Buscar este blog

viernes, 15 de marzo de 2024

Proemium. (Audio)

 

Proemium. (En Hoy por Hoy León, 15 de marzo de 2024)

    Entiendo que el modo en el que se inician los procesos los determina en muchos casos, que la manera en la que iniciamos una relación —una mirada, un gesto, una palabra, un abrazo— coloca un punto de partida que ya dirige casi de forma imposible de torcer la dirección que van a llevar las cosas y eso sirve para relaciones, como sirve para todo lo demás de lo humano, si es que hay algo en lo humano que no sean relaciones.

    El caso es que ese momento primero o incluso diría que un momento anterior, una suerte de proemium, un preámbulo que formara parte del asunto pero que no perteneciera al asunto en sí mismo, viene a ser como una luz que se enciende e ilumina, una guía, un modo de decir esto es lo que yo puedo aportar, lo que yo veo, lo que yo entiendo, lo que yo quiero o necesito. Algo que decimos más rotundamente bajo la frase “hacer una declaración de intenciones”.

    Y el caso es que uno nunca diría que va por ahí declarando sus intenciones, aunque el hecho es que lo hacemos permanentemente. Por ejemplo, si utilizáramos la palabra proemium así escrita, en su mismísimo latín, pongamos por caso para titular un artículo, estaríamos diciendo mucho de nosotros mismos, mucho quizá en un sentido negativo, o mucho tal vez en un sobreentendido que solo algunas personas pudieran entender o mucho de lo oscuro que pretendidamente un pensamiento quizá pedante pudiera desarrollar. Por el contrario, se podría entender como un juego, una manera diletante de enhebrar un discurso sin más finalidad que el mero gozo, el disfrute del vuelco de las palabras que se desparraman sobre el folio en blanco como las fichas de dominó en el sobre de mármol dispuesto para la partida. El sobre de mármol de la partida, una metáfora para jugar con los significados de la palabra partida. Ya, ya, ya sé que los profesores de Lengua dicen que las metáforas que hay que explicar son muy malas metáforas. Es como los chistes. Palabra partida.

    Un profesor de Lengua en  Santa Nonia, proemio —ya no en latín— de la Semana Santa, me recordó no saltar de tema en tema; un miércoles que, perdona que te lo cuente aquí, fue historia en mi universo de emociones, por cosas que no me pasaron a mí, pero que trajeron al mundo fotografías de momentos increíbles, brillos de hojalata en la Plaza del Vaticano en una mañana de sol para la historia de un pueblo de Ciudad Real que tuvo un día grande —eso dejó escrito su alcalde— preludio de la Semana Santa. Un día grande, sí, perdona que te diga estas cosas que no son tan de León, pero que son cosas que me sacan una emoción escondida, como les pasa a quienes disfrutan con gozo de todo lo que pasa y ya tienen la risa en el primer encuentro para decidir desde el principio. No puedo con vosotros, me sacáis la risa que no tengo. Una carcajada en el carcaj. Una flecha de historia. Roma y los romanos. Dos limonadas.

viernes, 8 de marzo de 2024

Nihil obstat. (Audio)

 

Nihil obstat. (En Hoy por Hoy León, 8 de marzo de 2024)

    Para poder publicar un escrito en nuestro país hasta hace cuatro días era necesario conseguir el nihil obstat de la censura eclesiástica católica, la aprobación del contenido moral y también doctrinal de lo escrito. Eso no pasa ya y podemos escribir lo que pensamos con independencia de la opinión de la autoridad, ya sea religiosa, política o de cualquier otra índole, pero el caso es que medimos nuestras palabras cuando actuamos de cara a los demás. Yo lo hago cuando te escribo esto de cada viernes, pero no solo: también lo hacemos en cualquier intervención pública, sea en el foro que sea, desde una conferencia, una charla, aunque sea más informal, hasta la participación en un pleno del ayuntamiento o una sesión del claustro de profesores de un colegio. Medimos nuestras palabras no tanto por las consecuencias que puedan traer consigo, como por lo que dicen de nosotros, por el modo en el que nos retratan delante de los otros. Funciona un nihil obstat privado, una censura íntima que en muchas ocasiones llega incluso a silenciarnos.

    Esa forma de control, que es control social y tiene escalas que nos miden desde la más pura violencia o coacción autoritaria hasta las normas sociales más elementales, pasando por el adoctrinamiento que se realiza desde los medios de comunicación y la propaganda, los comportamientos generalmente aceptados o los usos y costumbres que conforman el sistema informal de creencias que en algunos casos se convierten en generadores de prejuicios, no deja de ser en cierto modo argamasa social, cemento en las relaciones. Eso, que inicialmente va contra nuestra libertad, termina siendo exigido en muchos casos como elemento básico de la relación social. Es, claramente, un juego de tensiones. Lo que me permito pensar, lo que la sociedad espera que piense, lo que calculo que debería pensar, lo que realmente pienso…

    ¿Dónde pones tu nihil obstat? ¿Hasta dónde eres capaz de permitirte tus opiniones? ¿Actúas con absoluta libertad? Al hilo de una actividad que en algún centro educativo de aquí de León se iba a realizar para visibilizar la necesidad de seguir educando en la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, surgió una polémica que no te cuento porque no hace al caso, pero que me lleva a pensar que hay personas que en su idea de lo que es correcto no se permiten entender que haya otras personas que piensan diferente y parece como si hubiese una necesidad de otorgar el beneplácito incondicional a propuestas que no admiten lo contrario. Es verdad que nos movemos en el proceloso mar de los símbolos, que la interpretación de los gestos está más en el que percibe que en quien interpreta, pero es muy difícil alcanzar acuerdos con quienes ya tienen la verdad antes de empezar a hablar. El control es en cierto modo "enfermizo" porque nunca es total. La vida es imprevisible. Es eso. Es saber que nunca vas a poder cerrarlo todo, que siempre queda algo abierto, pero es que es así y eso no va a cambiar nunca. La calma no está en el control, sino en la confianza.  

viernes, 1 de marzo de 2024

Sine die. (Audio)

 

Sine die. (En Hoy por Hoy León, 1 de marzo de 2024)

    Ayer estuvimos por Astorga. Una mañana fría y una tarde extraña de ventisca y sol y grises y azules profundos. Por la mañana, en la carretera, en el decorado del cielo se recortaba el Teleno, que enseñaba su melena blanca. Conmigo, hablando de la altitud relativa de las montañas, viajaba en el coche un mallorquín también de melena blanca y desmadejada, como la del Teleno; la melena desmadejada del invierno que va y viene, la melena que podría ser melena de campana si es que me dejas exagerar las cosas; campana que llama a concejo, campana de encuentro, de reunión; en este caso, reunión de maestros, de gente de la escuela. El mallorquín, al frente.

    Estuvimos en Astorga hablando de convivencia en la educación, compartiendo experiencias, “llenando mochilas”, que se dijo. Fue un tiempo amable, esa palabra tan valiosa: quizá la que yo escogería si me preguntaras por la palabra que me llega. Amable, más que amabilidad, porque lo amable, lo digno de amor, lo que vale la pena amar es lo que tienes delante, la realidad que disfrutas. Por el contrario, la amabilidad es solo una hipótesis, una posibilidad o, como mucho, un modo de hacer, no eso que haces. Y lo que haces es lo que importa; por eso elijo lo amable y no tanto la amabilidad.

    Hablábamos de separar las conductas por un lado y las personas por otro, de evitar juicios, nominaciones. Una conducta indeseable o inadecuada no hace de la persona que la realiza una persona indeseable o inadecuada, como realizar un acto amable no le asegura al actor la condición de persona amable. La clave, creo yo, se encuentra en el territorio de la emoción, porque esa es la red que teje nuestra vida y las emociones no admiten juicio, porque son íntimas, privadas, y nos explican en la totalidad de lo que somos, aunque me parece que a menudo no sabemos reconocerlas o no encontramos el modo de hacerlo o no nos queremos permitir ese reconocimiento, porque esa emoción que sentimos va contra algo que no podemos cambiar, algo que nos ha costado construir: el espacio de seguridad en el que vamos acorazando, a medida que pasan los años, el inseguro cascarón íntimo de la verdad de lo que somos.

    Somos emoción. Por eso ese estrés tuyo es también emoción, es “e” de energía y es moción, “acción y efecto de mover o ser movido”, energía que se mueve. El problema de tu estrés es que esa energía que se mueve lo hace siempre en el mismo circuito cerrado que hay en tus tejidos, de manera que es esa tensión la que se te agolpa en la espalda, en la mandíbula, en el malestar absurdo que te abraza sine die. Y vas aplazando la oportunidad de dejar que esa energía se mueva en otros círculos. Es una idea sencilla: si soy emoción, mi emoción tiene que ser emoción compartida. Solo si entiendo el hecho de convivir con una pequeña pausa —“con vivir”— adquiero la dimensión humana que me libera. Vivo en la medida que vivo con los otros, con quienes elijo vivir y con quienes viven conmigo, aunque no sean de mi elección. Y eso vale, sine die, para la escuela.

Modus operandi. (Audio)