Isabel, la sexta de una larga saga de
Isabeles, estaba jugando en el jardín de la urbanización cuando todavía era
casi un bebé y cada vez que alguien se iba en dirección a la puerta de salida
le preguntaba con su media lengua de poco más de un año: “¿ae vah?”. ¿Dónde
vas? Ahora ya ha crecido, ya es casi una adolescente, pero sigue teniendo esa
curiosidad que dijo Aristóteles en el origen de la filosofía: asombro,
curiosidad y memoria.
El
asombro se mece en la mirada de las mentes despiertas. Hay mentes despiertas y
cerebros adocenados. Me duele decirlo, porque creo en la igualdad de partida de
todo el género
humano, aunque tiene que corregirme todos los días la realidad, porque esa
igualdad es, como poco, una igualdad en la diferencia. Lo que me parece
obstinado y absurdo es mantener todavía la idea peregrina de que las personas
pueden tener derechos solo por haber nacido por encima de determinado paralelo
y que esos derechos, hasta en lo más esencialmente humano, se le puedan negar a
otras personas solo por haber nacido más al sur en esa convención nuestra del
norte y el sur, que no deja de ser una manera supremacista de ver el globo terráqueo.
El mundo puede estar boca abajo y nadie se cae, tú ya me entiendes. El asombro,
decía. La capacidad para ver con la mirada de una niña de poco más de un año y
preguntar. Siempre preguntar. Tras el asombro, la curiosidad. Quo vadis domine.
La
curiosidad es genuinamente humana o tal vez no. No sé decirlo. El miércoles en Tula Varona
había tres niños en una firma de libros. Estoy seguro de que no se enteraban de
nada de lo que se decía, pero los tres, dos niñas y un niño, se dejaban arañar
por las palabras y los gestos y encendían la curiosidad sobre lo que estaba
pasando. Música, palabras, risas: un juego de lámparas reflejando los lomos de
los libros, las palabras escritas en tiza en los perfiles de los estantes, la
semilla de la curiosidad. Hay momentos mágicos en los que se detiene el tiempo
y el movimiento y no hay espacio para preguntar: ¿a dónde vas? Lo he visto
otras veces. Niños inquietos detenidos en el silencio de la música y las
palabras. Asombro, curiosidad y también memoria. ¿Ae vah?
Esa
pregunta muerde. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde nos conduce todo este
bienestar en el pensamiento que no permite el asombro ni la curiosidad? Más
inteligencia artificial que nos ahorre procesos que no son ya solo procesos de
memoria. ¿Cuántos números de teléfono te sabes desde que usas el móvil? ¿Por qué
te acuerdas todavía de números de teléfono fijo que ya no usas? ¿En qué ocupas
todo lo que has dejado vacío en tu memoria? Acuérdate de todas esas historias
que nos explican, porque lo que ha pasado hoy no es porque sí y lo que pasará mañana,
tampoco. No pierdas la perspectiva. La pregunta se responde también en la
memoria, en el asombro, en la curiosidad. Isabel VI, quo vadis.
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