Cuando las inspecciones de sanidad no
eran tan rigurosas y asumíamos el riesgo de intoxicaciones alimentarias de un
modo más alegre, el vendedor de helados, al menos en mi pueblo, iba anunciando
su mercancía a voces por las calles. En aquel lugar de La Mancha de cuyo nombre
tengo que acordarme, el vendedor de helados se anunciaba con un hermético
grito, una consigna solo para iniciados. No era como esos otros vendedores de
ciudad, sofisticados, con mucha palabrería, que sabían anunciar con rimas
elaboradas su llegada. Quizá la más célebre, “al rico helado de piña para el
niño y la niña”. Aquél mío solo gritaba una palabra que repetía una y otra vez
como en una letanía luctuosa y no festiva. “Helaete”, decía. Y, la verdad,
ahora me doy cuenta de que había que estar muy en la onda para entenderlo.
“Helaete”. En cambio, “al rico helado de piña”, es más universal, por lo menos
tiene más prensa. Se entiende mejor. Así es que vamos a usar esa construcción
para decirlo: “A la rica Ley de Educación, para cambiar lo que funciona y, si
acaso, lo que no”. Fácil de entender. En una versión para iniciados sería algo
así como “LOMCE”. Algo hermético y encerrado entre siglas de difícil
pronunciación.
Siempre he procurado no hablar de
educación en esta columna. Por dos razones. La primera, porque la educación es
mi profesión y es muy elemental que no se deben mezclar el ocio y el negocio.
La segunda, porque sé que cualquier aspecto que aborde en este campo me va a
desbordar y voy a ser incapaz de encerrar en solo treinta líneas el borbotón de
ideas que me viene a la cabeza, así es que cambio de tercio y me pongo a hablar
del paisano aquel que vendía helados siendo yo un parvulín que iba a la escuela
en pantalón corto a estudiar aquella EGB que se había inventado un ministro
franquista en el 70. Desde esa, ya han pasado unas cuantas leyes y ahora llega
esta nueva reforma del sistema educativo, esa que aprobó el Consejo de
Ministros la semana pasada. Una ley nueva para volver a hacer las cosas con la
misma mirilla partidista que se han hecho siempre, con el mismo gran problema:
la falta de un consenso total. Dejando de lado los temas más caros a los
periodistas, a saber, la cuestión de las lenguas y el asunto de la Religión, la
nueva ley presenta una tara de salida, una tara compartida con las anteriores
leyes y es que se trata de una ley coyuntural. Es una ley pensada para ahora
mismo, para resolver los problemas del momento, los problemas de la educación,
sí, pero sobre todo, los números del Ministerio de Educación. La financiación del
sistema, el fracaso escolar, el deterioro de la formación profesional, el
abandono escolar temprano. Problemas de hoy y de todo tiempo, pero que se
abordan desde una perspectiva coyuntural, para que sigan siendo los problemas
de ahora y de siempre por los siglos de los siglos.
Les quería hablar de educación. Conozco
chicos que son incapaces de aprenderse cinco ríos de la Vertiente Atlántica, no
digo ya los afluentes del Ebro. Precisamente esos chicos, incapaces de lo uno,
se han aprendido sin esfuerzo los versos que escribió Lorca en su Romancero
Gitano. No todos, es cierto. Solo los necesarios para representar en su
Instituto, un Instituto de un barrio bastante deprimido de León, una obra de
teatro que han ido creando ellos mismos a partir de la poesía del poeta granadino, con la
ayuda de una profesora que sabe bien lo que es la educación, pero que nunca se
ha leído (entera) ninguna ley. No les invito, porque no hay sitio para todos,
pero me gustaría que lo vieran.
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