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viernes, 22 de diciembre de 2023

In albis. (En Hoy por Hoy León, 22 de diciembre de 2023)

    Estuvimos haciendo las cuentas de la lotería en un bar de bizcocho exquisito con el café de primera hora y nos salía que la probabilidad de que tocara el gordo en nuestro décimo era —no creas que nos costó mucho esa primera cuenta— de uno entre cien mil. Si piensas en que la probabilidad de acertar si una moneda lanzada al aire caerá de cara es de uno entre dos, entiéndeme si te digo que es muy probable que al final de la mañana la mayoría de nosotros estemos in albis, que el gordo nos haya pasado de largo y que nuestra rutina siga como si tal cosa con el jaleo de fondo de los agraciados brindando con cava en las administraciones de lotería, porque los agraciados serán los otros.

    Después quisimos pensar cómo es de bueno para el estado el negocio de la lotería y nos reíamos pensando que el premio gordo realmente es, como casi siempre pasa en el juego, para el que organiza y que no contentos con lo poco que supone el total de premios en relación con lo que se vende, si te toca un premio de más de cuarenta mil euros todavía tienes que pagar al estado un veinte por ciento de lo que te toca. Eso si no toca en números que no se hayan vendido y se queda es el cien por cien con lo que se queda el estado. No obstante, compramos lotería, la compartimos, la regalamos y hacemos de este día veintidós un día especial de sonidos de infancia desde que arranca el sorteo hasta que se cierra el telediario de la noche con el último reportaje del último pueblo que vendió una fracción de alguno de los premios importantes. Eso es porque, en general, lo que nos gusta de la lotería no es el juego. Ni siquiera la expectativa de que nos toque el gordo y nos cambie la vida —casi nadie compra tantos décimos de un número como para que le pase eso— y sabemos que no nos va a pasar, que el martes que viene o el día que sea que se nos terminen las vacaciones, si es que las tenemos, volveremos a la rutina y al quehacer diario, in albis, pero con la convicción —puede que falsa— de que ese es el premio gordo verdadero, el que nos permite seguir adelante con nuestros proyectos, nuestras ilusiones, nuestros afectos y también —cómo no— con todo lo otro, con toda la carga de agobios, inconvenientes, miedos y dolores. Sabedores de que la felicidad está siempre aquí y que, como cantaba Lennon, “la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes”, algo que no nos deberíamos permitir. Jugar a la lotería es hacer planes al margen de la vida, pero jugar a la lotería de Navidad sin hacer más planes es quizá un modo de vivir.

    Como escribo antes de que se haga el sorteo, he pensado en escribir dos artículos, uno por si tocara aquí en León y otro por si no tocara, pero creo que voy a dejar escrito solamente este con la convicción de que si ha tocado va a dar igual lo que escriba, porque el programa no va a tener sitio para filosofías. Por cierto, el sitio más seguro en un bombardeo es el cráter que ha dejado en el suelo una bomba, porque es muy poco probable que vuelva a caer otra en el mismo sitio. Por eso creo que hoy me toca la lotería, que ya estoy metido en el cráter de los que el veintitrés hablamos de salud.

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