¿Esto qué es, bodegón o barbería? Me
lo pregunto a mí mismo en este incesante vaivén de ideas desordenadas que me soplan
con un silbido a lo Gloria, arrancando cornisas y enormes olas contra la
corriente del río. Bodegón o barbería, casi que me da igual, que esa masa
enorme de impureza que se desordena en el entorno y me atropella se instala en
mis pensamientos con la fuerza de un torbellino, haciendo que se me mezclen
pines parentales con lideresas ciudadanas, estrellas de primera división en el
Reino con promesas de reconversión en verde, perros y gatos con cascabeles y
collares, sarna y gripe, duelos y quebrantos y agua con azúcar. Mezclas sin
ron, pero con Coca Cola, o al revés, esa cosa cubana a la que pertenecen los
hijos.
Esto tan entrópico de existir, como
gato que se agarra, aunque toda la borrasca de malas intenciones te arrastre a
las afueras, es un esfuerzo contra natura, un gasto brutal de energía para el
desorden, cuando el orden es la medida del gasto y esa pulsión tan antinatural
de aglutinar elementos se convierte en algo absurdo e insensato, como esto que
te cuento sin contarte, este galimatías desesperanzado que pretende un retrato
de lo que es real. Ya ves. En la semana triste del año, esa que también se ha
usado para vender -lo blue, lo black, lo que haga falta- nos hemos
encontrado con la torpeza del debate absurdo sobre lo que pueden y no pueden
aprender las personas. Esas personas que, aunque tengan entre seis y dieciséis
años, que es lo que abarca la educación obligatoria, son personas como todas
las personas y no amasijos informes de moléculas en desorden que tienden a ese
estado de descomposición que acompaña a la gripe de este año. Quizá de todos
los años. Esa gripe que es tan buen negocio como el de que los muchachos se
eduquen en consumir todo y cuanto puedan, cuanto más, mejor. Sobre eso no vamos
a poner reparos, porque es mucho más interesante que consuman, que compren, que
quieran el nuevo modelo de teléfono que pagarán sus padres en cuotas brutales a
lo largo de muchos meses, que no que se pongan a pensar sobre cosas que puedan
ser dudosas desde el punto de vista ético de los que pagan los caprichos.
Habiendo gripe y rebajas, ¿para qué vamos a pensar?
Más allá de lo que es. Más allá de lo
que ocurre. Más allá de lo que sientes. Más allá del dictamen forense de a
quién puedan pertenecer los hijos. Más allá de todos los reflejos del espejo en
tu pupila, hay un espacio por explorar y, en ese vasto universo libre de leyes
mecánicas que lo devoren, podemos imaginar que la vida brota sin reservas. ¿De
quién son los hijos? ¿Por qué tenemos que protegerlos incluso de sus padres? Los
padres sabemos que estamos a merced de nuestros hijos, que somos nosotros los
que, en todo caso, les pertenecemos. Lo vean o no, lo crean o no, lo estimen o
no.
Más allá del dolor que experimentan
quienes, amando de forma abyecta, no terminan de comprender que una persona no
puede pertenecer nunca a otra, está la confianza de saber que todos nos
pertenecemos a todos y que nadie es dueño de nadie. Bodegón o barbería, lo que
cuenta es la libertad que es amor. Y, para amar en libertad, ya comprendes que
es imprescindible la educación.
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