Ya sé que te dije el
viernes pasado que nunca falta nadie y resulta que hoy vengo a decirte que, del
mismo modo que creo que nunca falta nadie, también me parece que es verdad que
nunca sobra nadie. Quizá esto último sea más difícil de explicar.
Me ha venido a la cabeza esta idea al saber del
fallecimiento del ex-ministro José Antonio Alonso. Pienso en su carrera
política y me imagino las veces que habrá tenido que decir algo así o las veces
que lo habrá escuchado. Ese, “aquí no sobra nadie” conciliador ante los
intentos cainitas de sacudir el polvo de las alfombras bajo los pies de
quienes, aún dentro del mismo partido, chocan con los intereses propios. Pero
solo lo imagino, que no lo sé. No puedo decir otra cosa porque a mí me ganó en una
entrevista en la que hablaba de su pasión por la mecánica cuántica y cuando le
vi actuar como ministro o como portavoz del grupo parlamentario, ya no era
capaz de seguir bien lo que decía. Es lo que tienen las leyes de la mecánica
cuántica que explican muy bien los fenómenos a nivel de física de partículas,
pero en la vida diaria nos cuesta mucho hacernos, por ejemplo, al asunto de la
bilocación, aunque no es un fenómeno imposible: ¡Que se lo pregunten a Javier
Sierra, que de eso sabe mucho!
Por eso creo que nunca sobra nadie. En ningún caso. Si
quieres, me lo traigo al terreno de la educación, que quizá es más fácil de ver
que en el de la política. Hasta hace poco había una tendencia a pensar que el
alumnado con dificultades debía tener una atención especial para poder
progresar. Parecía lógico pensar así. Ahora sabemos que hacer eso, sacar del
aula a quienes tienen problemas para ayudarles a resolverlos es crearles más
problemas, porque significa señalarles bajo el estigma de la exclusión. Sabemos
que no sobra nadie. Sabemos que debemos modificar los esquemas de la
integración y sustituirlos por el concepto de inclusión. Y eso que hablar de
inclusión es un poco extraño, porque es utilizar un término positivo para
contraponerlo a un concepto negativo. Y, en el universo de las partículas,
positivo y negativo no sé si se entienden bien. La tristeza solo es buena
cuando sirve para hacer un hueco a la alegría. La idea es estar aquí y en Isla
Mauricio a la vez. Que yo ya sé que es aquí donde estás, porque estás
escuchando lo que te digo y Radio León no se oye tan lejos. Pero, ¿y si fuera
verdad lo que dice un físico francés que se llama Garnier Malet? ¿Y si resulta
que el tiempo se desdobla y nosotros nos desdobláramos como ocurre con él?
Habría un tiempo macroscópico y otro cuántico, de manera que hay un
segundo en un tiempo consciente y miles de millones de segundos en otro tiempo
imperceptible en el que podemos hacer cosas cuya experiencia pasamos luego al
tiempo consciente. ¡Qué enorme teatro de posibilidades!
Tenemos la sensación de percibir un tiempo
continuo. Sin embargo, tal como demuestran los diagnósticos por imágenes, en
nuestro cerebro se imprimen solamente imágenes intermitentes. Entre dos
instantes perceptibles siempre hay un instante imperceptible y en ese instante
imperceptible cabe todo, hasta una playa paradisíaca en Isla Mauricio, por eso
nunca sobra nadie.
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