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viernes, 19 de febrero de 2021

Vello. (En Hoy por Hoy León, 19 de febrero de 2021)

    Uno piensa que las cosas que hace no tienen mucha importancia. Lo pienso de mí, de lo que hago cada día, de lo que te cuento aquí los viernes, pero lo creo también en general de todo lo que ocurre, como que hacemos las cosas pensando que no tienen importancia. Lo hablábamos ayer por la tarde en la Facultad de Educación en una clase de Infantil. No le damos la importancia que tiene a lo que es importante, porque no pensamos ni por asomo que eso que para nosotros es cotidiano pueda tener ninguna trascendencia para los demás. Y sin embargo…

    Sin embargo, sabes que, cuando me hablaste de las enumeraciones, comprendí que ese es mi recurso preferido, como lo es la autorreferencia, porque hemos discutido tanto sobre si la semántica es o no el conocimiento definitivo que me doy cuenta de lo que cuenta; sabes de la importancia de la escuela, porque la educación no trasforma el mundo pero cambia a quienes van a transformarlo; sabes de la urgencia de la medicina como de la necesidad de la agricultura; entiendes que no podemos entender el mundo de hoy sin las empresas de paquetería, sin analistas financieras, sin personas que arreglen los atascos de las cañerías y reparen los daños del parqué, porque de esas personas depende el mundo, de esas y de todas las demás. Y sin embargo…

    Sin embargo, seguimos diciendo que necesitamos que el mundo cambie, porque queremos que cambie, porque sabemos que es imprescindible una forma nueva de estar juntos que no se base en la codicia y la disputa, el desprecio por el otro y el irresponsable abandono del cuidado de nuestro entorno natural. Sabes, sé, sabemos que la pandemia es el daño más urgente, pero no es nuestra única enfermedad. Y sin embargo…

    Sin embargo, aunque uno piensa que las cosas que hace no tienen demasiada importancia, ayer recordé lo importante que es amar lo que se hace, porque en esa clase en la que hablábamos de lo que significa “educación”, sentí la belleza de repetir las palabras de Freire y recordar que la única forma que tienes de enseñar a amar es amando y que el amor es la transformación definitiva. Y me asomé a las ventanas desde las que se ve el barrio de La Palomera y vi los edificios en construcción, la demolición impasible del paisaje, el avance implacable de la ciudad hacia la ronda de circunvalación y el sol y la lluvia reflejaron un momento brillante en los cristales y hablé con mis alumnas del poder transformador de la educación, el poder decisivo del amor y me di cuenta de que tenía el vello del brazo erizado y se lo mostré a una que estaba en primera fila y sonrió detrás de su mascarilla y otra que seguía la clase desde su casa dijo que hasta ella se había emocionado. Y sin embargo…

    Sin embargo, seguí hablando de leyes educativas del siglo diecinueve y, sintiendo en el brazo el vello todavía de punta pensé: ¿a quién puede importarle semejante minucia cuando hemos visto la luz rasgar todas las cortinas? Sé que estás ahí como cada viernes. Es el momento bello, el “momento vello”, de cada viernes. Gracias


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