A mí ya hace muchos años que
se me perdió la cuenta de los exámenes que he hecho en mi vida. Muchos, desde
luego. Trato de recordar cuál fue el último. Me parece que puede hacer más de
veinte años de eso, no lo sé. También es verdad que siento que pasamos exámenes
más a menudo de lo que pensamos, solo que no nos damos cuenta. Está claro que
en un examen lo que importa es el resultado final, la nota que se obtiene, pero
hay otros muchos aspectos que también me parecen importantes, lo que podríamos
llamar maneras de enfrentar los exámenes.
Se me ha ocurrido hablarte
hoy de este asunto porque he sabido de la polémica que se está generando en La
Central a cuenta de la cantidad extraordinaria de estudiantes que está
acudiendo estos días a esa Biblioteca de la ULE para preparar las Pruebas de
Acceso a los Estudios Universitarios. Parece ser que, como van tantos chicos
que están preparando la PAEU, lo estudiantes universitarios se encuentran con
todo ocupado y no tienen sitio donde estudiar. O al menos, no tienen sitio para
estudiar donde ellos quieren, cuando ellos quieren. Hay muchas maneras de
preparar los exámenes: yo, por ejemplo, no soportaba estudiar en compañía, de
manera que nunca iba a una biblioteca para prepararlos, nunca hubiera tenido el
problema de disputar una silla en La Central. Muchos necesitan dar paseos
mientras recitan en voz alta los temas que se aprenden, otros tienen que
colocar algunos objetos encima de la mesa de un modo determinado, los hay que
necesitan música o quienes necesitan tener a mano el móvil para consultar las
dudas por Whatsapp y hasta he sabido de alguien que necesitaba oír pasar el
agua, con lo que, a falta de río en su piso, se sentaba a estudiar en el suelo
de la cocina y ponía en marcha la lavadora. Los hay que no necesitan nada en
absoluto y que se enfrentan al examen sin haber estudiado nada, sea porque les
sobra con lo que han aprendido en las clases, sea porque no les importa lo que
pueda pasar con su nota. También los hay que llevan amuletos, que se visten con
una determinada ropa, por ejemplo sé de un estudiante que siempre va a los
exámenes vistiendo un pantalón de chándal o quienes hacen un determinado
recorrido camino de la Escuela, el Instituto o la Facultad en una especie de
ritual supersticioso. Me acuerdo que hubo un tiempo que hasta en los Institutos
se permitía fumar en los exámenes, tiempos en los que se creía que el humo del
tabaco ayuda a contener los nervios.
El viernes de la semana que
viene toda esta disputa por una silla en La Central ya habrá terminado, porque
los exámenes de Selectividad ya serán historia y en quince días, treinta a lo
sumo, la biblioteca estará prácticamente vacía, si no cerrada y toda esta
muchachada que hoy pasea su ansiedad camino de los pupitres habrá dado un paso
más en su camino hacia el último examen, no el último examen del curso, sino el
último examen en sentido amplio, ese momento en el que ya no te importa nada el
juicio de los otros y alcanzas la libertad total que consiste en la superación
de toda necesidad de aprobado. Me encanta pensar que esa cadena de aprobaciones
que empezamos a buscar en el parvulario llega un momento en el que se detiene
definitivamente, un momento en el que nos llegan unas verdaderas vacaciones de
los otros. Me siento así muchos días cuando cuento estas cosas y eso que
sentarse delante de este micrófono amarillo es siempre pasar un examen.
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