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domingo, 23 de junio de 2024

Vis vitalis. (Audio)

 

Vis vitalis. (En Hoy por Hoy León, 21 de junio de 2024)

La idea de que somos algo diferente del resto de lo que existe se derrumbó desde el punto de vista de la química a principios del siglo XIX, cuando un químico alemán fue capaz de sintetizar la urea en un laboratorio. Hasta entonces se había pensado que los seres vivos poseen en su composición una fuerza vital, una vis vitalis, que los hace diferentes del resto de los seres. Esta vis vitalis, presente exclusivamente en los seres vivos, sería la clave para distinguirlos de los seres inertes, a pesar de la dificultad que se sigue del hecho de que esa mencionada fuerza sea algo imposible de observar.

La importancia de la síntesis de la urea en un laboratorio reside en que todos los compuestos químicos, sean orgánicos o inorgánicos, proceden de la combinación de los llamados elementos químicos, sin la necesidad de la presencia de esa fuerza vital tan misteriosa que dio origen a una corriente científica conocida como “vitalismo”. Pero el “vitalismo” ya no es una corriente científica. Desde el punto de vista de la química los seres vivos y los seres inertes son la misma cosa: combinaciones posibles a partir de lo que hay. Si esto es así, si en esencia los seres vivos y los seres inertes son la misma cosa, qué decir de un senegalés y uno de Villaquilambre.

Y si hablamos de la capacidad de generar organismos vivos en un laboratorio, me dejó impactado la noticia de hace unos días que contaba que, en un hospital de Sevilla, se practica el injerto de piel artificial como un tratamiento normalizado. “Como un medicamento”, dijo uno de los pacientes que había participado del tratamiento experimental, que ya no lo es. Así es que la diferencia de la piel ya me contarás en qué consiste. Me imagino a los cirujanos con una paleta de colores preguntando al paciente el tipo de piel que le gustaría tener. ¿Te imaginas? Color de piel a la carta, el sueño de Michael Jackson.

Así es que no. No podemos admitir que haya diferencias en estas cuestiones fundamentales, porque se caen por su propio peso. No obstante, me gustaría volver a la cuestión de la vis vitalis: ¿y si realmente existiera esa fuerza inexplicable que otorga vida? Se me abre un enorme abanico de preguntas. ¿De dónde procede? Si no procede de ninguna otra realidad, ¿cómo llega a ser? ¿En qué medida está presente en los seres vivos? ¿Hay seres vivos con más fuerza vital que otros? ¿Se agota esa fuerza vital, se gasta? ¿Podemos tener el control sobre ella? Ahora que empieza el verano y que vienen las fiestas en León, ¿puedo hacer un acopio extra de fuerza vital para derrocharla en este tiempo de fiesta y vacaciones?

Fíjate que me da por pensar que esos vitalistas del siglo XVIII y principios del XIX no estaban tan equivocados. De hecho, autores del siglo XX han seguido manteniendo el vitalismo, si bien más desde la filosofía que desde la ciencia; la postulación de la vida como principio fundamental de la realidad. La idea nietzscheana de que la vida es el criterio de verdad.

Quo vadis. (Audio)

 

Quo vadis. (En Hoy por Hoy León, 14 de junio de 2024)

    Isabel, la sexta de una larga saga de Isabeles, estaba jugando en el jardín de la urbanización cuando todavía era casi un bebé y cada vez que alguien se iba en dirección a la puerta de salida le preguntaba con su media lengua de poco más de un año: “¿ae vah?”. ¿Dónde vas? Ahora ya ha crecido, ya es casi una adolescente, pero sigue teniendo esa curiosidad que dijo Aristóteles en el origen de la filosofía: asombro, curiosidad y memoria.

          El asombro se mece en la mirada de las mentes despiertas. Hay mentes despiertas y cerebros adocenados. Me duele decirlo, porque creo en la igualdad de partida de todo el género humano, aunque tiene que corregirme todos los días la realidad, porque esa igualdad es, como poco, una igualdad en la diferencia. Lo que me parece obstinado y absurdo es mantener todavía la idea peregrina de que las personas pueden tener derechos solo por haber nacido por encima de determinado paralelo y que esos derechos, hasta en lo más esencialmente humano, se le puedan negar a otras personas solo por haber nacido más al sur en esa convención nuestra del norte y el sur, que no deja de ser una manera supremacista de ver el globo terráqueo. El mundo puede estar boca abajo y nadie se cae, tú ya me entiendes. El asombro, decía. La capacidad para ver con la mirada de una niña de poco más de un año y preguntar. Siempre preguntar. Tras el asombro, la curiosidad. Quo vadis domine.

          La curiosidad es genuinamente humana o tal vez no. No sé decirlo. El miércoles en Tula Varona había tres niños en una firma de libros. Estoy seguro de que no se enteraban de nada de lo que se decía, pero los tres, dos niñas y un niño, se dejaban arañar por las palabras y los gestos y encendían la curiosidad sobre lo que estaba pasando. Música, palabras, risas: un juego de lámparas reflejando los lomos de los libros, las palabras escritas en tiza en los perfiles de los estantes, la semilla de la curiosidad. Hay momentos mágicos en los que se detiene el tiempo y el movimiento y no hay espacio para preguntar: ¿a dónde vas? Lo he visto otras veces. Niños inquietos detenidos en el silencio de la música y las palabras. Asombro, curiosidad y también memoria. ¿Ae vah?

          Esa pregunta muerde. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde nos conduce todo este bienestar en el pensamiento que no permite el asombro ni la curiosidad? Más inteligencia artificial que nos ahorre procesos que no son ya solo procesos de memoria. ¿Cuántos números de teléfono te sabes desde que usas el móvil? ¿Por qué te acuerdas todavía de números de teléfono fijo que ya no usas? ¿En qué ocupas todo lo que has dejado vacío en tu memoria? Acuérdate de todas esas historias que nos explican, porque lo que ha pasado hoy no es porque sí y lo que pasará mañana, tampoco. No pierdas la perspectiva. La pregunta se responde también en la memoria, en el asombro, en la curiosidad. Isabel VI, quo vadis.

viernes, 7 de junio de 2024

Nulla victoria. (Audio)

 

Nulla victoria. (En Hoy por Hoy León, 7 de junio de 2024)

    En una serie de televisión que me ha recomendado mi hija dice el protagonista que el lema de su familia es “Non sine pericolo”. Yo no sé mucho latín, pero apuesto a que ese lema no es muy ortodoxo. En cualquier caso, habla de algo que me interesa: la idea de que, en general, los éxitos que alcanzamos no son posibles sin riesgo. Nulla victoria sine sacrificio est. En estos días en los que tenemos el ajedrez por toda la ciudad, advierte esta máxima en la que se nos recuerda que en toda victoria debemos asumir el riesgo de la pérdida. Enfrentarse a cualquier obstáculo comporta un riesgo que debemos asumir y en ocasiones hace falta un sacrificio de dama para alcanzar una posición ventajosa.

    Diría que lo que cuenta es ajustar el sacrificio. En el ajedrez es fácil. No importa la calidad de la pieza que sacrificamos si eso nos permite una ventaja frente a nuestro adversario. En la vida ese principio es, desde mi punto de vista, inadmisible, porque la vida no pretende un jaque mate al contrincante. Por eso no vale todo en las guerras, por eso no es asumible cualquier sacrificio, por eso, en muchas ocasiones, perder es ganar, porque lo que habría que hacer para poder ganar es moralmente inasumible y es preferible perder.

    Pero déjame que te hable de algo que estoy viviendo estos días muy de cerca. Verás, uno se da cuenta de que cada decisión que toma comporta un riesgo, pero de lo que no se da cuenta uno es de las pocas decisiones que realmente toma. La mayoría de las decisiones que crees haber tomado te han venido dadas: siempre has hecho lo que te parecía natural. Lo natural era estudiar eso que estudiaste o directamente empezar a trabajar lo antes posible, porque era lo lógico en tu caso, como fue lo lógico después, tal vez, tener una pareja, educar unos hijos, atender todo lo que la lógica de tu responsabilidad te ha obligado a atender. Y se te ha metido en la cabeza con tanta fuerza que eres tú quien ha tomado esas decisiones, que hasta te hablas diciéndote que no has hecho otra cosa que cometer errores.

    Para cometer errores necesitas tener la oportunidad de decidir y esa oportunidad que tú ves tan clara, yo no la veo. Fíjate que yo también he hablado mucho de mis errores y creo que ese sí que es un error fundamental. Me lo está haciendo ver ahora esta idea de que no hay victoria sin sacrificio y que el riesgo está en lo que hacemos, solo que no termino de encontrar la responsabilidad. Es lo que pongo de mí, lo que me quito, lo que sacrifico para que lo que me preocupa mejore, lo que me da la victoria.

    Pero mira una cosa, las palomas mensajeras nunca llevan mensajes: solamente los traen. No saben ir, solo volver. Para que una paloma traiga un mensaje hay que llevarla primero al lugar desde el que nos vendrá. Alguien la tiene que sacar para que vuelva al palomar y traiga las noticias que se esperan. Es una jugada de ajedrez. Una jugada maestra: ir, para poder volver. No sin sacrificio