Parece
que ni mesas ni manifestaciones ni nada de nada. La noticia del cierre de la
azucarera de La Bañeza es una marca más en la piel de León, otra herida que nos
dirán que se va a restañar con recolocaciones y con inversiones, como ocurrió
cuando se cerró Veguellina, otra herida que dejará sangrando el tejido
productivo de la provincia, casi exangüe ya de tanta laceración.
Desde
la Junta se esfuerzan en explicar que las subvenciones de dinero público que se
han dado a la empresa no han ido a La Bañeza, sino a Toro y a Miranda que,
curiosamente, son los centros en los que la dueña de la azucarera ha anunciado
que va a mantener actividad. Fíjate que no me vale ese detalle, que pienso que
las subvenciones de la Junta han servido para apoyar la actividad de la empresa
en su conjunto. Pero eso es algo que ya tenemos muy visto: empresas apoyadas
por dinero público que en el primer contratiempo escapan por la gatera con un
gesto inequívoco que dice que si te he visto no me acuerdo.
Y
aquí en León a producir más remolacha que nadie y a llevarla a Toro en la
próxima campaña. Me acuerdo cuando cerraron Veguellina que hablábamos en la
radio de las procesiones de remolques cargados de remolacha, de una especie de mística
de la agricultura y una oyente nos llamó para decir que sí, que todo muy
bonito, pero que también había que hablar de la peste de la melaza. Pues se
acabó esa peste también en La Bañeza. Ahora viene otra. Esa otra peste que no huele,
pero envenena. Y sí. La mayoría de los responsables no lo dirán, pero lo
pensarán para sí: ante tamaña dificultad, si te he visto, no me acuerdo.
Y
la cosa es que el azúcar ha sido un símbolo de bienestar hasta que se ha colado
la idea de que es el mayor veneno que podemos ingerir. No sé si eso será
verdad. Tampoco sé si las condiciones del mercado obligan a la dueña de la
azucarera a recortar de este modo su estructura, pero sí que creo que la
compañía tiene otros intereses que le resultan más rentables. En fin. Como
diría Celia Cruz… ¡Azúcar!
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