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viernes, 13 de noviembre de 2020

Tímpano. (En Hoy por Hoy León, 13 de noviembre de 2020)

    Es una de esas historias verídicas que se cuentan como tales, pero que no lo son. Un argentino se trasladó a trabajar a Suecia y un compañero sueco lo fue a recoger a su casa el primer día de trabajo para acompañarlo hasta la empresa. Habían salido con mucho tiempo y, cuando llegaron, todavía no había apenas coches. El aparcamiento estaba vacío, pero el sueco dejó su automóvil en las plazas más lejanas a la puerta de entrada. El argentino se extrañó y le preguntó por qué aparcaba tan lejos. Entonces el sueco le explicó con naturalidad que, puesto que ellos llegaban con tiempo, podían ir andando tranquilamente y dejar las plazas más cercanas a la puerta para quienes llegasen tarde, de manera que les quedase más cerca y tardasen menos tiempo.

    Ya te digo que es una historia verídica que presumiblemente sirve para un sueco y un argentino o para un español y un alemán, pero que nos habla de algo que reconocemos en cualquiera: la capacidad o incapacidad para ponernos en el lugar del otro. Más aún, la cualidad de prever o no las necesidades de los otros antes de que se produzcan y saber atenderlas. Para poder hacer eso hace falta escuchar.

    Escuchar no es oír. Me resulta extraño decírtelo a ti que estás al otro lado del hilo de la radio atendiendo en tu silencio a lo que digo, porque es clave en ti el escuchar y sería insensato de mi parte cuestionarlo. Te lo cuento porque no escuchamos a los otros y eso nos impide adelantar sus necesidades y no estoy halando solo del tema de las UCIs del hospital. En la puerta de entrada del sentido del oído, una vez que nos llegan las ondas por el canal auditivo desde la oreja –hay que dedicar un viernes a la oreja, lo merece sea como sea- nos atiende el frontón del tímpano y de ahí para el interior empieza la magia, el modo en que esa vibración se transporta por la cadena de huesecillos que nos aprendimos en el cole hasta esa cocina de hechicera en la que las ondas del sonido se transforman en impulsos eléctricos que entenderemos después como palabras: la cóclea, lo que llamábamos, por su forma, el caracol. Y de ahí al cerebro.

    Pero ese arte de escuchar, ese estar atento a todo lo otro que practica el sueco de la historia que te contaba, tiene su punto de no retorno en el tímpano. Es el elemento decisivo, en mi opinión, porque determina lo que queda fuera y lo que no. Es quizá ese aviso que encontramos en las portadas de las catedrales, que, mira por dónde, también se llama tímpano. En el de la portada central de la catedral de León tenemos una representación de Cristo Juez presidiendo el Juicio Final. No sé cómo le vibraría el tímpano a un sueco empático viendo este León de apocalipsis. Muchos dicen que esto es el final de los tiempos, que es lo que nos faltaba: tener que irnos a morir a Valladolid.

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