Buscar este blog

viernes, 26 de abril de 2024

O tempora, o mores. (Audio)

 

O tempora, o mores. (En Hoy por Hoy León, 26 de abril de 2024)

    Ocurrió en el bulevar de Lancia el último día de la primavera anterior al invierno que nos puso el viento que soplaba desde Villalar. Hubiera pasado desapercibido para cualquiera, porque las cosas mínimas no son importantes o parece que no son importantes, como si no fuera una verdad aplastante que es en lo mínimo en lo que construimos lo máximo y que lo mínimo es parte de lo máximo, pero lo máximo no puede serlo de lo mínimo. Mínimo el deseo: ¡quiero irme a casa a leer! Máxima la disputa: pero, qué va, no, con el día que hace es mejor ir al parque a jugar. No, papá, yo quiero irme a casa a leer.

    Parece ser que el niño quería leer un libro de Asterix que acababa de encontrar en la Biblioteca Municipal. A cuatro pasos, en Santa Nonia, en una mañana sin clase en el puente de la fiesta de la Comunidad, el día antes de la fiesta esa que no termina de ser fiesta, el niño cambia una mañana de juegos en el parque por devorar una historieta de Asterix. No le gusta a todo el mundo Asterix. Los hay más de Tintín o de Mortadelo o del Jabato o los hay también de cero cómics, negadores del TBO. Hay devotos de Tulio, de Corto Maltés, de Spirit. ¡Cómo me gustaban —y me siguen gustando— los dibujos de Will Eisner!

    El caso es que el niño pelea por leer y esa es la noticia mínima que recojo y la pongo junto a otra estampa, una que me llega de hace casi veinte años; la imagen de una muchacha que se deja caer en el pupitre y se esconde debajo de la melena y que protege con su cuerpo unos folios que tiene entre los apuntes de la asignatura y me deja leer y me pregunta y yo veo que no es solo que escriba bien, es que es literatura lo que escribe.

    La fuerza de oír a un leonés en su discurso de aceptación del Premio Cervantes el día de los Comuneros —el niño que lee, la muchacha que escribe— me hace pensar que este es un tiempo todavía de posibilidades. Ayer, dentro del programa de actos para celebrar el quincuagésimo aniversario del IES Antonio García Bellido, el profesor Óscar García Fernández, con su análisis de construcción perfecta y, en mi opinión, ajustadamente desequilibrado en favor de mis gustos, me trajo a los ojos de la memoria la presencia de la muchacha que escribe. En una conferencia que tituló “Algunas reflexiones en torno a cuatro poetas leonesas del siglo XXI” me dibujó los arañazos que el tiempo ha ido dejando en mi coraza, porque una de esas poetas es aquella muchacha que sacaba dieces y escribía. Esa muchacha es Sara R. Gallardo cuya voz firme y madura desde siempre me toca espesas pesadillas y me saca de ellas como un verso de Colinas con el que arrancaba Óscar: “Me he sentado en el centro del bosque a respirar”.

    De las aventuras del irreductible galo una de mis preferidas es Asterix en Córcega. No sé si te acuerdas de que en ella hasta el pirata Baba desde su altura se salta las normas y le quita a Patapalo el latinajo para exclamar con su media lengua: O tempora, o mores.

martes, 23 de abril de 2024

Dura lex. (Audio)

 

Dura lex. (En Hoy por Hoy León, 19 de abril de 2024)

    Hay algunos días que se convierten en pistas de hielo, pistas inclinadas imposibles de remontar. No sé si te acuerdas de aquellas vajillas de color verde o ámbar que había en todas las casas en las que el reborde del plato, en especial del plato hondo, tenía una forma curva que hacía resbalar cualquier clase de alimento hacia el interior. Así me sentía ayer, como una lenteja resbalando en un plato de Duralex, un resbalar lento, recogido, pero imparable. Hay algunos días que son así. Y no es que pensara que el trabajo o las relaciones, las responsabilidades, algo de eso, me hicieran sentirme mal o que el cielo estuviera gris o algo semejante, que ya viste el día tan precioso que tuvimos en León, la tarde luminosa, la temperatura fresca, pero agradable: un día para disfrutar. Ya ves. Y yo, como una lenteja chapoteando en el caldo.

    Razones puede uno encontrar las que quiera, pero cuando el mundo es un plato hondo imposible de remontar no valen las razones y esa es una lucha que mantengo desde hace mucho, que no es la razón la que determina el bienestar. No. No estoy hablando de enfermedades, no quiero mezclar. Cuando hablo de esta dificultad Duralex, no estoy hablando de depresión, no debemos mezclar las cosas porque la enfermedad y la tristeza no son sinónimos y no se puede, creo yo, confundir lo uno con lo otro. Este martes, sentado en una sala de espera, observé a los pacientes que esperaban para ser atendidos por otro médico que no era el mío. Me dio por pensar que quizá fuesen personas con algún tipo de enfermedad mental, indistinguibles absolutamente del resto de personas que esperábamos. Yo no lo podía saber. En las puertas de las consultas no estaban los nombres ni las especialidades de los médicos. Miraba a esas personas que esperaban, como yo, y me preguntaba si ellas mismas pensarían de mí qué clase de enfermedad padezco. Es un juego de espejos en el que a nadie le gusta mirarse, porque el problema siempre está en los otros, y no nos damos cuenta de que precisamente nosotros somos los otros de los otros.

    Y el caso es que jugamos a la lotería. Participamos en sorteos en los que pagamos por una ilusión de probabilidad más que escasa y nos cuesta aceptar que nos pueda tocar el premio del sorteo gratuito de la enfermedad. Miramos a los otros pensando que es cosa de ellos y dejamos nuestras cosas en el borde del plato de Duralex, resbalando con la ilusión de que se fueran a sujetar por un arnés invisible. Y el caso es que si la lenteja se queda pegada es porque está seca, así es que más nos vale resbalar. Es esa ley de la probabilidad implacable de la genética, la dura ley de la probabilidad que nos señala en todo este proceso que llamamos vida. En mi casa los platos de Duralex no eran de colores. Creo que eso del ámbar y el verde fue de tiempos más modernos. Lo nuestro siempre fue la transparencia. Y las ondas en el reborde, para conseguir una ilusión de salvación y eso que siempre hemos sabido que la ley es implacable. Dura lex, sed lex.

viernes, 12 de abril de 2024

Vademécum. (Audio)

 

Vademécum. (En Hoy por Hoy León, 12 de abril de 2024)

    Por un capricho de los gérmenes me oyes hoy con esta voz mocosa, bendito malestar. Siento que esta posibilidad que me da mi naturaleza de saberme enfermo es el modo en el que la propia naturaleza, en general, me advierte de la necesidad de estarme quieto, la conveniencia de que me quede quieto para el modo en el que deben fluir los acontecimientos en los próximos días. Y dirás, ¿qué narices es eso que dices que va a ocurrir en los próximos días? Pues verás, no tengo ni la más remota idea. Es más, entiendo que es imposible saberlo, pero sí que me doy cuenta de que hay una campanita interior que me manda parar. ¿No te ha pasado nunca? No, claro, tú no puedes parar. Como dice Héctor Escobar, nadie puede parar. El caso es que yo me vuelvo a buscar en los entresijos del rastro de los pañuelos de papel que voy dejando por donde paso y veo una señal que me acompaña. ¡Chico, para!

    Y como resulta que ya hemos dicho que no hay nada en la naturaleza que sea ajeno a todo lo demás, ese “para” que me grita mi cuerpo es tu parar, pese a la aceleración implacable de los días, pese al modo en el que trabaja el escáner de situaciones mirando por debajo de lo que pasa. Ese no poder parar. A mi madre le pasa. Si hubiera nacido en este tiempo, su condición habría tenido un nombre, unas siglas exactas que la habrían marcado y eso que, como dijo la directora del Bellido en el acto de celebración del quincuagésimo aniversario del centro, “las etiquetas se despegan”. Y es verdad que no hay nada como despegar etiquetas cuando hablamos de personas. ¿Ves? Ya estoy otra vez con ese runrún que no puede parar. Y el caso es que quiero detenerme en este sol de primavera que me ha puesto malo, que eso decía mi padre, que estos cambios de temperatura tan bruscos son los que te enferman.

    Parar en un momento hermoso. Pon por caso esa foto del miércoles en El Albéitar, en la presentación de Ese chico de la radio; pon por caso las voces de Los Modernos, presentando una canción que se llama Ese chico de la radio; pon por caso las palabras afectuosas de Joaquín Revuelta, poniendo en valor un libro que se llama Ese chico de la radio. Parar en un momento hermoso es mirar todo lo que va con uno, ese vademécum que nos acompaña. Lo que camina conmigo, ¡qué etimología más bonita para esa palabra en la que está escita la sanación! Todo eso que va conmigo, lo que meto en el cartapacio que contiene los papeles de la escuela, el libro ligero y manejable que llevo conmigo para consultar cuestiones fundamentales. Esas que no se encuentran en las búsquedas de Google, esas que están escritas entre risas y lágrimas, esas que llevamos en la carpeta de cartón azul de gomas atadas en las esquinas, que se nos ven por debajo de cada mirada, que son el libro que contiene todas las medicinas.

    Ese es el vademécum que me dice “para” y “cuídate” y “descansa” y “deja que te quieran”.