes, 13 de junio de 2022

Lejos de entender las causas. (En Hoy por Hoy León, 10 de junio de 2022)

        Impresiona pensar en el derrumbe del viaducto de la autovía en Vega de Valcarce. Uno ve las fotos y entiende esa fobia tuya a transitar por encima de los puentes. Si preguntas, verás que ese miedo irracional a caminar por las alturas es más compartido de lo que te piensas. Quizá no en los términos tan exagerados en los que te ataca a ti, que eres capaz de renunciar a gozar de paraísos por no tener que cruzar en coche ningún río, pero sí en alguna de sus formas. Es como que separar los pies del suelo, a gente tan sensata como tú, le produce un vértigo de psicoanálisis o de película de Hitchcock. Nadie quiere perder pie, pero tender puentes es el modo que tenemos de extender el suelo, la manera de plegar punto sobre punto y acortar las distancias, atajar los abismos, conectar las orillas sin tener que subir hasta las fuentes. ¿Te imaginas tener que subir hasta La Cueta para cruzar el Sil?

Salir al puente me trae imágenes de luz cegadora, no sé por qué, imágenes de casitas encaladas, quizá recuerdos de un puente sobre el Guadiana cerca de un molino o una posada en una curva de la carretera. Puente de barandillas blancas que ata una isla al continente, también con reflejos de luz escándalo, luz escondida en nieblas de otoño, luz de fin del mundo en el oeste del verano. Me veo andando ese puente que se deshace detrás, que no te deja volver sobre tus pasos, que te apura en la carrera hacia un universo desconocido, un suelo nuevo. Quizá un recorrido que nunca estuve muy seguro de querer hacer y que ahora me coloca en esta otra orilla de mi vida para mirar todo ese abismo que deja el viaducto que se desploma. ¡Qué vértigo!

Me paro en el borde de ese abismo que un día me atrapó y escucho en el informativo regional a la representante de los trabajadores de Siro que habla desde un pasillo de las Cortes y suena por detrás de sus palabras la llamada a votación. No sé si lo sabes, pero en las Cortes, cuando va a haber una votación, hay un aviso sonoro, una especie de ding-dang-dong que me recuerda el tin-tin-tin-tin-tin de Encuentros en la tercera fase. Siempre me ha parecido increíble que haya que llamar a sus señorías a ocupar sus asientos para que opriman el botón que manda con los dedos el portavoz del grupo parlamentario. También se oía la llamada por detrás de la voz del Presidente de la Junta en el corte del informativo, explicando su posición con respecto al problema de la fábrica de galletas, que finalmente se resolvió anoche en Madrid.

Puentes, galletas, ríos, fuentes, casas blancas: todo me habla de la infancia, de ese tiempo lento en el que los cumpleaños todavía eran fiestas, ese tiempo en el que el sol se daba la vuelta con toda la calma en trescientos sesenta y cinco días, no como en este tiempo acelerado en el que parece que viniera por un puente acortando el espacio entre un año y otro. Otro año sin entender del todo las causas del desplome del viaducto, la necesidad de llamar a votación, el difícil aroma de galletas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario