Todavía me asusta que me digas que te gusta esto que escribo para cada viernes. Me gusta pensar que todavía consigo sorprenderte, aunque, créeme, no es lo que pretendo. En realidad, no creas que tengo muy clara cuál es mi pretensión viniendo a este rincón de la radio en el que me acurruco cada semana; quizá es que no tengo ninguna, que esto que ocurre es un “porque sí”, una decantación natural de ciertas cosas, sin más. Por otra parte, pienso que nada es de este modo y que todo acto humano esconde una intención y entiendo que está en la honestidad más mínima encontrar la mía, analizar por qué estoy haciendo esto que hago.
Me
vas a decir que ya estoy exagerando, que ya me coloco fuera de la luz y me
culpabilizo; que por qué no me permito la licencia de pasar por eso sin preguntarme,
sin examinarme; un quehacer, sin más. No. No hay nunca un quehacer sin más. Me
parece que quienes opinamos de forma pública, quienes nos asomamos a lo público
para airear lo que pensamos, tenemos siempre un punto de vanidad inevitable y
que me digas que te gusta lo que hago alimenta esa vanidad, hace crecer mi ego,
aunque no lo confiese. ¿Ves? Hacemos cada cosa que hacemos buscando una ficción
en la que entendernos, una ilusión que nos tranquilice, porque la realidad en
la que te instalas es necesariamente un invento.
Me
dirás a esto —fíjate qué pretencioso, que digo lo que yo quiero decir y lo que
quiero que tú digas— que no puedo hablar de ficciones en días en los que, por
ejemplo, se está juzgando en la Audiencia Provincial de León la presunta agresión
a Raquel Díaz por parte de su exmarido. Y tienes razón. No podemos hablar de
ficciones, por mucho que las versiones de unos y otros sean tan divergentes.
Entiéndeme. Cuando te hablo de inventos te estoy hablando del modo en el que
cada uno en su interior integra los datos, porque creo que tenemos un embudo por
el que pasamos a los demás, pero el daño es el daño y se hace mayor en la
medida que se engrasa con mentiras. Eso es así y lo entiendo y opino y te digo
lo que opino y me sale de dentro, como un pop up, la emoción repulsiva
hacia el maltratador que abusa de su poder en toda su extensión. Un pop up
del asco. Pero, aún siendo así, sé que estoy en una novela que yo mismo me
estoy escribiendo, un libro del que brotan emociones, sentimientos, impulsos,
como esos libros que puedes ver a partir de este sábado en La Vecilla, libros
de los que brota el movimiento con ingenios desplegables que te van a
sorprender. No te la pierdas si puedes, por los libros y por La Vecilla misma, que
siempre es un rincón amable en el que soñar. Una ficción de montaña.
Leo
novelas de Padura y me llegan imágenes de La Habana. Una calle desnuda de
lujos, un Buick rosa, una ficción que te encoge. Libros de los que saltan
sueños. Un empujón para mi ego, porque una tarde de julio llegué, vi y vencí,
como si fuera César.
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