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jueves, 31 de octubre de 2024

Entre la espada y la pared. (Audio)

 

Entre la espada y la pared.

Entre la espada y la pared. (En Hoy por Hoy León, 25 de octubre de 2024)

    Desde el lunes hasta ayer me he sentido entre la espada y la pared. He pasado la semana en una situación de aprieto en relación con un problema de salud que me ha colocado en un sinvivir. Y eso que todavía me siento fuerte y con la cabeza más o menos amueblada como para poder tomar decisiones. No obstante, te he de confesar que el hecho de tener que enfrentar decisiones sobre mi propia salud me transforma en un niño indefenso que no entiende bien lo que le dicen y que se ve sobrepasado emocionalmente por la más mínima adversidad. Luego sí. Luego, cuando ya la decisión está tomada —como es el caso—, vuelve el adulto capaz de racionalizarlo todo y encuentro los argumentos necesarios para apuntalar mi decisión. Sin embargo, hasta ese momento, mientras estoy procesando la información y decidiendo, soy un ser indefenso que no es capaz de racionalizar y que se deja llevar por el vaivén de las presiones de todo tipo. Y cuando estamos hablando de compañías privadas en la gestión de la salud, te puedo asegurar que puede darse el caso de que haya muchas presiones.

    El caso es que me he sentido entre la espada y la pared: empujado hacia un lado por la lealtad, la confianza y el compromiso y arrastrado hacia el lado opuesto por la fuerza de la maquinaria del sistema. Es verdad que he comprendido que el sistema en este caso era quien tenía que vencer, pero eso ha sido después, después de que esa lucha entre lo emocional y lo racional me dejara varias noches sin dormir. Me resulta curioso que la emoción, que es la fuente de la que brota seguramente la felicidad, se rinda en la vida práctica a la razón. Es como si esa eterna lucha entre Apolo y Dionisos estuviera siempre del mismo lado tanto en el orden de las cosas del día a día, como en el de la contemplación de las grandes ideas. Y el lado que parece triunfar no es el que más me gusta, aunque quizá sea lo que más conviene.

    Hay que salir del aprieto, se trata de escapar de ese estar acorralado y saltar por las lámparas del salón como Errol Flynn en aquella versión mítica de Robin Hood. Saltarse el dilema es la clave. Estar más allá de la distinción entre mente y corazón. Quizá la respuesta esté en las tripas. Quizá las tripas sean el cerebro más auténtico, el corazón que no te engaña. Quizá todo se resuma en un dejarse llevar por lo que te sale de dentro y saber que lo de dentro son tus tripas y no tu cerebro, ni tu corazón. Precisamente estos días en los que se hablaba de la concentración de peñas de seguidores de la Ponferradina y de la Cultural pensaba que más allá de la emoción o de la razón que te pueda empujar a ser seguidor de un equipo, hay algo que te viene de las tripas, algo que te coloca de blanco o de blanquiazul, algo que te alista en las filas que te tocan. Y no tiene que ver con el sitio en el que has nacido, que conozco alguno que, siendo de León, el domingo irá con la Deportiva. Que todo quede en un buen partido y nadie se vea entre la espada y la pared.

viernes, 18 de octubre de 2024

A tiro fijo. (Audio)

 

A tiro fijo. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2024)

    He leído en una noticia fechada el martes pasado en Valladolid que José Antonio Díez no va en la lista de los representantes del PSOE leonés en el Congreso Federal de Sevilla porque le coincide la fecha con el encendido de las luces de Navidad en la ciudad previsto para el próximo veintinueve de noviembre. Uno no está ya para creerse todo lo que lee —te puedes imaginar— y menos cuando se trata de hacer listas y mucho menos si esas listas servirán de alguna manera para decidir algún reparto de poder de cualquier tipo. Pero pongamos que sea verdad: si me pongo en la piel del alcalde —en el caso de que fuera verdad lo que dice el periodista, que, repito, no lo sé— creo que elegiría también quedarme a encender las luces antes que acudir al Congreso y eso que cualquier excusa es buena para ir a Sevilla un fin de semana, porque es verdad que cada uno elige con quién está y dónde está.

    Se me ocurre que esto de ir a estos congresos es un poco como ir a setas: muy pocas personas van sin saber de antemano dónde está lo que interesa y qué se van a encontrar. Sorpresas como la de Rodríguez Zapatero —si es que aquello fue tan sorprendente como dicen— solo se producen por un fallo en los cálculos previos. En general, a esos congresos se va a tiro fijo o a tiro hecho, que las dos variantes de la expresión me sirven. Hay que tener todo atado y bien atado antes de que pueda pasar nada, que ya tenemos marcados en el GPS de la memoria los rodales buenos en los que crecen las setas y solamente tenemos que ir a recogerlas, que una cosa es buscar y otra recoger. Y a las organizaciones no les interesa que haya elementos por ahí buscando libremente, no vaya a ser que encuentren, que estamos bien como estamos y ya se sabe desde la primera transición que «el que se mueve no sale en la foto».

    Este otoño generoso nos ha llenado de setas los campos. En otra noticia —esta de ayer y fechada aquí en León— he podido leer que un grupo de cuatro jóvenes recogió veinte kilos de boletus en menos de dos horas. Se entiende que no son meros aficionados, porque no me salen las cuentas: si se puede recoger un máximo de tres kilos sin licencia, hay ocho kilos por ahí que me bailan. Pero lo digo desde mi ignorancia absoluta del tema, no vayas a entenderme mal. Es que uno va a esos congresos a atrapar todo lo que pueda y ya no se sabe qué es lo que está acotado, qué es lo que se puede recoger libremente y hasta qué cantidad. Lo que está claro es que este es un otoño generoso, que el níscalo ya está escondiéndose entre la pinocha y que llevamos ya muchos días de abundancia que se multiplicarán con las últimas lluvias si no vienen pronto las heladas. Los gusanos a los que llaman alambre se están poniendo las botas con las setas del cardo y en alguna cocina ya hay que buscar sitio para poner todo lo que llega de la cesta. Hay que saber siempre si uno va a setas o a otra cosa cuando sale de casa. Y si no estás para atrapar setas, pues haces como el alcalde y te quedas encendiendo luces, que no todo en la vida es llenar la cesta.

viernes, 11 de octubre de 2024

Pan comido. (Audio)

 

Pan comido. (En Hoy por Hoy León, 11 de octubre de 2024)

    Es tan fácil olvidar que uno se asusta de lo pequeño que es el hueco de la memoria. Me dirás que no es tu caso, que tú tienes buena memoria, que retienes sin problemas nombres, números, circunstancias; que tienes presente lo que hace a tu vida y a los que viven contigo y que no sueles olvidarte de las citas, ni de las promesas, ni de las ofensas. De las ofensas quizá te acuerdes especialmente. El caso es que no es de eso de lo que te hablo cuando digo que me asusta lo pequeña que es la memoria porque, aún concediéndote que tuvieras esa capacidad para recordar, incluso si fueses un prodigio de la talla de Ireneo Funes, el protagonista de aquel desasosegante cuento de Borges, te seguiría hablando de la pequeñez de la memoria y la facilidad del olvido. Incluso para quien no puede o no quiere olvidar, lo más fácil es hacerlo. Lo duro es recordar.

    Es pan comido olvidar un detalle. De hecho, el pan comido es el favor que no se devuelve, que ahí parece que tiene su origen la expresión: lo fácil que es olvidar los favores recibidos, lo fácil que es no acordarse de quién nos ha dado el pan una vez que nos lo hemos comido. No lo digo a modo de queja. Parece como si me estuviera acordando de personas a las que he ayudado y que ahora no saben bien si existo. No. No es eso tampoco. Es que me paro a pensar en la fragilidad del gesto, en lo escandaloso del ruido que rodea cada instante, en la lluvia del miércoles anegándolo todo, como queriendo borrar la intensidad de los días del verano y del veranillo, la promesa de que todo va a ir bien, que los huracanes se transforman en tormentas y que damos por bueno todo lo hecho si es que sirve para evitar daños. Cayeron ramas, se desarraigaron chopos, volaron tejas y el sol del jueves lo tapó todo con su luminosidad. Alerta. Siempre alerta y luego olvido o vago recuerdo, que es lo mismo.

    Sí. Olvidar es pan comido. Basta un nuevo incienso para adorar a un nuevo dios. El pan de cada día —ese que es el nuestro— nos obliga a olvidar pronto el de cada día que ha pasado, hasta que se nos hace bola en la garganta y ya no pasa y vemos que estamos perdiendo demasiado tiempo en todo lo que nos impide masticar. Por eso, un esfuerzo: morder atento a cada bocado, masticar con total conciencia, tragar solo lo que se puede digerir. El pan de cada día no puede ser pan comido, sino pan dispuesto para comer. 

    El acto de recordar genera otro recuerdo: recuerdo que recuerdo que recuerdo que recuerdo... Una memoria perfecta no saldría del bucle de su propia perfección. El olvido no genera ese problema. Lo que nos pasa con el olvido es que la realidad nos empuja a recordar. Ahí lo tienes con la cuestión de FEVE: las administraciones pretenden mantener la cuestión en el olvido, pero las vías están ahí todos los días y hay quien las mira y dice: ¿esto va a quedar así para la eternidad?