El miércoles Madrid era una
ciudad tomada. En los puentes de la A-6 desde Moncloa hasta la salida del Pardo
había Guardia Civiles armados o Policía Nacional y ese estado de
sobreprotección se mantenía, por lo que sé, a lo largo de ayer jueves en una
manifestación de fuerza que creo que era más una exhibición que un temor real a
un atentado. Desde luego el peligro de un atentado de ETA era mínimo y parece
ser que el peligro de una acción terrorista de fundamentalistas islámicos
tampoco era muy elevado. Según me contaban ayer, la actuación violenta más
plausible tendría que ver con algún grupo anarquista. Ya estoy viendo que el
peligro máximo vendría a ser la presencia de banderas republicanas, como sabes
prohibidas en el día de ayer en el entorno de los actos de coronación.
Quizá
fuese que unos ojos como los míos, hechos a fuerza de costumbre a la
normalidad, son incapaces de advertir el riesgo que solo una mirada experta e
informada estaría en disposición de interpretar, pero a mí me daba la impresión
que, como en la canción de Brassens, la gente ha estado a esto de la coronación
como quien echa un ojo en la peluquería al Hola o al Semana, que la música
militar nunca nos supo levantar o por lo menos no ya en este tiempo, no ya en
este mundo en el que se mira un poco como espectáculo ese momento histórico que
nos está ofreciendo en directo la televisión. Que si los gestos, que si los
discursos, que si el relevo generacional. Me parece que a la mayoría le importó
más el desastre de Maracaná o el precio del pollo y no estoy muy seguro de que
no sea bueno que esto sea así. Pero, como decía, más allá de las flores y los
adornos, Madrid era una ciudad tomada por la policía, al menos en ciertos
tramos. Una ciudad detenida para servir de marco a la historia. Otra cosa es
que los bárbaros que vieron caer Roma supieran comprender el momento histórico
que estaban viviendo o que los revolucionarios parisinos que hicieron rodar
tantas cabezas con sus guillotinas supieran que en ese momento se estaba poniendo
el primer pie en la Edad Contemporánea. Por eso dicen que vale la pena dejarse
unos euros en los fastos de la historia.
Y no hablo del acto de ayer, sino de cosas pequeñas: ¿Cuánto cuesta, por
ejemplo, cambiar todos los cuadros del Rey? ¿Por qué no se dejan los antiguos
hasta que haya que ir sustituyéndolos por renovación natural? ¿Hay que ponerse
al día en cuestión simbólica en dos semanas? Entiéndeme, que digo dos semanas
por decir algo, que no tengo ni idea del plazo que se ha dado la administración
para sustituir los cuadros de los Reyes, aunque creo que va a ser un plazo
corto.
Me siento, con todo esto del fasto y la corona, casi como Victorino, ese cliente del Banco de Villaquejida en el que se produjo el atraco del miércoles, que se quedó el hombre con los pantalones por los tobillos ante la exigencia del atracador. Me imagino a José María Forqué dirigiendo la escena y a Cassen de protagonista, como en aquella película mítica del cine español de los sesenta que se llamó Atraco a las tres. "Arriba las manos y abajo los pantalones". Celtiberia show. Una de indios más que de robo, con esa huida en bici y después en el coche del panadero, aprovechando que se había dejado puestas las llaves. Parece que llegó a Benavente, no se sabe si vendiendo hogazas por el camino. Imposible llegar más lejos. Hay que ver la que se puede liar con una pistola de juguete y un hacha. Como dice Victorino, lo peor es el mal rato, que es que el mundo está que da miedo y ya no puede fiarse uno ni de los señores atracadores. Así es que, viva este nuevo Rey, que igual nos sale republicano.
Me siento, con todo esto del fasto y la corona, casi como Victorino, ese cliente del Banco de Villaquejida en el que se produjo el atraco del miércoles, que se quedó el hombre con los pantalones por los tobillos ante la exigencia del atracador. Me imagino a José María Forqué dirigiendo la escena y a Cassen de protagonista, como en aquella película mítica del cine español de los sesenta que se llamó Atraco a las tres. "Arriba las manos y abajo los pantalones". Celtiberia show. Una de indios más que de robo, con esa huida en bici y después en el coche del panadero, aprovechando que se había dejado puestas las llaves. Parece que llegó a Benavente, no se sabe si vendiendo hogazas por el camino. Imposible llegar más lejos. Hay que ver la que se puede liar con una pistola de juguete y un hacha. Como dice Victorino, lo peor es el mal rato, que es que el mundo está que da miedo y ya no puede fiarse uno ni de los señores atracadores. Así es que, viva este nuevo Rey, que igual nos sale republicano.
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