Prefiero pensar que estos dos meses no
han existido. Voy a saludarles sin mencionar la ausencia de todos estos
viernes, porque me resisto a encarar un nuevo comienzo. No tengo cuerpo para
sentir que tenemos que empezar nada de nuevo. No me encuentro con fuerzas para
hablar de nueva temporada, nuevo curso, nuevo nada y me siento más cómodo en la
continuidad de los días, que hasta me parece que todos estos cambios en la
radio, no son tales, sino que las cosas han sido así siempre, con el estandarte
de Radio León defendiendo, contra la ola de programación nacional y regional
que nos invade, la importancia de llamarse uno como se llama y hacer radio para
León, contándonos a los oyentes la realidad más cercana. Es algo que agradezco
profundamente, porque, como me decía siempre el amigo Luismi, “no hay nada más
aburrido que un informativo regional”.
Admiro profundamente a todos los que se
sienten con ganas de empezar con algo nuevo, a quienes tengan en estos días el
espíritu de iniciar proyectos, poner en marcha empresas, ejercer el optimismo
de creer en que hay un futuro prometedor.
Hacer un repaso de lo que nos ha ido
pasando en el verano es escribir una crónica del pesimismo, así es que mejor no
hacerlo, mejor no enumerar el batallón de pequeñas y grandes desgracias que nos
han ido acorralando en la trinchera. Solo que no veo más futuro que el de
encontrar un momento apropiado para calar la bayoneta y salir al frente en una
carga suicida y desesperada. Algunos ya están en ello, pero la mayoría nos tapamos la cabeza con las manos sobre el
casco, mientras silban a nuestro alrededor los obuses del paro, la recesión,
los recortes y todos esos tecnicismos financieros que nunca habíamos querido
leer en las páginas de color salmón del periódico del domingo. De verdad que
admiro a quienes tienen esperanza y me sobrecoge pensar en la ilusión con la
que se ponen en marcha proyectos, vidas nuevas. Admiro sinceramente a todos
esos que se han apuntado al gimnasio para bajar los kilos del verano, a todos
los que se han apuntado a clases de inglés o de alemán o de chino, pensando que
ya no lo van a dejar pasar más y que este año sí que van por fin a aprender
idiomas. No saben cuánto admiro a quienes tienen el valor de fundar una
empresa, de casarse, de pensar en tener hijos, quienes creen con sinceridad en
proyectos de futuro. Y por encima de todo, admiro a todas esas personas que
empezaron la colección “Aprenda a hacer ganchillo”, que pagaron un euro por el
primer fascículo y se lanzaron a la aventura de un aprendizaje incierto, sin
conocer de antemano la subida de precio que sufrirían los fascículos
siguientes.
¡Qué pereza el nuevo curso! Admiro a
todos esos niños que miran con ilusión su baby nuevo y los rizos dorados de su
nueva profe. Admiro al batallón de muchachotes que desbordó las previsiones en
el Mercadillo Gelete intercambiando libros de texto, revendiendo los viejos,
comprando ese tocho de filosofía que habrá que meterse este curso entre pecho y
espalda. Curioso que este año, debido a ciertas trabas administrativas, tuviera
que celebrarse en León Plaza y no en la Pícara como siempre, quizá es que la
calle llena de chicos con libros en las manos sea una estampa demasiado
optimista para los tiempos que corren.
Hay que hacer la ola a todo aquel que sea
capaz de mirar para afuera y sonreír.
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